Podríamos estar alimentando a una mucho mayor parte del mundo con lo que sembramos. El campo mexicano tiene gran potencial, un pie en el futuro y otro atrapado en el pasado: una potencia en hortalizas, pero dejamos que se nos escape de las manos lo esencial: el maíz y los granos.

¿Por qué? Porque nuestras políticas públicas están más llenas de ideología que de inteligencia, y eso está generando que seamos cada vez más dependientes del extranjero en cuanto a alimentos en grano, haciendo exactamente lo contrario de lo que la cúpula del gobierno dice que quiere lograr.

El discurso oficial argumenta que se trabaja por llegar a la autosuficiencia alimentaria, que seremos cada vez más soberanos en el campo. Pero en los hechos, México está perdiendo el control de lo más básico: su comida. Y lo más grave es que no es por falta de dinero, sino por falta de rumbo. Así lo platiqué con Juan Carlos Anaya en mi podcast En Blanco y Negro —que pueden ver en—, y lo que me contó debería preocuparnos a todos, porque con los alimentos no se juega.

Me contó Juan Carlos cómo, hace apenas unos años, México producía el 82% de los granos que consumía. Hoy, ese porcentaje podría caer a 42% para 2025. Importamos 23 millones de toneladas de maíz amarillo al año, lo que equivale al 85% de lo que usamos. Y, mientras tanto, le ponemos el pie a los productores mexicanos. ¿La razón? El maíz estadounidense es genéticamente modificado y, en México, por una mezcla de miedo, ignorancia e ideología, eso está prohibido.

Lo curioso es que perdimos el panel comercial con Estados Unidos porque no pudimos demostrar que ese maíz transgénico hace daño y ahora ya está permitido importarlo hasta para el consumo humano. No hay evidencia científica que lo respalde. Pero eso sí, lo seguimos comprando e importando por toneladas. ¡Absurdo! Porque, al mismo tiempo, le quitamos el apoyo a los científicos mexicanos para que desarrollen nuestra propia tecnología. El miedo es natural, pero no debe gobernar nuestras decisiones. Hay que escuchar a la ciencia, no a las creencias viscerales.

Por otro lado, nuestros campesinos son listos. Muchos, con toda lógica, han migrado a productos más rentables. Hoy México produce 44 millones de toneladas de frutas y hortalizas, cuando antes eran solo 17 millones. Tenemos 128% de autosuficiencia en este rubro y exportamos esos excedentes a Estados Unidos y otros países. En el sector pecuario (ganadero: vacas, cerdos, ovejas, pollos) también vamos creciendo: de 12 millones de toneladas en 1994 a 26 millones hoy, de acuerdo con Juan Carlos. Pero no todos los sectores corren con la misma suerte.

El problema es que el gobierno se comporta como si supiera más que los propios productores. Se mete en lo que no debe, entrega apoyos mal diseñados y decide por ellos qué sembrar y cómo. Por ejemplo, el programa de fertilizantes gratuitos cuesta 17 mil millones de pesos, pero muchos campesinos los revenden porque les dan lo que no necesitan y les quitan lo que sí. ¿Y qué es eso que sí necesitan? Infraestructura, acceso al agua, crédito, seguridad, apoyo técnico y reglas claras.

Pero todo eso ha sido desmontado. De acuerdo con Juan Carlos, el presupuesto para infraestructura de riego bajó de 15 mil millones a solo 100 millones. El 70% del agua del país va al campo, pero se pierde la mitad por fugas y mal manejo. Solo el 26% de las tierras tiene riego. Tenemos 4 millones de hectáreas agrícolas ociosas porque nadie se arriesga a sembrar sin condiciones mínimas. Se eliminó la Financiera Rural y, con ello, el crédito asequible; desapareció el ingreso objetivo, se canceló la agricultura por contrato… todo lo que daba certidumbre al productor se esfumó. Lo único que ha crecido es el riesgo.

Y para rematar, Senasica, el organismo que cuida que nuestros alimentos estén sanos, también recibió tijera: su presupuesto ha bajado 20% desde 2018. Es como si te dejaran sin doctor justo cuando más lo necesitas. Porque sí, ese organismo es el que garantiza que las frutas, verduras y carnes que compras en el supermercado no te hagan daño a ti ni a tu familia. ¿Por qué le estamos recortando?

Y mientras tanto, se presume que Segalmex apoya a 40 mil productores, pero hay 2.8 millones en total. El problema no es el dinero. El problema es que estamos gastando mal, dejando de apoyar la productividad. Lo poco que se gasta, además, está manchado por escándalos de corrupción que ya todos conocemos.

Lo triste es que el campo mexicano es un gigante dormido. Hoy exportamos 54 mil millones de dólares en alimentos: más que petróleo o turismo. Somos, desde hace muchos años, el séptimo exportador agroalimentario del mundo. Sí, el séptimo. El aguacate, la cerveza, el jitomate y la fruta fresca son historias de éxito que nos deberían llenar de orgullo. Nuestros productores ya demostraron, desde hace tiempo, que pueden competir y ganar. Pero necesitan condiciones.

“No es que no haya dinero, es que se está usando mal.” Esa frase lo resume todo. El campo no necesita regalos, necesita herramientas. Necesita inversión, tecnología, infraestructura y, sobre todo, libertad. Libertad para decidir qué sembrar, cómo y con qué tecnología. Libertad para negociar, para crecer, para competir. El gobierno debe dejar de tratar a los productores como niños, querer tomar las decisiones por ellos y empezar a verlos como lo que son: adultos responsables, parte esencial del futuro de México.

Hoy tenemos una gran oportunidad. Cada vez menos estadounidenses quieren trabajar en el campo. Hay un hueco enorme que podemos llenar si hacemos bien las cosas. Pero no podemos hacerlo solos. Necesitamos políticas que acompañen al productor, no que lo ahoguen. Necesitamos decisiones con base en evidencia, no en prejuicios. Y, sobre todo, necesitamos creer en el potencial de nuestra gente del campo.

Porque si les damos lo que necesitan, los campesinos mexicanos no solo van a alimentar a México… también pueden alimentar al mundo.

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