Por Rolando Fuentes

(Primero de tres artículos de la serie "Repensar la economía global: de Ricardo y Keynes al proteccionismo actual")

Cuando el economista David Ricardo formuló su célebre teoría de la ventaja comparativa en 1817, seguramente no imaginó que su modelo se convertiría en uno de los pilares intelectuales más longevos del comercio internacional. En su versión más simple, Ricardo nos enseñó que incluso si un país es menos productivo en todo, aún puede beneficiarse del comercio si se especializa en lo que hace relativamente mejor. El resultado: todos ganan.

Durante dos siglos, esta lógica pareció incuestionable. Pero hoy, frente a déficits comerciales abismales, tensiones geopolíticas crecientes y una economía global cada vez más desequilibrada, cabe preguntarse si el modelo de Ricardo ha llegado a su límite.

El caso de Estados Unidos: ¿excepción o advertencia?

Ningún país encarna mejor esta paradoja que Estados Unidos. A lo largo de las últimas décadas, ha acumulado déficits comerciales colosales, en particular con China. Mientras los políticos en aquel país discuten si la culpa es de China, vale la pena invertir la pregunta: ¿y si el problema no es de oferta externa, sino de demanda interna?

Estados Unidos consume más de lo que produce. Y lo hace con entusiasmo. Su economía se ha estructurado alrededor del gasto y el crédito, no del ahorro y la balanza. En lugar de ser “víctima” de la competitividad china, es el protagonista de una historia donde importar es parte del guion estructural.

Pero la paradoja es aún mayor.

¿Puede el déficit comercial ser un arma secreta?

Durante años, el déficit externo ha sido una fuente silenciosa de beneficios para EE.UU. Gracias a la globalización, pudo importar bienes baratos que mantuvieron baja la inflación. Eso, a su vez, permitió tasas de interés también bajas, lo que facilitó el financiamiento barato para nuevas ideas, startups y apuestas tecnológicas.

En este entorno, florecieron las grandes tecnológicas: Google, Apple, Amazon, Meta. Es posible que estas empresas no hubieran surgido —al menos no con la misma fuerza— sin ese entorno de estabilidad macroeconómica alimentado por el déficit. Aquí está la gran paradoja: el mayor déficit comercial del mundo fue, al mismo tiempo, el suelo fértil para la mayor concentración de innovación tecnológica de la historia.

Monopsonios y monopolios americanos

Estados Unidos no solo consume más de lo que produce. Actúa como un monopsonio global: es el comprador dominante del mundo. Esto le da un poder estructural sobre las cadenas globales de valor, pero también lo hace vulnerable a sus propios excesos. Cuando impone tarifas a las importaciones, no está tanto corrigiendo una distorsión como intentando socializar el costo de ese desequilibrio, trasladándolo a productores extranjeros y consumidores domésticos.

A esto se suma un privilegio aún más invisible: el monopolio del sistema de pagos internacional. Como el dólar es la moneda de reserva y transacción dominante, EE.UU. exporta no solo productos, sino también su sistema financiero. Esto le permite financiar su déficit en su propia moneda, sin sufrir devaluaciones inmediatas ni crisis de balanza de pagos.

El verdadero dilema: ¿sistema o síntoma?

En esta historia, el déficit comercial de Estados Unidos no es un error de política, sino una consecuencia lógica de su lugar en el mundo. Un país que tiene el poder de imprimir la moneda que todos quieren, que define las reglas del sistema financiero, y que actúa como el mercado final de la economía global, no necesita seguir las mismas reglas que el resto.

Pero ese poder es también una trampa. Porque mientras el resto del mundo produce, Estados Unidos consume. Mientras otros exportan trabajo, Estados Unidos exporta dólares. Mientras otros países construyen fábricas, Estados Unidos construye algoritmos.

Y así llegamos a la pregunta final: ¿De verdad ha muerto el modelo de Ricardo? ¿O simplemente estamos viendo su versión más perversa y sofisticada? Tal vez la ventaja comparativa no murió. Solo cambió de rostro. Hoy se llama poder estructural, concentración financiera, evasión fiscal y dependencia mutua. Y el mayor misterio de todos es que, aunque este sistema parece injusto y desequilibrado, ha logrado hacer de la economía estadounidense la más rica de la historia.

Profesor del Departamento de Finanzas y Economía de Negocios de EGADE Business School del Tecnológico de Monterrey.

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