A tan solo unas semanas del 8M, decidí escribir este artículo como un amable recordatorio para todas las mujeres. Especialmente, para aquellas que piensan que no sirve de nada marchar, que el feminismo no las representa, que no se identifican con el movimiento, o que creen que no les ha aportado nada. Antes de que inicien los acalorados debates sobre la relevancia del feminismo, que si son o no las formas, o antes de cualquier opinión sobre el tema, creo que vale primero la pena hacer una pausa para reconocer -y agradecer- todo lo que le debemos al feminismo, así como reflexionar sobre los retos que seguimos enfrentando las mujeres.

El feminismo ha transformado nuestras vidas de maneras que generaciones anteriores solo podían soñar. Hoy, gracias a la lucha de aquellas que nos precedieron, podemos ejercer derechos que antes eran impensables. Si hoy podemos ejercer derechos tan “básicos” como votar, estudiar, poseer propiedades, trabajar fuera del hogar y decidir sobre nuestro propio cuerpo, se lo debemos al feminismo. También el que podamos casarnos y divorciarnos libremente, obtener la custodia de nuestros hijos y cosas tan absurdas como usar pantalones sin ser arrestadas. Parece lejano y difícil de creer, pero no podemos olvidar que estos derechos no siempre estuvieron garantizados, sino que fueron ganados a través de luchas incansables, donde mujeres perdieron la vida, la libertad, o cuando menos, su reputación.

No podemos olvidar que si hoy podemos denunciar a nuestros agresores, recibir un salario igual por el mismo trabajo que un hombre, ser candidatas para cargos públicos o abrir una cuenta bancaria sin el permiso de nuestros maridos, se lo debemos al feminismo. También gracias a él podemos decidir cuántos hijos queremos tener, o si preferimos no tenerlos.

El feminismo nos ha dado el derecho a una identidad legal propia sin necesidad de adoptar el apellido de nuestros esposos, a recibir una herencia en igualdad de condiciones y a expresarnos libremente. Nos ha permitido participar en deportes profesionalmente, obtener pasaportes sin restricciones por cuestiones de género, y acceder a la seguridad social. También hemos logrado el derecho a recibir pensión alimenticia, denunciar el acoso sexual y contar con protección contra el acoso laboral. La licencia de maternidad, el amamantar en espacios públicos sin ser arrestadas, y el compartir la crianza de los hijos con nuestras parejas en igualdad de condiciones, también son avances que debemos al feminismo.

El feminismo nos ha dado la oportunidad de elegir la carrera que deseemos, convertirnos en astronautas, científicas, ingenieras, médicas y cualquier otra profesión que soñemos. Tenemos derecho a vivir nuestra sexualidad de manera libre y segura, a la protección en contra de la violencia digital y a tener autonomía económica. Hemos ganado espacios en la ciencia, la tecnología, la política y la toma de decisiones gubernamentales, avanzando hacia una mayor representación y liderazgo femenino en múltiples ámbitos.

Si hoy nuestra voz puede ser escuchada en la sociedad, si podemos decidir sobre nuestra vestimenta, tener autonomía sobre nuestro cuerpo, proteger nuestra privacidad y acceder a información sobre salud sexual y reproductiva, es gracias al feminismo. Hemos conquistado derechos fundamentales como el acceso a una menstruación digna, a anticonceptivos y a decidir sobre nuestra maternidad. Hemos logrado que el feminicidio sea castigado penalmente, y que el derecho a la igualdad sustantiva, y a la paridad de género en la integración de la administración pública federal, sean derechos constitucionalmente reconocidos. El feminismo también nos ha protegido contra la mutilación genital femenina, y el matrimonio infantil.

Soy consciente de que aún estamos lejos de que estos derechos se cumplan en su totalidad y que muchas de estas conquistas existen solo en papel o para unas cuantas mujeres privilegiadas, y que desde luego no es la realidad cotidiana de millones de mujeres. La brecha salarial sigue vigente, las denuncias de violencia siguen sin recibir la justicia que merecen, y en muchos sectores seguimos siendo minoría en espacios de poder y decisión. La impunidad persiste, la revictimización en los procesos legales es una realidad y el miedo sigue restringiendo nuestra libertad.

La gran mayoría de estos son derechos que hemos conquistado o que hemos avanzado en su conquista, pero que en la práctica aún presentan múltiples barreras. En sectores clave de la economía y la justicia, la brecha de género sigue siendo profunda. Y aún luchamos porque estos derechos no sean solo palabras, sino una realidad tangible para todas.

El feminismo no solo nos ha dado estos derechos, pero también la responsabilidad de hacerlos valer. No podemos conformarnos con avances en la teoría cuando en la práctica la desigualdad, la violencia y la discriminación siguen presentes. Hemos avanzado, pero el camino no ha terminado.

Nos toca a nosotras, a esta generación, hacer que estos derechos sean una realidad. Nos toca seguir marchando, exigiendo, y construyendo un país en el que la igualdad no sea un ideal, sino una realidad para todas.

Nos toca a nosotras, a quienes tenemos la posibilidad de salir a las calles, hacer que estos derechos, aquellas batallas que iniciaron nuestras abuelas, no se queden solo en promesas o en letra muerta, sino en derechos reales, tangibles y normalizados para las futuras generaciones.

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