La semana pasada escuchaba un podcast de Ingela Camba sobre el Ghosting, tema que he tocado en algún momento y que me pasa seguido. Refrescando un poco la memoria el ghosting se da cuando el otro lado de la ecuación desaparece así como por arte de magia, en un momento está y en el siguiente se ha esfumado. Por lo general pensamos solamente en casos de relaciones interpersonales. Un ejemplo radical sería lo sucedido a Olivia Newton-John cuando su pareja de nueve años, Patrick McDermott, desapareció sin dejar rastro mientras se fue de pesca en las costas de California y hasta la fecha se sigue sin saber realmente qué fue de él (aunque se rumora que vive en México). Mas el ghosting también se da en otras esferas de la vida y, en lo laboral se resume en “Don´t call us, we´ll call you” y la llamada nunca llega. Al final del podcast, una pregunta clave: ¿Sé decir adiós?
Y es que es más fácil desaparecer, fingir demencia, no tomarse la molestia, no tener la gentileza y educación de decir “Gracias, pero no gracias”, “No me interesa”, “No me interesas”. Existen muchas alternativas, mentiras blancas “No eres mi tipo”, “Creo que me está dando gripa” y en el mundo laboral el clásico “Por el momento no buscamos gente con sus habilidades”. El saber decir adiós, el despedirse como se debe según la circunstancia, es un arte que no domino lo cual me parece bastante irónico considerando el número de veces que lo he tenido que hacer -o tal vez por ello. La edad, la experiencia, situaciones similares, soy de esas que dicen “Seguro nos vemos antes”, para evitar una larga despedida, lágrimas, bendiciones, consejos, sabiendo que no volveremos a ver y esperando que mi cara no me delate.
Una vez, hace muchos años, había un amigo con quien tenía profundas e interesantes conversaciones telefónicas, horas y horas hablando de todo y de nada. Un día llegó a mi casa, de su parte, un gran ramo de rosas rojas. “¿A qué se deben? No es mi cumpleaños”. Y entonces vino el discurso de su parte que si él y yo y las estrellas y no, no iba por allí la cosa, lo cual le expliqué con el mayor tacto del mundo. Pero siguió llamando, dejando mensajes y, una tarde saliendo del trabajo apareció junto a mí en la parada del camión, ni manera de escabullirme: “¿Por qué me estás evitando?” ¿Cómo explicarle, entonces, que éramos muy distintos, que si bien disfrutaba de nuestras conversaciones telefónicas, jamás pasaríamos a más, que no éramos compatibles, vamos, ¿cómo decirle que no estaba interesada en sus avances, sin lastimarlo? La realidad de las cosas es que me acorraló y, no me quedó otra sino enfrentarlo lo mejor que pude, porque no sé decir adiós.
Hoy en día, en medio del caos y la confusión, vivimos con tanto miedo y desconfianza, con tanta sospecha, que preferimos mejor ni moverle. ¿Me gusta hacer ghosting? Preferiría no tener que recurrir a estos extremos pero a veces no hay nada más qué decir, nada más que aclarar, ni escuchar. A veces es lo que es sin razón, sin por qué. Las personas, las oportunidades, las situaciones entran y salen de la vida sin advertencia ni explicación, entre prisas llegan y se van. Y aún así, con el conocimiento y certeza de que las cosas no siempre son como una quisiese, ser la o el recipiente de un ghosting duele, frustra, es como oír “No aportas nada nuevo, ni positivo, ni útil a mi vida”, explicación que pocos y pocas se atreven a dar y nadie quiere oír.

