Todos los términos tienen sus palabras y sus épocas, sus significados son marcados por y para la gente. Así ocurre con el término certeza de acuerdo con el régimen en que se aplique.

Recuerdo que mi padre, que votaba en contra de la primera hegemonía a pesar de ser un alto funcionario en los ochenta y noventa, me decía que no importa saber de antemano quién iba a ganar, que el gobierno podía hacer fraudes, pero los ciudadanos sabíamos que terminaríamos ganando por tozudes y porque éramos más, eso es lo que cuenta en una democracia. Cuando le recordaban que México no era una democracia sino “la dictadura perfecta” siempre sonreía y decía “ya llegará”.

Después, a partir de la decepcionante alternancia en el poder protagonizada por Fox, algo cambió en el sentido de la palabra certeza. Como si siguiéramos libros de texto de diversos estudiosos de la ciencia política y la democracia, la certeza se volvió un instrumento institucional, una demanda colectiva.

Se exigió certitud en los procedimientos, en leyes e instituciones para que no existiera certeza en los resultados de las elecciones. En otras palabras, se demandó que el debate, las propuestas y programas, las campañas y los personajes en la boleta fueran los que definieran los triunfos en las urnas, sustituyendo al dedazo desde el poder como factor fundamental de los comicios. Desmontar el aparato estatal y sustituirlo por el voto ciudadano.

Es cierto que nunca se logró plenamente una democracia, ya que las élites de poder construyeron una partidocracia en los hechos, pero al menos se logró que la certeza en la democracia electoral avanzara y se redujera la de los resultados dictados desde el poder entre la última década del siglo pasado y las dos primeras décadas del presente. La ciudanía había ganado un poco de poder de decisión, pese a todo.

A partir de la llegada al poder de los que se llaman a si mismos diferentes al pasado, supuestamente partidarios de la democracia directa, se ha visto un enorme y exitoso esfuerzo por construir una contracerteza ciudadana, un final de la certidumbre institucional, para volver a la vieja convicción hegemónica: nosotros decidimos y las elecciones son sólo un montaje para alcanzar una falsa legitimación de los designios del poder.

Acusaciones de alianzas entre el nuevo poder político y la DO, secuestro y manipulación de operadores de partidos opositores, campañas presidenciales de una duración ilegal e inconstitucional, violación constante y contumaz de la norma electoral de silencio desde el púlpito presidencial son algunas de las cosas que se hicieron para dejar claro que la única certeza se dictaba era la que se generaba desde la esquina guinda.

Y esto no se escondía, basta recordar la declaración del diputado Hamlet García Almaguer durante el proceso de designación de la presidencia del INE y otras consejerías en 2023, dejaba claro que ellos decidirían y pondrían a sus lacayos, como Taddei, en las vacantes. Se aplicaba la nueva aplanadora del mayoriteo y de las cuotas y cuates se transitó a “todas mías”, políticamente hablando.

La contrahecha reforma judicial y el deforme proceso electoral que engendró han sido la muestra de que, en adelante, la nueva hegemonía no solo recupera lo peor de las viejas practicas del priismo autoritario del siglo XX, sino que le han añadido su propio toque de descaro, autoritarismo ineficaz y falaz y cinismo para manejar las elecciones.

En este…proceso electoral que vivimos se ha cambiado la constitución para luego violarla e ignorarla. Personajes como Monreal y Fernández Noroña se han sacado de la manga procedimientos, tiempos y reglas que no existen o que violan lo que ellos mismos legislaron hace unos cuantos meses.

El INE, en lugar de cumplir las funciones dictadas en la constitución y las normas secundarias, buscando mantener la limpieza, certidumbre y los derechos ganados por los votantes, se ha trabajado para reducir las condiciones que favorecen la participación de los votantes.

Esto se ha visto en su empeño en reducir el control ciudadano en etapas básicas del proceso electoral con menos lugares para votar, difundiendo mentiras y verdades a medias que reflejan el discurso oficial y quitando la participación y control de ciudadanos en etapas clave.

El más reciente ladrillo en la reconstrucción del edificio de la contracerteza construida desde la nueva élite del bienestar para controlar las elecciones y el poder, fue colocado por el TEPJF hace unos días. El 9 de abril, para ser precisos.

Ignorando la historia política de México, las luchas democráticas y un gran número de antecedentes dictados por ese mismo tribunal a lo largo de los años, se decide que las normas constitucionales, que deben ser generales y dictar el sentido legal de odas las acciones de los funcionarios e instituciones, no se deben aplicar en esta ocasión.

¿El argumento? Que este proceso electoral es diferente y por tanto no aplica la Constitución. De esta forma se destruyo lo que se llamó el blindaje electoral una demanda que el mismo AMLO y sus partidarios exigían desde 2006 al presidente, con el famoso “cállate chachalaca” y acciones de impugnación de los comicios de aquel año.

Pero no es lo mismo ser afición que torero y ahora que la regla estorba debe ser desechada para justificar las acciones de diputados, gobernadores, presidentes municipales y, especialmente, la presidenta que afirma que somos el país más democrático porque tenemos la certeza de que el oficialismo maneja y controla la elección judicial.

Lo que no se dice desde las conferencias presidenciales y las voces oficialistas de las redes es que esto también abre la posibilidad de uso de recursos públicos para “fomentar” el voto…el que convenga al poder, esto es. La fórmula de la corrupción electoral de la hegemonía priista 2.0.

Para cualquier demócrata esto es desalentador, pero no debe definir si votamos o no en unas semanas. El lado oscuro de esta elección es que, a pesar de sus esfuerzos, sus discursos y sus esfuerzos clientelares, la votación amenaza con ser bajísima, quizá a niveles menores que las consultas patito del sexenio de López Obrador.

Eso da un mayor valor a cada papeleta que se cruce el día de las votaciones. El único antídoto para la certeza autoritaria que se ha conformado desde los pasillos del poder se encuentra en la contracerteza de los ciudadanos, esa determinación de que pesar de todo, la democracia “ya llegará” con nuestro voto.

Al final, quienes restan legitimidad a este proceso son aquellos que lo crearon como el DR Frankenstein creo su monstruo, con sus acciones, contradicciones y cinismos.

Nosotros, los ciudadanos, daremos el significado a esta elección y a las palabras que la definirán: Contracerteza, incertidumbre, hegemonía, ciudadanía, caudillismo, idolatría, instituciones, pueden ser algunas.

@HigueraB

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