En política, los péndulos nunca descansan. A veces oscilan con furia y a veces con la delicadeza de un reloj antiguo. Hoy, el péndulo mexicano está claramente del lado de Morena. No sólo por los resultados electorales recientes, sino por una legitimidad social que, en términos históricos, pocas administraciones han logrado concentrar. La presidenta, con un mandato amplio y una visión clara, se encuentra en un momento de fortaleza que no se veía desde hace décadas, aunque ahora la coyuntura la enfrenta a su primer gran reto interno. Lo sucedido en las semanas recientes nos recuerda que ningún péndulo permanece estático. Y que, en política, los excesos siempre se cobran factura.
Durante el primer año de gobierno la presidenta y su equipo cercano han mantenido una línea institucional y un tono firme, pero sensato. Pero esto no ha sido el caso en otros espacios del gobierno y del partido. Gobernadores que buscan censurar y confunden mayoría con impunidad, legisladores que usan la fuerza política como una credencial para la arrogancia, presidentes municipales que creen que la ola que hoy los impulsa jamás retrocederá. Los excesos son visibles para la ciudadanía y tarde o temprano tendrán consecuencias.
Hoy muchos en Morena se sienten inmunes y nos lo quieren hacer ver. Pero la historia enseña que la inmunidad política es una ilusión óptica: se ve firme hasta el día en que desaparece. Y el peligro no es sólo personal o partidista: cuando el péndulo se desplaza abruptamente, abre espacio para fuerzas que antes no existían o que parecían marginales. Los excesos de un lado crean el caldo de cultivo para alternativas radicales del otro lado. Aunque ahora su viabilidad política parece lejana, la ultraderecha se radicaliza en México, y aunque son pocos, cada vez son más. Es ahora donde ese riesgo puede sembrarse o evitarse. Menospreciar el riesgo es un grave error.
La reacción frente a la marcha del sábado pasado ilustra bien este punto. Los organizadores de la marcha son claramente provocadores que deben asumir las consecuencias de la violencia que han generado. Pero aún así, la narrativa previa a la marcha fue innecesariamente despectiva. No es falso que muchos de los impulsores de estas movilizaciones tengan intereses políticos o económicos claros. Pero reducir todo el fenómeno a ese origen es un error que intensifica la polarización. También hay gente genuinamente harta de la violencia cotidiana, harta del asesinato del alcalde de Uruapan, harta de sentir que la vida pública avanza más rápido que la justicia. Y esas causas —conviene decirlo sin rodeos— son causas que la Presidencia comparte. No son banderas ajenas ni contradictorias; son dolores nacionales que esta administración, por primera vez en mucho tiempo, está atendiendo con estrategias que están empezando a funcionar.
Por eso quizá convenga un cambio de estrategia discursiva. No se trata de conceder terreno a los liderazgos que instrumentalizan la inconformidad; se trata de reconocer que perdidos entre ellos hay ciudadanos genuinos que quieren sentirse escuchados. Integrar parte de esa narrativa no es debilidad, es inteligencia política. Es evitar que el hartazgo, que hoy es difuso y diverso, sea apropiado mañana por quienes buscan fracturar al país.
Del mismo modo, es momento de acotar los excesos dentro de Morena. No solo por imagen sino por prudencia histórica. Porque cuando el péndulo regrese, como siempre regresa, serán esos mismos gobernadores, legisladores y alcaldes los que descubran que la vulnerabilidad también les alcanza. Y lo que México menos necesita entonces es un ecosistema político radicalizado, con una derecha extrema fortalecida por errores evitables.
La izquierda mexicana sabe lo que es ser menospreciada, atacada y confrontada desde el poder. Durante décadas fueron los movimientos de izquierda los que fueron víctimas del asedio gubernamental y el desdén de las élites. A la larga eso los fortaleció. Para algunos -los más burdos-, el estar ahora en el poder significa la posibilidad de la venganza. Pero los más sensibles a lo que sucede socialmente en el país entenderán que justamente se trata de lo contrario, de no cometer los mismos errores, de no repetir la historia a la inversa.
La presidenta ha dado señales de madurez política y vocación institucional. Esa sensatez debe permear hacia abajo. El péndulo, al final, no distingue colores; sólo reacciona a los movimientos que provocan quienes lo empujan sin medir consecuencias. Hoy, que Morena ocupa el centro de gravedad, es el momento perfecto para actuar con mesura. No por miedo, sino por responsabilidad. No por cálculo, sino por futuro. Porque en México, como en cualquier país, la estabilidad se construye anticipando lo que viene, no celebrando demasiado lo que ya se tiene.
Analista

