México, el cuarto país con mayor crecimiento en el mundo, incluso el peso mexicano usado por el Fondo Monetario Internacional como moneda fuerte para ayudar a países como Francia o Brasil; lo creas o no, esto fue cierto, llegamos a ser un caso de éxito que muchos países querían imitar.
Entre 1958 y 1970 vivimos una época dorada, ¡El PIB creció 6.8% cada año! ¡Por 12 años! El PIB se duplicó en tan sólo una década. Ojo, a la velocidad actual tendrían que pasar más de 80 años para que el PIB se duplicara. Durante ese tiempo, la población pasó de 33 millones de mexicanos a 48 millones en 1970.
En aquel entonces, la industria creció cerca de 8% cada año; y la inflación se mantuvo bajita, alrededor de 2.5%. Eso significa pastel más grande y rebanadas más grandes para cada persona; de hecho, el PIB per cápita creció en promedio 3.4% cada año. La productividad crecía 4% al año, es decir, cada año un mexicano produce 4% más valor que el año anterior. En palabras simples: más producción, más estabilidad y mejores ingresos para la mayor parte de la población; fue la época en la que crecieron las clases medias en México, mejoró los servicios a los que tenían acceso de vivienda, salud, educación, esparcimiento, vacaciones y calidad de vida en general.
El Dr. Carlos Sales me platicó todo esto en el podcast En Blanco y Negro - que pueden ver en youtube.com/watch?v=Voh_rAaLPj4 El gobierno tenía una estrategia muy clara: ser pragmáticos más que ideológicos, y brindar estabilidad (finanzas públicas ordenadas, política monetaria prudente, tipo de cambio fijo) para que la inversión privada y el mundo voltearan a ver a México. El peso permaneció estable por más de dos décadas (1954-1976) y eso dio certidumbre para construir fábricas, carreteras y sueños.
Detrás de esa coreografía hubo dos piezas maestras: Antonio Ortiz Mena (abogado, 12 años al frente de Hacienda) y Rodrigo Gómez (banquero central sin carrera formal universitaria), un tándem Hacienda–Banco de México que pensaba el país, planeaba su desarrollo, no sólo llevaba la chequera para repartir el dinero entre programas y dependencias.
En ese engranaje, la política respetaba a la técnica: se analizaban datos, se discutían costos y beneficios, y se ejecutaba con disciplina. Había un servicio público de primer nivel, con trayectorias largas, gente que conocía el territorio y resolvía problemas concretos.
La visión de Estado leía el mapa completo: Guerra Fría y reconstrucción postguerra, presiones externas, población creciendo rápido, y un país que necesitaba empleos formales. ¿Cómo se aprovechó ese mundo? Con estabilidad para atraer capital y, además, leyendo ventanas de oportunidad: tras la Revolución Cubana y el embargo de EE. UU. a Cuba (1960), el turismo de playa de los estadounidenses buscó nuevos destinos; desde el Banco de México se gestó INFRATUR (1969), germen de FONATUR, y se planificó Cancún como polo turístico moderno. En paralelo, en los 60 Sinaloa y otras regiones expandieron hortalizas de invierno (jitomate, chiles, pepino) hacia el mercado estadounidense, empujadas —entre otros factores— por ese reacomodo regional.
Posteriormente cambiaron los vientos, el mundo tomó otro rumbo y en México el modelo necesitaba un ajuste, pero llegó en la dirección equivocada. Con el arranque de los 70 llegó la idea de que el gobierno podía empujar el crecimiento con más gasto y más deuda. El resultado: una factura que explotó. La deuda externa pasó de ~4 mil millones de dólares (1970) a ~20 mil millones (1976) y luego a ~80 mil millones (1982). Se trata de la secuencia que enterró la estabilidad y nos dejó una larga resaca. Dejamos la brújula de la estabilidad —que era la base para crecer y generar empleos— y la cambiamos por el acelerador fiscal sin frenos.
