En redes sociales circulan algunas fotos de gente en la playa en la década de los 70, y tal vez 80, comparándola con la misma situación, pero en la década actual. La pregunta que inmediatamente surge es ¿qué engordó a la población? ¿En qué momento se perdió la delgadez para pasar a una situación de obesidad, sino generalizada, sí de amplio alcance? Los malos hábitos alimenticios nos han traído hasta aquí. Una consecuencia del libre mercado extremo que hemos vivido en las últimas décadas es que las empresas han podido producir lo que les ha venido en gana siempre y cuando se tenga mercado. Bajo el mantra de la soberanía del consumidor, que sabe lo que quiere y lo que le conviene, la industria alimentaria nos ha engordado hasta convertir el sobre peso en tema de salud pública. Esta semana, tal vez mañana, se emitirá una sentencia judicial que permitirá ver si se regula a la industria o si se le sigue dando rienda suelta para seguir lucrando con nuestra salud.

Existen elementos que permiten deducir que la obesidad es consecuencia la “modernidad”. Países que se industrializaron hace menos de cien años pasaron de una población agrícola y esbelta a una sedentaria y con sobrepeso. Se mezclan por lo menos dos elementos: la malnutrición y la falta de actividad física. Ambos males de las grandes ciudades, particularmente en lugares donde se abusa del automóvil y se usa hasta para ir a comprar algo a las tiendas locales.

La actividad física es necesario para tener un estado de salud decoroso, pero no suficiente. La modernidad ha traído consigo exceso de azúcar, harinas y sal en los alimentos. Los tres venenos blancos. El dogma del libre mercado establece que es suficiente que el consumidor esté informado sobre lo que consume para que, libremente, decida qué consumir y qué no. Bajo este principio en octubre de 2020 entró en vigor en México la Norma Oficial Mexicana 051 que obliga a la industria alimentaria a poner sellos que indiquen los excesos de los productos que nos han enfermado.

No han pasado cinco años y tal vez no se tienen todavía suficientes datos para evaluar el efecto de esta medida. Con todo, algunas empresas se ampararon contra la misma. De hecho, el llegar a la publicación de dicha NOM no se dio sin que la industria alimentaria diera la pelea para evitarlo. Aunque lenta, una importante sentencia está por hacerse pública. Esta semana veremos si la Suprema Corte de Justicia de la Nación da la razón a la industria alimentaria o a los consumidores.

El dogma del libre mercado establece que los consumidores son soberanos y que libremente eligen lo que consumen. Del mismo modo deben decidir si consumen productos saludables o no. Los consumidores elegimos. El problema es que, al momento de ir a cualquier tiende da conveniencia, prácticamente todos los productos tienen sellos. En pocas palabras, hay muy pocos productos que se pueda decir que son saludables y los que hay, como el agua simple, viene en contenedores de plástico que contaminan al medio ambiente.

Un nuevo campo de la Economía, que es en realidad una mezcla de dos disciplinas, la Psicología y la Economía, establece que no existe tal cosa como el consumo soberano y que somos fácilmente manipulables a través de la publicidad y de estrategias de acomodamiento de mercancías que generan ganancias a la industria pero que dañan al medio ambiente o a nuestra salud. En las universidades de indiscutible corte neoclásico, o neoliberal como a muchos les gusta llamarlo, empiezan a cuestionar los principios tradicionales de la Teoría del Consumidor y sostienen que no somos tan racionales como se solía creer. En tal caso, hay elementos para que el Estado actúe a favor del bien común. En México está por verse si las sentencias judiciales se hacen a favor de la ganancia monetaria de las empresas o de la salud de la población. Pronto lo sabremos.

En el debate entre candidatos presidenciales podría ampliarse o reducirse la brecha entre los candidatos. A pesar de ello, es poco probable que las tendencias cambien. En el debate entre candidatos a la presidencia en 1994, indiscutiblemente ganó el entonces candidato panista, que modificó la intención del voto de gran parte de la población. El contexto actual, sin embargo, es muy distinto. Mi pronóstico es que la intención del voto a favor de la candidata oficial será mayor después del debate. Veremos.

Docente de la maestría en Economía, FES-Aragón-UNAM y UDLAP Jenkins Graduate School.

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