Esta semana que termina sucedió algo que me puso a reflexionar sobre la degradación de la comunicación en México y el grado de polarización en nuestro país.
Por supuesto me refiero al famoso “experimento” social hecho por un par de influencers, en el que fingían pelear en cámara acusándose entre ellos de chayoteros, intolerantes, princesas y otros adjetivos despectivos, tan comunes en nuestro, hoy día. Todo lo anterior haciendo gala de actitudes profundamente agresivas e intolerantes.
Este evento se viralizó, generando una oleada de reacciones desde cada uno de los bandos políticos actuales y de dudas, por parte de los que más cabeza fría tienen. Muchos alabaron o denostaron a alguna de las partes, para nada.
Tras unas horas, Alfonso y Natalia, destacadas personalidades de las redes, revelaron con tono de suficiencia y autocomplacencia que todo había sido un supuesto experimento social y que buscaban demostrar lo manipulable y extremas que se han vuelto las audiencias, en el caso de Poncho Gutiérrez también afirmó al aire que buscaba demostrar que aquellos que dicen no ser fanáticos lo eran.
Me gustaría revisar algunos puntos sobre este evento.
Ahora bien, ¿un ejercicio de este tipo, sin metodología, mediciones ni fundamento teórico es un experimento social?, la respuesta es obviamente negativa pero repasemos las razones. En primer lugar, hay un consenso profesional en sicología a partir del cual todo experimento social debe tener una hipótesis y esta debe ser neutra, buscar demostrar “que todos son manipulables por ser de tal o cual ideología” es tanto como decir que “toda la existencia es manifestación divina y lo que no lo comprueba no se puede tomar en cuenta”. El sesgo evidente ya anula la confiabilidad del supuesto experimento.
En segundo lugar, cualquier tipo de experimento que merezca este nombre busca sistematizar el conocimiento, entender y establecer nuevas cuotas de comprensión del ser humano y así como profundizar en el conocimiento y su diversidad. Generar una provocación a través de un video actuado, siguiendo patrones propagandísticos no es experimentar, es manipular.
Terminemos la parte del rigor que debe tener un experimento antes de pasar al deber ético que, como comunicadores, los aludidos deberían poseer en sus contenidos, así como el uso deliberadamente propagandístico que uno de ellos, al menos, está haciendo de su “experimento”.
La medición. Antes de iniciar cualquier experimento, del tipo que sea, se debe establecer cómo medir el resultado. Sin métricas reales o escalas que nos indiquen qué ocurrió tras el experimento solo podemos hablar de especulación, porque no se tiene data fehaciente.
De lo contrario podemos pensar en una manipulación, porque los que lo interpretan lo hacen de forma subjetiva y, por tanto, sesgada. En el caso que nos ocupa los protagonistas si hubieran descubierto una verdad empírica comprobada, verificada y repetible como sucede con todo experimento. Otra falacia.
Ahora bien, establecido que lo realizado en el video entre ambos influencers no es un experimento social, sino una ocurrencia o un intento de manipulación, pasemos al aspecto ético de su video.
No importa si se trata de leyes de protección a las audiencias, el manual de las directrices de la BBC, de la Ley de telecomunicaciones y radiodifusión, el código global de ética de la Federación Internacional de Periodistas, el código de ética de la Red de Periodista de a Pie o el simple sentido común que cualquier periodista/comunicador debe tener. Todos estos confluyen hacia el mismo principio: engañar deliberadamente a la audiencia no es un acto informativo ni es un acto ético, como quiera que se le vea.
Siempre se ha considerado que el trabajo de comunicación y periodismo en los medios de comunicación, aplicable también a los social media, debe poseer un estándar mínimo de calidad y manejo ético. Realizar un sketch con la finalidad de provocar a las audiencias con un engaño no solo sale de esos límites, sino que pasa ya al punto de la manipulación irrespetuosa hacia las personas que consumen el contenido que se ofrece.
Personas que, sobre todo en el esquema de monetización de las redes sociales, son quienes dan beneficios económicos y otorgan credibilidad a los creadores e informadores digitales.
La Credibilidad, con mayúscula, no es algo inherente al personaje o medio. Se debe ganar con el trabajo arduo, preciso y ético de cada informador. Tratar de generar tráfico y reacciones manipulando a una audiencia polarizada, algo comprobado antes del mal llamado experimento social, no solo afecta la credibilidad de los ejecutores de la engañifa sino a sus productores, aliados mediáticos y causa que enarbolan. La productora y analista Meme Yamel, el PAN y los medios para los que trabaja Alfonso Gutiérrez también están pagando un costo, entre otros afectados indirectamente.
Y es en este punto que me quiero detener un poco, el costo reputacional. En la clase que imparto de manejo estratégico de la reputación siempre les digo a mis alumnos que, en términos pragmáticos, no existe una buena o mala reputación sino una reputación alineada a los objetivos de su manejo y construcción de forma correcta o incorrecta.
También les recalco que toda decisión reputacional conlleva costos y, tanto los creadores y administradores como los personajes que son sus clientes, deben entender los costos que sus acciones y objetivos les acarrean.
Me hubiera gustado que Poncho y Nat, como se dicen ellos mismos, hubieran asistido a mis clases, quizá así yo entendería la razón para golpear de forma tan brutal sus propias reputaciones. Esto, claro, pensando que su objetivo sea que se les considere fuentes confiables de información y opinión en la política y el periodismo.
Quizá fue un caso de alegre ignorancia de las posibles consecuencias, algo que un buen asesor seguro les hubiera advertido, o tal vez un ejercicio consciente de soberbia que los llevó a realizar una parodia de sí mismos logrando algo que contradice su intento experimental: el repudio de tirios y troyanos sin sesgos o polarizaciones sobre su actuación. Un perjuicio autoinfligido que será muy difícil de reparar, si acaso les importa hacerlo.
Sea como sea, me parece que las explicaciones vertidas en entrevistas de radio, posts (algunos borrados) o cualquier otro medio de control de daños pierde toda su fuerza cuando se lee que Alfonso tuiteó casi de inmediato “Quiero disculparme con los derechairos a los que les provoqué graves daños en el esófago después de que se la tragaran todita”.
¿Si no era un ejercicio propagandístico deliberado por qué sólo menciona un lado del espectro de la polarización?, ¿era necesario el lenguaje soez y la vulgaridad?
Dicha reacción me hace recordar el principio de la trasposición en la propaganda que postulaba un tipo apellidado Goebbles “Cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo el ataque con el ataque”.
En otras palabras, el supuesto experimento social derivó en una acción de propaganda activa, ya sea intencionadamente o por el uso irreflexivo que se le dio a posteriori a las reacciones de los actores de esta. Pan, circo y propaganda.
En un mundo ideal, todo esto tendría que derivar en una disculpa pública clara y específica dirigida a sus audiencias, además de una revisión estratégica de parte de los medios y organizaciones en los que colaboran ambos influencers sobre la in-conveniencia que acarrea tenerlos en sus filas, por lo menos. Pero el México de 2025, dista MUCHO de ser ideal, así que lo más probable es que nada ocurra.
El modelo de comunicación preponderante en México busca el espectáculo por encima de orientar, generar indignación en lugar de información, crear morbo y polémica en lugar opinión informada.
Y todo parece claramente enmarcado en un plan estratégico cuyo objetivo es confundir y distraer, alentando el enfrentamiento de personas con opiniones encontradas y posiciones irreconciliables. Todo lo contrario a un debate democrático.
#InterpretePolítico
@HigueraB





