Por Iván Carrillo
Se acerca el fin de año y, como cada diciembre, repetiremos el ritual de desearnos salud. Pero en 2025 ese deseo exige algo más que cortesía: exige una comprensión distinta de lo que significa estar sanos en un planeta enfermo.
Durante décadas hemos tratado a la salud como un asunto privado, clínico, limitado al cuerpo humano. Una especie de burbuja higiénica desconectada del resto del mundo. Pero las crisis sanitarias que hoy nos rodean —las superbacterias, los virus emergentes, las infecciones ambientales— nos están recordando lo contrario: que la salud es una red y no una frontera. Que la vulnerabilidad humana no es solo biológica, sino ecológica.
Ese es el corazón del enfoque One Health, o Una Sola Salud: reconocer que lo que ocurre en los ecosistemas, en la fauna silvestre, en los animales domésticos, en la agricultura, en nuestras ciudades y hasta en el aire interior de nuestras casas afecta directamente nuestra salud.
Hoy, la resistencia antimicrobiana provoca cinco millones de muertes al año. Cinco millones. Es una cifra que debería cimbrar gobiernos, hospitales y sectores productivos. La causa es conocida: el uso indiscriminado de antibióticos en humanos, en la ganadería y en los cultivos agrícolas. Ese abuso ha dado pie a bacterias que ya no responden a tratamientos convencionales y que se desplazan por rutas que rara vez observamos: aguas residuales, ríos contaminados, entornos hospitalarios deficientes e incluso partículas en suspensión en zonas agrícolas.
Combatirlas no será posible desde un solo sector. Requiere vigilancia integrada, políticas coordinadas y nuevas alternativas terapéuticas.
Por otra parte, entre 60% y 75% de las enfermedades emergentes son zoonóticas, y más del 70% provienen de la vida silvestre. La pandemia de COVID-19 no fue una excepción: fue un aviso. Hoy, el cambio climático, la deforestación, la expansión urbana y la presión sobre hábitats naturales están multiplicando las oportunidades para que nuevos virus salten entre especies.
One Health propone anticiparnos mediante una vigilancia que no se quede en hospitales: que incluya monitoreo de fauna, salud animal, agricultura y ecosistemas en deterioro.
Y por si no bastara, la contaminación del aire —incluido el aire interior— está relacionada con 13 millones de muertes al año. Hemos aprendido, con dolor, que la ventilación y el diseño de espacios cerrados pueden influir tanto como los medicamentos en la prevención de enfermedades respiratorias.
Allí también One Health exige una mirada más amplia: la salud se respira.
En la actualidad, el mayor freno no es técnico, ni científico. Es cultural. Tendemos a pensar que los problemas sanitarios ocurren “allá afuera”, lejos del mundo que habitamos. Persistimos en la ilusión de que nuestra salud es un asunto privado cuando en realidad es un fenómeno colectivo y ecológico.
One Health es incómodo porque cambia el lugar desde el cual entendemos la salud. Exige colaboración entre sectores que históricamente han trabajado en silos: salud pública, veterinaria, agricultura, medio ambiente. Exige políticas integrales, información compartida y voluntad política.
Pero hay un cambio aún más profundo que One Health nos exige: reconocer que no estamos fuera de la naturaleza.
Durante siglos la tratamos como un inventario de recursos. Como un paisaje. Como un fondo.
Y sin embargo, todo lo que ocurre en ella termina ocurriendo en nosotros.
Albert Camus escribió: “El hombre es la única criatura que se niega a ser lo que es”. Nuestra negación más persistente quizá ha sido esa: creernos ajenos al planeta que nos sostiene. Cuando, en realidad, deberíamos considerar que si el planeta enferma, el diagnóstico será idéntico para nosotros.

