El Plan Nacional de Desarrollo (PND) 2025 – 2030 es, en teoría, la hoja de ruta que orienta las metas, estrategias y acciones del gobierno para los próximos años. Se trata de un documento que pretende trazar el rumbo del país y que, como ocurre cada sexenio, llega cargado de buenas intenciones. Pero en esta ocasión, ¿estamos realmente ante un plan que impulsa el desarrollo económico de largo plazo o frente a una propuesta que desatiende las condiciones estructurales de la economía nacional?
Economía moral...¿la moral de quién?
En materia económica, el plan retoma el concepto de "economía moral", una noción que históricamente alude al paternalismo estatal a cambio de legitimidad y control. Aunque en el discurso oficial se utiliza para promover una economía más justa, lo cierto es que el término está lejos de tener cabida en el análisis económico contemporáneo. La idea puede resultar atractiva en lo retórico, pero ¿qué tan viable es en un contexto marcado por la recesión económica?
El diagnóstico del PND identifica tres grandes líneas de acción: mejorar los salarios y las condiciones laborales, apoyar al campo mexicano y ampliar la infraestructura y la conectividad. Nada que no hayamos escuchado antes. Lo preocupante es que, al analizar con mayor detenimiento, el plan parece ignorar los riesgos y contradicciones de seguir apostando por las mismas recetas en un entorno cada vez más adverso.
Salarios al alza, economía a la baja
Comencemos por el salario. El incremento sostenido del salario mínimo ha sido una de las principales banderas del gobierno, y no sin razón: el consumo interno ha sido uno de los pilares del crecimiento en los últimos años. No obstante, hoy ese consumo comienza a mostrar signos de debilitamiento. El Indicador Oportuno del Consumo Privado, que muestra el comportamiento adelantado de la confianza de las familias en la economía, registró una caída de 2.55% en marzo, la tercera en lo que va del año. A diferencia de los años anteriores, durante 2025 los aumentos salariales estarán acompañados de una economía en recesión, con empresas que difícilmente podrán absorber mayores costos laborales sin recurrir a despidos. Y si , además, el Plan pretende reducir la informalidad, el desafío se vuelve aún más complejo.
¿Apoyar al campo o a los de siempre?
En segundo lugar, el campo. Históricamente reivindicado como símbolo de identidad nacional, el campo mexicano ha sido también uno de los sectores más rezagados. Aunque el plan contempla apoyos, la experiencia demuestra que estos suelen concentrarse en los grandes productores, mientras que los pequeños —los más vulnerables— enfrentan barreras estructurales que dificultan su acceso. Aunado a lo anterior, el campo mexicano mostró una caída de 8.5% en su variación trimestral a cierre del 2024, situación que puede profundizarse este año con los pronósticos de sequía.
Crecimiento que dura…lo que dura la obra
El último gran eje, la infraestructura, plantea quizá el mayor riesgo de la ilusión desarrollista. Nadie discute su relevancia, pero una cosa es construir, y otra muy distinta es generar desarrollo sostenible. La inversión pública puede detonar el crecimiento en ciertas regiones durante la ejecución de los proyectos. Sin embargo, ¿qué ocurre después? Las caídas observadas en regiones que fueron epicentro de megaproyectos en años anteriores evidencian que el impulso suele ser pasajero. Una vez finalizadas las obras, Campeche presentó una caída en su actividad económica del 10.4%, mientras que Quintana Roo un retroceso del 13.4%.
En conclusión, el Plan Nacional de Desarrollo es más un vision board, o una visión bien intencionada, que la estrategia de crecimiento económico que el país necesita. Las fórmulas que fueron exitosas en el pasado, como son los incrementos salariales o la creación de infraestructura, se presentan insuficientes ante un contexto de caída de la actividad económica, y estrechez fiscal. Los efectos de la recesión aún están por verse, esperemos que el sexenio no termine peor de lo que comenzó.