Desde entonces, nuestro problema dejó de ser un trueno de corto plazo y se volvió algo estructural: la productividad. Hoy vivimos el primer periodo de reducción de productividad de forma sostenida. Desde 2005 la productividad estaba estancada, no crecía, pero tampoco caía, desde 2019 la productividad está por debajo de su nivel habitual y ahí se ha mantenido por 7 años. Y aquí está el nudo central: si la productividad no sube, los salarios reales no pueden mejorar de manera duradera. Por eso el Dr. Sales insiste en que el hilo conductor hoy debe ser elevar la productividad.
En 2025 no hay “recesión oficial”, pero el crecimiento es casi igual al crecimiento poblacional, no se dice, pero la economía -descontando el crecimiento poblacional - ya no crece nada.
Mientras tanto, la deuda ha alcanzado niveles de alarma sin que los mexicanos parezcamos conscientes de ello, como dijo el Senador Anaya recientemente, de 1824 a 2018, México acumuló una deuda de 10.5 billones de pesos, tan solo de 2018 a 2026 la deuda se duplicó a más de 20 billones de pesos, es decir en 8 años se logró duplicar la deuda que habíamos acumulado en 190 años.
Y lo más grave: menos certeza jurídica y reglas que cambian espantan inversión, justo lo contrario de lo que nos funcionó en los 60. Sin estabilidad no hay inversión, sin inversión no hay empleos y sin empleos no hay movilidad social.
La comparación duele porque el contraste es clarísimo. Ayer: deuda contenida, gasto con lupa, productividad creciente, certeza jurídica y reglas para invertir. Hoy: reglas que cambian, incertidumbre, proyectos públicos de baja rentabilidad social, inseguridad que encarece hacer negocios, y menos inversión en infraestructura moderna. El resultado es un país partido en dos: una franja exportadora dinámica pegada a Norteamérica, y otro México que no despega.
Los mexicanos deben saber —y recordar— que sí pudimos y lo hicimos muy bien: no hay nada “genético” que nos condene. Lo que hoy vemos está muy por debajo de nuestro potencial.
¿Se puede salir? Sí. Cómo dice el Dr. Sales: ya lo hicimos. La lección de los 60 no es copiar políticas de hace 60 años, sino recuperar el método: Visión de Estado para leer el mundo (relocalización, tecnología, energía limpia) y escoger batallas ganadoras. El binomio Hacienda–Banco de México debe volver a ser cerebro y motor, no sólo contabilidad: coordinar estabilidad macro con crédito de desarrollo y competencia económica que dispare productividad.
Ser pragmático, NO ideológico: implementar lo que funciona para mejorar la calidad de vida de los mexicanos, escuchar a los técnicos, y priorizar los resultados, no las filias o fobias de grupos políticos.
Cómo dice el Dr. Sales, priorizar la productividad: si los mexicanos cada vez producimos menos por cada hora trabajada, no importa cuánto estires la liga con programas sociales, más deuda o quemar los ahorros (fideicomisos) que juntamos durante años, la liga terminará rompiéndose y las cosas caerán por su propio peso; en cambio, si la productividad aumenta sostenidamente en un ambiente de estabilidad macroeconómicamente, el país no podrá dejar de prosperar.
Si alineamos todo a un solo hilo conductor —elevar la productividad— el resto se acomoda: más inversión, mejores salarios reales, más clase media. No es magia: es lo que pasa cuando cada hora de trabajo vale más. Y sí, cuesta: hay que respetar la ley, abrir mercados, invertir donde sí rinde, y decir que no a proyectos que comen presupuesto sin devolver bienestar.
México ya fue caso de éxito mundial. Volver a serlo no es nostalgia, es estrategia. Hagámoslo otra vez. A los gobiernos les toca garantizar certeza y medir resultados; al sector privado, invertir, innovar y competir; a las y los ciudadanos, exigir cuentas y emprender más. Porque el verdadero objetivo no es crecer un año: es crecer bien, muchos años seguidos, para que la rebanada crezca para todos.

