A partir de hoy, el estadounidense más influyente del mundo tal vez ya no es Donald Trump… ¡es el Papa!
Trump bromeó con ser elegido Papa, pero el Vaticano eligió a Robert Prevost, alguien que representa una Norteamérica muy distinta al Presidente, pues el Papa es ambientalista, defensor de migrantes y cree en el poder del diálogo por encima del conflicto.
El hecho de que sea otro estadounidense da sentido al dicho: para que la cuña apriete, tiene que ser del mismo palo.
En un mundo herido por la polarización, la figura del Papa León XIV ofrece una oportunidad: construir puentes en vez de muros, recuperar el valor de la mesura, la justicia y la paz.
El nuevo pontífice eligió llamarse Leo XIV, retomando un nombre que no se usaba desde hace más de un siglo. León XIII, su antecesor homónimo, es recordado como uno de los más progresistas de su época. Fue él quien intentó tender puentes entre la Iglesia y el mundo moderno, quien impulsó la doctrina social católica y publicó la encíclica Rerum Novarum, un texto que defendía los derechos de los trabajadores y la justicia frente al poder económico. Que el nuevo Papa haya elegido ese nombre no es casualidad: es una declaración de intenciones.
León XIV pertenece a una de las órdenes religiosas más antiguas: los agustinos. Esta comunidad se inspira en San Agustín, un pensador que creía en el poder del corazón y de la razón al mismo tiempo. No es una orden de reglas rígidas, sino de conciencia profunda. Su lema dice mucho: “tener un solo corazón y una sola alma orientados hacia Dios”. Es decir, creen en pensar, en hablar, en buscar la verdad sin miedo. No es casualidad que hayan elegido a un agustino en estos tiempos donde todo mundo grita, pero pocos piensan.
Además, la Iglesia rompió un tabú: un superpoder espiritual ahora está en manos de alguien nacido en una superpotencia geopolítica. Pero lo ha hecho con inteligencia, no eligiendo al estereotipo del poder estadounidense, sino a un hombre con causas que contradicen abiertamente el nacionalismo excluyente de figuras como Donald Trump. Es una elección que, en su forma y fondo, representa una bofetada moral al discurso del miedo y del odio.
León XIV nació en Chicago, pero vivió más de treinta años en Perú como misionero, maestro, párroco y obispo. Se naturalizó ciudadano peruano en 2015. Esto lo convierte en el primer papa con pasaporte estadounidense, pero también en el segundo consecutivo con raíces latinoamericanas —después del argentino Jorge Mario Bergoglio, el papa Francisco.
Esta doble identidad geográfica no es solo una curiosidad: es una clave. León XIV entiende las dos Américas. Ha caminado con comunidades indígenas y migrantes del sur, pero también ha navegado las complejidades institucionales del norte. En tiempos de tensión entre Estados Unidos y América Latina, su figura puede ofrecer un nuevo tipo de diplomacia moral: una que no pasa por cancillerías, sino por la conciencia.
Para México, la llegada de León XIV al papado es una oportunidad, tiene mucho que aportar a la relación de nuestro país con Estados Unidos.
Puede que muchos no crean en la Iglesia, y está bien, pero incluso para los que no son católicos, la figura del Papa importa, porque cuando el mundo se polariza, el que llama a la calma se vuelve esencial. Cuando todos se insultan, el que propone el diálogo se convierte en esperanza.
Así que sí, este papa es estadounidense. Pero no es como el estadounidense que ha protagonizado los periódicos en los últimos meses y tal vez por eso mismo, es justo el que el mundo necesitaba.