Una organización internacional que ha permitido la proclamación en su seno de una Declaración Universal de los Derechos de los Animales, aunque no emitida formalmente, pero es incapaz de detener la masacre genocida contra los civiles de Gaza, francamente no tiene razón de existir. Como foro de lamentaciones, el gran aparato burocrático de la Organización de las Naciones Unidas y sus distintos organismos, no solo representa un gasto inútil sino además resulta ofensivo para quienes tienen fe en que constituye un instrumento útil para alcanzar los fines propuestos al fundarse en 1945. En el Proemio de su Carta fundacional se lee que los Estados miembros están resueltos a “preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra que …ha infligido a la Humanidad sufrimientos indecibles”. Si no fuera tan dramática la situación, esas frases podrían ser parte del guión de un programa cómico. Es desgarrador constatar la patética impotencia del Secretario General de la ONU, el portugués Antonio Guterres denunciando plañideramente las violaciones al Derecho Internacional cometidos por las fuerzas israelíes bajo el mando de un gobierno responsable de crímenes de guerra que continúa bombardeando escuelas, hospitales, ambulancias y campos de refugiados, atroces acciones anunciadas públicamente con ofensivo cinismo por los dirigentes israelíes. Esa barbarie constituye un genocidio. De acuerdo a la doctrina y al Derecho el genocidio es: "localizar, registrar, marcar, aislar de su entorno, desposeer, humillar, concentrar, transportar y asesinar a cada uno de los miembros de un grupo étnico". Creo que nadie hubiera imaginado que el gobierno judío se atreviera a marcar con un número grabado en un grillete colocado a cada gazatí que trabajaba en Israel, antes de ser expulsado a la zona donde los bombardeos podrán matarlos impunemente. Esas víctimas enviadas al matadero no eran terroristas sino personas que trabajaban pacíficamente en Israel y fueron desterradas por el solo hecho de ser palestinos. Entre eso y mandar a personas inocentes a una cámara de gas hay poca diferencia, porque la intención es la misma aunque el método sea diferente.
La Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio dice que este se configura por “actos perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso”. Entre esos actos están: la matanza de miembros del grupo o el “Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial”. La conducta del gobierno de Netanyahu hace tiempo que cuadra en esas definiciones.
Las comunidades judías en distintas partes del mundo empiezan a resentir una hostilidad injustificada porque ellos no son responsables ni aprueban el salvaje e inhumano despliegue de fuerza del gobierno de Israel. Muchos se han manifestado bajo la leyenda “Not in my name” (No en mi nombre), pero se empieza a extender la paradójica percepción de que el hecho de haber sido un pueblo perseguido con el propósito de ser destruido totalmente, les concede ahora el derecho de hacer lo mismo con otros pueblos, dado que las expresiones dirigidas contra la población gazatí no pueden dejar de recordar el concepto nazi de “la solución final”.
Constitucionalista y Magistrado en retiro. @DEduardoAndrade.