Arizona. Él tiene 18 años, un hermano de 17 y una hermana de 14. En las próximas semanas empezará a ejercer un rol de autoridad por ser el más grande. Los tres nacieron en Estados Unidos, pero sus papás, originarios de Pinotepa Nacional, ya tomaron una decisión: se van a autodeportar a México. Él señor está muy mermado por la diabetes y el desgaste de trabajar en la construcción. Tienen miedo a que no soporte un solo día en un centro de detención. La señora nunca aprendió a hablar inglés y el español cada día se le dificulta más. Su única preocupación antes de regresar a Oaxaca es que los niños obtengan sus pasaportes mexicanos y estadounidenses, pero no tiene idea por dónde empezar.
Ella es originaria de Hidalgo. Cuando era una niña cruzó con su familia por el desierto. El pollero les dijo que ya estaban en California, cuando en realidad los había dejado en un punto muerto de Arizona rodeado de retenes. Si se movían a la izquierda, para Los Ángeles, estaba la patrulla fronteriza. Si se movían al norte, hacia Tucson o Phoenix, estaba la patrulla fronteriza. Sus papás tuvieron que trabajar en los campos de lechuga y después de muchos años lograron dejar de la jaula que los obligaba a solo salir al supermercado de noche. Ahora encabeza una organización para ayudar a gente como la del párrafo anterior, a pesar de que nadie en su casa tiene papeles y mueren de miedo cada que una patrulla se detiene a su lado en un semáforo.
Él empezó su compañía para armar casas y departamentos en marzo pasado, después de 25 años de trabajar para otras empresas. Como parte del sueño americano, consiguió tres contratos. Está a punto de terminar el último que consistió en levantar 240 casas hechas de madera y triplay. La rapidez es asombrosa, gracias a la mano de obra mexicana. Hacen una casa cada cinco días. De los 100 empleados que tenía, le sobreviven 32. Unos por miedo a las deportaciones y otros porque ya no hay cómo mantenerlos en la nómina. La amenaza de los aranceles tiene a la empresa en riesgo de quebrar, a menos de un año de fundación, porque los inversionistas no quieren mover un solo dólar hasta ver los nuevos tiempos. Si los precios de los materiales suben, se consumará el golpe.
Ella se dedica a limpiar casas y cuidar niños. Cruzó por el desierto hace casi 30 años, como mamá soltera, con su hijo en brazos. Años después se casó en Estados Unidos, pero su esposo no pudo darle la nacionalidad por una traba legal. Juntos tuvieron otro hijo que ya es ciudadano americano. Por si las dudas, ella ya compró un seguro de vida porque no sabe qué le puede pasar en un supuesto proceso de deportación que además implicaría regresar a los peligros de México. Tanto el seguro como sus papeles de identidad están en un mueble específico. Todos en casa ya tienen instrucciones de cómo actuar y a dónde llamar. Por si las dudas, su esposo ya fue a México a pedir un crédito y a revisar si hay posibilidad de comprar un terreno y armar una casa allá porque no la piensa dejar sola.
Él es jardinero en enormes y lujosas residencias. Llegó de Guanajuato y empezó como DJ, luego pasó a comediante en una radio local, pero el hambre apretaba. Desde hace casi 10 años compró las herramientas más baratas para poder independizarse. Poco a poco las fue cambiando, poco a poco consiguió dos camionetas con sus remolques. Poco a poco montó su empresa de jardinería y logró contratar a dos empleados. Varios clientes racistas han aprovechado que no tiene papeles para no pagarle los trabajos ya hechos. Está cansado. Ya tomó la decisión. Venderá la empresa antes de que la migra lo detenga y pierda todo. Calcula que 50 mil dólares servirán para empezar lo que ahora llama “el sueño mexicano”: un negocio de carnitas de res.
Estas y otras historias, próximamente en Latinus, porque ahí viene Trump.