Por Iván Carrillo

Una loba de un solo ojo aúlla durante más de media hora, tratando de contactar a su manada a cinco millas de distancia. Su nombre era 907F, tenía once años —una longevidad excepcional en Yellowstone— y ese lamento largo, grave, quebrado por el viento, no era solo una señal: era un mensaje.

Jeffrey T. Reed cree que puede entenderlo.

Reed, lingüista y experto en inteligencia artificial, es uno de esos personajes improbables que cruzan disciplinas con la naturalidad de quien ha dedicado la vida a buscar sentido. Tras un doctorado en lenguas muertas y tres décadas trabajando en tecnología, volvió a su pasión de infancia: la comunicación animal. Hoy es investigador afiliado al Cry Wolf Project, una iniciativa que estudia cómo los lobos se comunican en el ecosistema del Gran Yellowstone. Su herramienta principal: la inteligencia artificial. Su objetivo: traducir el idioma de los lobos.

Lo escuché en TED 2025, en Vancouver, donde presentó su trabajo con una mezcla equilibrada de humor, rigor y emoción. Mostró grabaciones espectaculares de aullidos individuales y corales, imágenes espectrogramas y análisis que revelan que esos sonidos —lejos de ser meros lamentos salvajes— tienen estructura, intención y contexto.

Una manada, por ejemplo, solo aúlla en grupo cuando la hembra alfa da la señal. Y no lo hace al azar: lo hace para afirmar territorio, proteger a sus crías o reagruparse. Los lobos, además, reconocen la voz de sus compañeros sin necesidad de verlos. Algunos sonidos cumplen funciones específicas: el bark-howl, una combinación de ladrido y aullido, se traduce libremente como “peligro, necesito ayuda”. La IA ha comenzado a identificar patrones en estas vocalizaciones y a estimar cuántos lobos integran una manada solo por el audio. Pero, como dice el propio Reed, esto no es inglés. Es lobo. Y si bien estamos lejos de traducir con precisión, cada sonido analizado abre una nueva capa de comprensión.

No se trata solo de curiosidad científica. En un mundo donde el ruido del desarrollo humano lo tapa todo, esta tecnología permite escuchar lo que antes era invisible. Las unidades de grabación autónoma desarrolladas por el equipo de Reed registran días enteros de sonido en zonas remotas. Pueden captar el disparo de un cazador furtivo y ubicarlo con precisión. Pero también revelan algo más sutil: que los lobos se comunican más y de formas más complejas de lo que se pensaba. Una loba silvestre, registrada por primera vez con un micrófono en su cuerpo, vocalizó tanto como un humano promedio en un día.

La reflexión final que dejó en el escenario fue tan contundente como poética: si el cuerpo humano representara el peso total de los mamíferos terrestres del planeta, nuestra masa —y la de nuestros animales domésticos y de granja— ocuparía casi todo. Los animales verdaderamente salvajes apenas representarían el peso de un brazo. Y los carnívoros como los lobos, algo menos que un meñique.

Ese dato, dicho con calma, tiene el efecto de una llamada de atención existencial. El futuro de la vida silvestre está en juego, y comprender cómo se comunican otras especies no es solo un logro técnico: es una forma de reconocer que no estamos solos, ni en la cima de nada.

A veces, para vernos con claridad, basta con aprender a escuchar a los demás. Incluso si tienen colmillos, cuatro patas y aúllan bajo la luna.

Celsius talks desde TED 2025, Vancouver

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