Cuatro, dijo Vargas Llosa; sí, cuatro, La ciudad y los perros, Conversación en la catedral, La fiesta del chivo y La guerra del fin del mundo. Pero a la gente le gusta Pantaleón, Pichulita y la tìa Julia. Lo sé, y a ti Palomino Molero. También donde Madame Bovary es Lady Godiva. Cuatro, ya dije. ¿Y la de su papá? Caminamos por el malecón de Lima. Nublado. Los campeones de surf lucían su comunión con el océano y nosotros avanzamos despacio. Beatriz de Moura me compartió su opinión sobre su candidatura a la presidencia de su país. Seguro te hizo una traducción de un instante en la vida de Napoleón. No, solamente hablamos de Milan Kundera; ¿sabe quién inventó el ascensor en que nos movemos? Claro, Leonardo Da Vinci, incluso lo concibió antes que la servilleta. Usted es un gran creador de personajes, ¿cuál es la clave?. ¿Solo de personajes? Y de espacios. En sus novelas los espacios juegan y ganan; sus historias llenan vidas. No te olvides de que soy novelista. Sí, y de la verdad de las mentiras y las obsesiones de Flaubert. Sonrió, llegamos a su piso. Me regala su corbata y se despide. Piso la calle sucia y alcanzo al maestro, as de corazones. No sé por qué le gusta caminar por aquí, hay demasiado ruido y transeúntes. ¿No imaginas por qué? Cada tanto topo con Cervantes, conversamos de futbol, de caballos y de lo injusto que es la vida después de Séneca. ¿De Séneca? Creí que vivía en Barcelona. A veces se esconde de Nerón pero no viaja tan lejos. Ahora entiendo por qué lo odia Lope de Vega. Te aclaro, hay una librería en la calle Mayor que me gusta. ¿Por qué venden ejemplares de sus libros? Por todo, una librería es todo; allí están las realidades de todos los tiempos, los sueños y los corazones muertos que aún palpitan. ¿No es temprano para echarse un capitán? Me agrada que recuerdes eso. Mientras los que detestan sus ideas, que no llegan a la categoría de enemigos, se rasgan las vestiduras y manifiestan que es el culpable de todas sus angustias de todos sus quebrantos, sus amigos, lectores, admiradoras y admiradores recuerdan sus libros, sus anécdotas, sus artículos, sus conferencias y publican fotos que se tomaron con usted. Marisol Schulz, Héctor Abad Faciolince, Pilar Reyes, Xavier Velasco, Leonor Quijada, Rodrigo Fresán, Karina Sainz Borgo, Juan Cruz, Mónica Lavín, Fernando Iwasaki, Rosa Beltrán, Raúl Quiroz y otros nombres que escurren por páginas escritas, pensadas, eliminadas. Usted aseguró que “lo más importante que me ha pasado en la vida ha sido aprender a leer.” Juro que pensé que lo más importante había sido entrenar para acertar derechazos a la mandíbula. Incluso gané una apuesta. Luego discutimos la manera tan tierna en que Julio Ramón Ribeyro se expresó de La Ciudad y los Perros. Algo dijimos de la dictadura perfecta como una premonición. Nos encontramos en un elevador en Turín y me deseó la mejor de las suertes. Estaba allí para presentar la novela que estoy escribiendo. La de Carmen Larrañaga. Después fuimos a una cena grupal. Estaban Isabel, Pilar, Leonor, Arturo Pérez-Reverte, Guillermo Arriaga y su esposa y otras personas importantes para las letras del mundo. Comimos, bebimos y conversamos hasta que una nave desconocida los abdujo a usted y a Isabel y nos marchamos cantando “La Flor de la canela”. Cuatro, dijo Vargas Llosa y Carlos Fuentes arregló su corbata, Julio Cortázar encendió un cigarrillo y Gabriel García Márquez se sobó la barbilla.

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