Fue uno de los momentos más comentados de TED 2025. En medio de un escenario decorado como sala de estar, un robot humanoide llamado Neo caminó con naturalidad hasta el centro del escenario. Saludó, se expresó con claridad y hasta encendió la aspiradora. Luego regó una planta. Pero lo más importante no fue lo que hizo, sino lo que simbolizó: el futuro del trabajo y de la vida cotidiana ya convive con nosotros.

Bernt Bornich, fundador de la empresa noruega 1X Technologies, presentó a Neo como el resultado de una década de trabajo para crear un robot generalista, capaz de adaptarse a las tareas del hogar. Lo hizo con una premisa provocadora: así como hoy damos por hecho que basta accionar un interruptor para tener luz, en el futuro ocurrirá lo mismo con el trabajo. La labor física será un recurso disponible a demanda.

El argumento es claro. En un mundo con poblaciones envejecidas, crisis de cuidados y escasez de trabajadores en sectores clave, los robots humanoides pueden llenar vacíos. Pero lo más interesante no fue el discurso de productividad, sino la tesis de aprendizaje: para que los robots aprendan a ayudarnos, deben vivir entre nosotros. El hogar, con toda su complejidad emocional y caos logístico, es más útil para la inteligencia artificial que una línea de montaje.

Bernt Bornich y el robot Neo durante el ensayo general previo a la inauguración de TED 2025: "Humanity Reimagined", en Vancouver. La imagen muestra parte de la preparación técnica antes del esperado debut escénico del androide. Foto: Jasmina Tomic / TED.
Bernt Bornich y el robot Neo durante el ensayo general previo a la inauguración de TED 2025: "Humanity Reimagined", en Vancouver. La imagen muestra parte de la preparación técnica antes del esperado debut escénico del androide. Foto: Jasmina Tomic / TED.

Según Bornich, “los robots no se hacen más inteligentes repitiendo la misma tarea en una fábrica. Necesitan diversidad, incertidumbre, contexto. Necesitan una taza que a veces está limpia, a veces sucia, a veces olvidada junto a una conversación importante”.

La analogía con el entrenamiento de modelos lingüísticos —que solo mejoraron cuando se alimentaron con la totalidad de internet y no solo con poesía o artículos académicos— es poderosa. La inteligencia, ya sea humana o artificial, requiere variedad, experiencia y error.

Este escenario no es hipotético. Ya existen robots asistenciales como Robear en Japón para levantar personas mayores, o Stretch de Boston Dynamics para descargar cajas en almacenes. Según un informe de la International Federation of Robotics, en 2022 se instalaron más de 500 mil robots industriales en el mundo, un récord histórico. Y el sector de robots de servicio doméstico, aunque aún incipiente, crece a doble dígito anual según Statista y McKinsey.

Lo que diferencia a Neo es su aspiración de convertirse en parte de la familia. Según Bornich, “no se trata de reemplazar personas, sino de liberar tiempo y redefinir qué significa ser humano”.

Claro, surgen preguntas inevitables: ¿cómo regular la privacidad? ¿qué sucede con los empleos vulnerables? ¿es deseable compartir espacio con una máquina que parece entendernos, pero no siente?

No hay respuestas fáciles, pero lo cierto es que estas máquinas están dejando de ser una curiosidad de laboratorio. Como en su momento lo fueron los celulares inteligentes o los asistentes de voz, los robots generalistas podrían convertirse en parte del mobiliario cotidiano.

Bornich no terminó su charla con promesas, sino con preguntas. Preguntas que suenan a ciencia ficción, pero que, si uno mira la velocidad del avance tecnológico, podrían estar más cerca de lo que creemos: ¿Tendremos robots que construyan robots? ¿Que impulsen la investigación científica al punto de responder preguntas que hoy ni siquiera sabemos formular? Si eso redefine lo que significa ser humano, como él afirma, el reto está no solo en programar la máquina, sino en preservar nuestra esencia.

Mientras salía del auditorio del Centro de Convenciones de Vancouver, donde se celebró la charla de Bornich, pensé en los hijos de mis hijos que, quizá, nazcan algun día. ¿Se asombrarán por un robot que barre o prepara té? ¿O su sorpresa será producto de que esas labores alguna vez lo hiciéramos nosotros? Como dijo Bornich en su cierre: “Quizá nuestros hijos miren hacia atrás con nostalgia por un mundo limitado, donde había que perder tiempo doblando ropa”. El futuro no llega con estruendo. Llega paso a paso. O como en este caso, caminando con gestos suaves, sobre un escenario rojo, con una aspiradora encendida.

Periodista de ciencia y editor de Celsius Talks.

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