La designación del nuevo jefe de la Iglesia Católica es un acontecimiento importante que sirve para reflexionar sobre los problemas nodales de los mundos religiosos. En este caso la llegada de Robert Francis Prevost al pontificado nos obliga a varias reflexiones. Sustituye al ítalo-argentino Jorge Mario Bergoglio (Francisco) y el mando de la Iglesia sigue en el continente americano, un gringo peruanizado, nacido en los Estados Unidos, con ancestros de distintas “razas” en el sentido norteamericano de las “diversidades raciales”, donde una “gota” de sangre afro es vista como “contaminante”, pues uno de sus abuelos maternos era haitiano.
Francisco era de la generación X, nacido en 1936, los niños que vivieron las vicisitudes de la Segunda Guerra Mundial. Prevost (1955) es de los últimos baby-boomers (1946-64), vivió los movimientos contraculturales surgidos del 68 francés y las protestas juveniles contra la Guerra de Vietnam, que obligó a los Estados Unidos a eliminar el servicio militar obligatorio. León XIV tenía 20 años cuando en el contexto de la Guerra Fría el ejército norteamericano sufrió su primera derrota histórica, la toma de Saigón por los militantes del Frente Nacional de Liberación de Vietnam, los comunistas del Viet-cong. Dos años después el futuro papa ingresó al noviciado de los Agustinos.
Es importante reflexionar sobre la elección de su nuevo nombre León XIV que es una definición programática contundente: “el Papa León XIII, con la histórica Encíclica Rerum Novarum, afrontó la cuestión social en el contexto de la primera gran revolución industrial y hoy la Iglesia ofrece a todos, su patrimonio de doctrina social para responder a otra revolución industrial y a los desarrollos de la inteligencia artificial, que comportan nuevos desafíos en la defensa de la dignidad humana, de la justicia y el trabajo.”
El programa es elocuente, como ciudadano de dos mundos está interesado en reformular la Iglesia Católica para dar respuesta a los grandes desafíos, enfrentando los desafíos de la secularización del Primer Mundo, secularización que no necesariamente significa increencia, sino que se trata de nuevas formas de percepción de lo sagrado y de búsqueda espiritual a las cuales las jerarquías religiosas sólo saben responder con “más de lo mismo” y provocan que muchos jóvenes respondan “en materia religiosa, nada en particular”. En estos contextos, y después de la pandemia de Covid19, el desafío es ser “propositivos”.
En el Tercer Mundo, en África, Asia y América Latina la cuestión pasa por entender las nuevas realidades fruto de la pobreza y la tenue prosperidad de algunos países que su “progreso” está relacionado con una distribución internacional del trabajo abasteciendo materias primas a los países maquiladores cuya viabilidad está siendo cuestionada por las políticas de aranceles de Trump que aspira a establecer una nueva división internacional del trabajo que le permita a los Estados Unidos ser una nación de servicios financieros y volver a competir como potencia industrial.
Una experiencia vital del nuevo papa es la violencia, su hermano mayor es militar, su país natal constantemente está involucrado en conflictos bélicos y además la población tiene acceso a armas y hay mas de 500 tiroteos anuales con más de cuatro víctimas. En Perú le tocó vivir el cruel conflicto interno contra Sendero Luminoso, donde hubo masacres de misioneros católicos y de población civil por Sendero, a la vez que hubo graves violaciones a los derechos humanos por el Estado, que también fueron oportunamente señalados por la Iglesia en la búsqueda de una reconciliación histórica que aún está pendiente. No por casualidad en su primera misa dominical aludió a la necesidad de la paz en Ucrania, en Gaza, cesando los “ataques a la población civil y la liberación de todos los rehenes”, a Pakistán y la India, dos potencias nucleares donde las minorías cristianas sufren violentas persecuciones.
La preocupación del Papa no está necesariamente en las cuestiones geopolíticas, sino que su interés está centrado en los nuevos problemas sociales, las migraciones, el racismo, la discriminación, la segregación social y racial, cómo iluminar desde una perspectiva religiosa las novedades del siglo XXI, como trató de hacer León XIII con las del siglo XX. Todo esto desde los aportes de Francisco y el Concilio, particularmente el amor al prójimo, a los semejantes, esa fue la contundente respuesta que le diera al vicepresidente de los Estados Unidos David Vance quien tiene otras prioridades.
El nuevo Papa tiene muy buenas intenciones, veremos si puede construir los senderos para cumplir con los buenos deseos y si “los emisarios del pasado” lo dejan avanzar. No es tarea de un solo hombre, es un compromiso de la humanidad.
Doctor en Antropología, profesor investigador emérito ENAH-INAH