La designación de Jorge Mario Bergoglio como Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana es resultado de un largo proceso histórico que marco el agotamiento de un proyecto de Iglesia que apuntaba a su articulación con los estados hegemónicos y las oligarquías nacionales. Este proyecto era muy atractivo para las elites sociales, políticas y económicas porque la facilitaba la construcción de consensos sociales, pero a su vez implicaba un alejamiento de su propia feligresía agobiada por esta política contra el modernismo que fuera delineado a fines del siglo XIX.

Los planteos del Concilio Vaticano II (1963-65) intentaron renovar a la Iglesia a la vez que trataban de inspirarse en los principios de los Evangelios, pero afectaban este proceso y los grupos tradicionales de poder cooperaron en la extraña muerte de Juan Pablo I en 1978 y pudieron influir en la designación del arzobispo de Cracovia que estaba confrontado con el régimen comunista de ese país y respaldaba los masivos movimientos de oposición al sistema del socialismo real.

Las oligarquías latinoamericanas respiraron con alivio cuando Ratzinger y Juan Pablo II iniciaron el desmantelamiento de la Teología de la Liberación y la Teología India, el único detalle es que los católicos se sintieron defraudados por el giro que asumía la Jerarquía de su Iglesia y dejaron de asistir a los templos o se fueron con otras iglesias que cubrían mejor sus expectativas espirituales. En Europa los templos se venden al mejor postor por el abandono que padecen y en América Latina los evangélicos y pentecostales crecen sistemáticamente.

La designación de Ratzinger como Benedicto XVI fue desastrosa, sin el carisma del anterior y rebasado por las mafias de la Curia Romana fue asediado por escándalos patrimoniales, lavado de dinero y un caos financiero, más la lluvia de denuncias por abusos sexuales del clero. Benedicto se sintió impotente para asumir el desafío y respaldó con su renuncia la entronización de Bergoglio, un jesuita atípico que tenía algunas ideas interesantes.

Cuando el arzobispo de Buenos Aires, un ítalo-argentino asumió como papa, comenzó a desplegar su estrategia que sorprendió a los cardenales que lo habían designado. En la estructura burocrática más antigua del mundo occidental como es la Iglesia, nadie dice lo que piensa hasta que llega al cargo que considera merecer.

Francisco inició su gestión confrontándose con las mafias financieras, eliminó las cuentas “sin nombres” del banco vaticano y se quedó con los depósitos de 5000 “clientes” que prefirieron perder sus depósitos a identificarse. Luego inició el desmantelamiento de todos los espacios de la Curia Romana controlados por camarillas amafiadas, las que fueron lentamente sustituidas por mujeres religiosas.

En lo doctrinal se planteó un retorno a los textos bíblicos, reivindicó el mundo de los judíos del Éxodo, “ustedes van detrás del carro del faraón” les increpó a los obispos mexicanos en la catedral primada, reclamó la “venta de indulgencias” que hacía el clero manipulando los recursos y las donaciones de los feligreses, a la vez que siguiendo el “Sermón de la Montaña” reivindicó a los pobres y los descartados (jóvenes, niños, viejos), mientras reclamaba con vehemencia el respeto a las mujeres.

En este contexto podemos decir que hizo la Reforma de la Iglesia desde adentro de la misma y por si quedaban dudas en los 500 años de la Reforma Luterana, reivindicó las propuestas de ese monje agustino que fuera excomulgado. Aunque sus propuestas sociales se acercaban más a las formulaciones de la Reforma Radical de los anabaptistas que combatieran Martín Lutero y los príncipes alemanes.

La tercera revolución de Francisco fue depurar el clero de pederastas y otros perversos que se refugiaban detrás del prestigio de la Iglesia para evadir la justicia. Un conjunto de estrategias de quienes abusaban y evadían su responsabilidad con las víctimas y la sociedad. Esto fue una tarea inconclusa pues las dimensiones del asunto son de tal magnitud, que cada avance, sólo sirve para mostrar todo lo que falta.

También puso de relieve la complejidad de la vida en familia, el erotismo y la vida cotidiana de las personas, allí se confrontó con los “moralistas” cuya premisa es “haz lo que yo digo y no lo que yo hago”, aquellos que juegan a ser dioses que pueden condenar a los “pecadores” a vivir “condenados en los infiernos”.

La moneda está en el aire, como será el relevo papal en la Iglesia: volverán los tradicionalistas que ambicionan servir a las elites invocando la Tradición o continuarán quienes quieren mantenerse en los principios del Evangelio.

Doctor en antropología, profesor investigador emérito ENAH-INAH

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