El sorpresivo ataque ordenado por Trump contra instalaciones nucleares de Irán implica muchas variables que impactan de manera compleja la escena internacional y la política interna de los países involucrados. Dados los pocos hechos conocidos con certeza y las insondables intenciones de los actores, las interpretaciones se multiplican. Hasta ahora no queda claro cuál es la magnitud del daño que el bombardeo causó a dichas instalaciones. Trump afirmó haberlas inhabilitado totalmente, pero parece también probable la versión iraní de que los objetivos del ataque se encontraban desocupados. Varios datos avalan esta afirmación, entre ellos la confirmación de que no se ha detectado radiación nuclear en las zonas. Expertos internacionales suponen que las bombas no alcanzaron la profundidad requerida para destruir los búnkeres nucleares y que el uranio en proceso de enriquecimiento fue trasladado a otros sitios subterráneos.

Una maraña de incógnitas se plantea a partir de esas circunstancias ¿por qué Trump, que se supone no embarcaría a su país en otra “estúpida” guerra y que esperaría dos semanas para tomar una decisión, precipitó su movimiento? Una interpretación tiene que ver con la presión ejercida por Netanyahu, a quien apoya tan incondicionalmente, que para algunos analistas parecería que el hombre más poderoso del mundo es el primer ministro israelí y no el Ejecutivo estadounidense. En ese escenario Trump habría decidido apuntalar la popularidad de Netanyahu en Israel, que empezó a erosionarse por la llegada de misiles iraníes a territorio judío con la consecuente zozobra de la población. Efecto que se consiguió según testimonios de personas entrevistadas en Israel por medios internacionales. Siguiendo esa línea, la estrategia estadounidense buscaría lograr un impacto propagandístico, más que efectivamente militar, a sabiendas de que su ataque no destruiría totalmente la capacidad nuclear iraní, para mantener espacios de negociación diplomática y contener represalias que podrían afectar sus intereses y conducir a una escalada impredecible.

El problema es que la reacción iraní ya ocurrió, aunque sus misiles contra bases de EU parecían solo una advertencia sin una intención realmente destructiva. Hasta mediodía de ayer las perspectivas eran sombrías. Las declaraciones del vicepresidente estadounidense se apartaron de la intención israelí de hacer caer al régimen de Teherán, pues expresamente dijo que ese no es el objetivo del ataque, pero Trump después lo contradijo, confirmando la impresión de que está al servicio de Netanyahu al desafiar la lógica diplomática de tener con quién negociar y el riesgo de que la caída de un gobierno adverso provoque el ascenso de otro peor. A ello se une el dato de que, si el bombardeo favoreció al gobernante judío, también generó solidaridad en torno a los dirigentes iraníes. Paradójicamente, la posición interna de Trump parece sufrir un desgaste incluso entre sus partidarios dentro y fuera del Congreso.

La escena internacional varía. Qatar anunció represalias contra Irán. Rusia informó que no intervendrá militarmente y en Europa la opinión está dividida. El ámbito jurídico mundial coincide en que el bombardeo a Irán violó flagrantemente el Derecho Internacional, pero no hay autoridad que imponga su acatamiento.

Profesor de Ciencia Política y Derecho Internacional en El Colegio de Veracruz. @DEduardoAndrade

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