Por IVÁN CARRILLO
Desde el escenario de TED 2025 en Vancouver, donde se discuten las ideas que buscan redirigir el rumbo del mundo, Jenny Du lanzó una advertencia tan lógica como alarmante: “Un tercio de los alimentos que producimos en todo el mundo se pierde o se desperdicia antes de que tenga la oportunidad de ser consumido”. La frase, dicha sin dramatismo pero con rigor, encapsula una paradoja que nos involucra a todos: mientras 828 millones de personas padecen hambre, casi un 30% de los alimentos producidos acaban en la basura.
Ese contraste resulta aún más brutal al profundizar en los datos. De acuerdo con la FAO y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), más de 3,100 millones de personas en el mundo no pueden permitirse una dieta saludable. Al mismo tiempo, el desperdicio de alimentos a nivel doméstico, especialmente en países de ingresos medios y altos, alcanza un promedio de 74 kilogramos por persona al año. El problema está en nuestros refrigeradores, sí, pero también en cada etapa de la cadena de suministro.
Jenny Du no es solo la voz que alerta, sino también la mente detrás de una solución innovadora. Ingeniera y química, Du es cofundadora y vicepresidenta sénior de operaciones de Apeel Sciences, una empresa de biotecnología que desarrolla recubrimientos comestibles derivados de cáscaras de frutas y verduras para alargar la vida útil de productos frescos. Bajo su liderazgo, la compañía ha logrado evitar que millones de alimentos se echen a perder, al mismo tiempo que ha reducido significativamente las emisiones de gases de efecto invernadero y el desperdicio de agua.

“En el caso específico de frutas y verduras frescas, ese número puede llegar hasta la mitad”, precisó Du. Y no es un detalle menor: en países productores como México, Perú o Colombia —donde Apeel ya opera— una buena parte de las pérdidas ocurre antes de que el alimento llegue siquiera al supermercado.
El costo no es solo moral. Es ambiental, económico y estructural. El desperdicio de alimentos representa entre el 8% y el 10% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, según la FAO. Es decir, produce más emisiones que toda la aviación comercial global. Y lo hace desde el silencio de nuestros hábitos: compras mal planeadas, confusión con las fechas de caducidad, sobras mal almacenadas, estéticas exigidas por el mercado.
“La industria ha dependido por mucho tiempo de soluciones como la refrigeración, los pesticidas, los empaques plásticos y los recubrimientos de cera”, explicó Due en entrevista. “Pero estos métodos tienen límites claros. Las ceras, por ejemplo, hacen ver los productos más brillantes, pero no necesariamente alargan su vida útil”.

Apeel propone una alternativa: un recubrimiento vegetal, comestible y transparente, inspirado en la piel de las frutas, que ayuda a los productos a retener humedad y reducir la oxidación. “Nos preguntamos si podríamos imitar el refuerzo natural de las cáscaras. Y desarrollamos un recubrimiento a base de ácidos grasos, que son bloques de construcción universales presentes en casi todas las plantas”, explicó Due.
La innovación no es menor. Desde 2021 hasta finales de 2024, Apeel ha logrado prevenir la pérdida de 166 millones de piezas de fruta y verdura, evitar la emisión de más de 29,000 toneladas métricas de gases de efecto invernadero —equivalentes a plantar 485,000 árboles— y ahorrar casi 7 mil millones de litros de agua, el equivalente a llenar 2,800 piscinas olímpicas.
Pero más allá de la tecnología, lo que Due propone es un replanteamiento profundo del sistema alimentario. No se trata solo de producir más, sino de conservar mejor. Y de entender que las soluciones tienen que adaptarse al contexto. “Si el objetivo es mejorar la seguridad alimentaria, lo más eficaz es intervenir en las primeras etapas de la cadena. Pero si se quiere reducir la huella ambiental, el mayor impacto está en el comportamiento del consumidor”, puntualizó.
Las pérdidas y desperdicios ocurren en todos los eslabones: desde la cosecha mal manejada hasta la mesa sobrecargada. Los países con menores ingresos deben priorizar las mejoras en almacenamiento, transporte y distribución. Los países ricos, en cambio, deben mirar de frente su consumo irresponsable.
“No todo alimento desperdiciado tiene que ser una pérdida total”, dijo Due. “Hay formas de aprovecharlos a través de compostaje, biogás y otras estrategias circulares. Pero lo ideal es evitar que se desperdicien en primer lugar”.
El ODS 12.3, que busca reducir a la mitad el desperdicio de alimentos per cápita para 2030, está cada vez más lejos. Para lograrlo, hará falta algo más que voluntad individual: se requiere de políticas públicas inteligentes, incentivos bien diseñados y colaboración multisectorial. “Todos, desde el agricultor hasta el consumidor, tienen un papel que desempeñar”, remarcó Due.
Editor de Celsius Media | Desde TED 2025, Vancouver.