Por Pablo Necoechea

El Mundial de fútbol FIFA 2026, que por primera vez se celebrará en tres países: México, Estados Unidos y Canadá, representa una oportunidad histórica para demostrar que el deporte más popular del mundo puede alinearse con la agenda climática global. Pero esa misma magnitud, que despierta entusiasmo, también lo convierte en un desafío ambiental sin precedentes. Con 48 equipos y 104 partidos (frente a los 32 y 64 de ediciones anteriores), los traslados, la logística y el consumo energético se multiplicarán, al igual que la generación de residuos y emisiones.

El impacto ambiental proyectado no es menor. Según la organización Scientists for Global Responsibility (SGR), la Copa del Mundo 2026 podría emitir más de 9 millones de toneladas de CO₂ equivalente (MtCO₂e), lo que la convertiría en la más contaminante de la historia. Para comparar, Catar 2022 generó alrededor de 5.25 MtCO₂e, según la propia FIFA. En otras palabras, este Mundial podría emitir tanto dióxido de carbono como el consumo energético anual de un país pequeño. Las cifras evidencian que, sin una acción decidida, el evento corre el riesgo de anotar un autogol ambiental.

Conscientes de ello, la FIFA presentó la “Estrategia de Sustentabilidad y Derechos Humanos” que busca reducir el impacto ambiental y generar beneficios sociales duraderos. El proyecto plantea metas ambiciosas: uso de energías limpias, movilidad sustentable, reducción de residuos, diseño sostenible de estadios y compensación de emisiones. Según el organismo, las nuevas o renovadas sedes deberán obtener certificaciones de eficiencia energética y gestión responsable de recursos. Sin embargo, el éxito dependerá de su implementación real y de una supervisión independiente que garantice transparencia y resultados verificables.

Hay ejemplos que marcan el camino. En Catar 2022, el 79 % de los residuos de construcción fue reciclado o reutilizado, y se adoptaron medidas de circularidad como el uso de botellas 100% recicladas y mobiliario fabricado con materiales reaprovechados. No obstante, las condiciones en Norteamérica —por su extensión, diversidad climática y dependencia del transporte aéreo— exigen soluciones distintas. En México, las sedes de Ciudad de México, Guadalajara y Monterrey deberán priorizar la sostenibilidad ambiental mediante la gestión de la eficiencia energética, el consumo de energía renovable, la gestión hídrica, la economía circular y la movilidad eléctrica, si es que se busca un modelo verdaderamente sostenible.

México, además, tiene la posibilidad de convertir este evento en una plataforma de innovación verde. Monterrey puede aprovechar su ecosistema industrial para desarrollar tecnologías de energía renovable y de gestión de agua; Guadalajara, su ecosistema digital para monitorear en tiempo real datos de consumos y huellas ambientales; y la Ciudad de México, su red de transporte para fomentar traslados eléctricos y colectivos. Cada sede podría convertirse en un laboratorio de políticas públicas, inversión responsable y colaboración entre academia, empresas y gobierno.

El reto, sin embargo, es mayúsculo. Un reporte reciente de edie.net advierte que seis de los 16 estadios del Mundial enfrentan altos niveles de exposición al calor extremo, lo que podría representar potenciales riesgos para jugadores y aficionados. Además, la dispersión geográfica de las sedes puede elevar la huella de carbono asociada al transporte aéreo, contrarrestando los avances logrados en otras áreas. Por ello, será fundamental coordinar una estrategia regional de movilidad aérea sostenible, con rutas optimizadas, compensaciones reales de emisiones y uso del combustible sostenible de aviación (SAF), sencial para reducir los gases contaminantes del sector.

Ante este panorama, México podría concentrar sus esfuerzos en tres frentes:

  1. Energía y movilidad limpias, garantizando que la electricidad de los estadios provenga de fuentes renovables y que los traslados sean de bajas emisiones. 
  2. Economía circular, desde la construcción con materiales reciclados, campañas de “cero residuos” durante los partidos y una correcta disposición de los suministros, insertándolos en nuevas cadenas productivas para evitar que lleguen a rellenos sanitarios.  
  3. Transparencia con métricas, indicadores y metas públicas, que midan impactos ambientales como toneladas de CO₂ evitadas, porcentaje de energía renovable utilizada, litros de agua reutilizados o kilos de residuos reciclados por partido. 

El Mundial 2026 puede ser recordado como un torneo espectacular dentro y fuera de la cancha, pero sobre todo, como una oportunidad para demostrar que el deporte y el espectáculo también pueden liderar la transición hacia el desarrollo sostenible.

México tiene la posibilidad —y la responsabilidad— de convertir el Mundial de Futbol en un ejemplo histórico, donde cada gol en la cancha se traduzca en un avance ambiental tangible. El verdadero triunfo futbolístico no será sólo levantar la copa, sino elevar la conciencia colectiva sobre el medioambiente. Ese triunfo, sin duda, sería la celebración más importante de nuestra generación.

Director regional de EGADE Business School en la Ciudad de México y Querétaro

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