Las protestas contra redadas y deportaciones que iniciaron en Los Ángeles y se han extendido hasta la Costa Este marcan un punto de inflexión en nuestra relación con EU. Durante seis meses, hemos navegado entre amenazas, aranceles y cierres fronterizos. Sin embargo, esta no es una crisis más: es un asunto mucho más grave que exige una respuesta de Estado.
Por mi experiencia como Canciller, entiendo la enorme complejidad que enfrenta el gobierno mexicano, en particular en el trato con Donald Trump. Precisamente por ello, debe procurarse el máximo cuidado en las palabras y la mayor contundencia en las acciones. En cambio, las reacciones gubernamentales han sido inconsistentes, confundiendo a destinatarios internos y externos.
La falsa acusación de la secretaria Kristi Noem contra la presidenta Sheinbaum de “alentar las protestas” ilustra los riesgos de combinar una retórica militante y simplista en el interior con una diplomacia meramente reactiva en el exterior. En realidad, la presidenta condenó la violencia en Los Ángeles, pero las arengas dirigidas a sus bases dos semanas antes –llamando a movilizarse contra el impuesto a las remesas– fueron convenientemente sacadas de contexto.
Poco o nada se ha escuchado de los representantes diplomáticos mexicanos ante esta crisis; y esos vacíos informativos son llenados por otros actores con narrativas perjudiciales. Hasta ahora, quizás el mensaje más oportuno ha sido el del cónsul Carlos González Gutiérrez, un experimentado diplomático de carrera. No se aprecia una estrategia de comunicación coordinada desde la Cancillería. Tampoco hay voceros oficiales fijando la postura nacional en los medios estadounidenses, contrarrestando la desinformación y expresando su respaldo a la comunidad mexicana. Todo lo contrario.
En este lado de la frontera, militantes del oficialismo han llegado a celebrar las protestas, alimentando la narrativa que la Casa Blanca necesita para justificar respuestas cada vez más firmes. No es posible ignorar que una gran mayoría de estadounidenses de hecho respalda el endurecimiento de las medidas contra la migración irregular, incluso quienes no votaron por Trump y, con razón, levantan la voz ante los excesos de los días pasados.
El reciente intercambio entre el presidente del Senado de la República y el senador Eric Schmitt, por ejemplo, es una clara muestra de lo que no debe hacerse. En diplomacia, las palabras tienen consecuencias; y, en este caso, pueden tener un impacto directo en las decisiones políticas, en las calles y en la vida de las personas.
La crisis sigue escalando y podría salirse de control. El despliegue de elementos militares, las movilizaciones en cada vez más ciudades y la confrontación directa entre manifestantes y autoridades han creado una mezcla explosiva cuyas consecuencias podrían ser desastrosas.
Frente a esa realidad, México no sólo debe activar todos sus mecanismos de protección consular y mantener el diálogo diplomático de alto nivel, también debe actuar estratégicamente: fortalecer las capacidades de los consulados, desplegar campañas de comunicación permanentes, hacer alianzas con organizaciones civiles y actores clave. En pocas palabras: articular una respuesta de Estado.
Es urgente subir el nivel de las acciones en el exterior y bajar el nivel de la retórica en el interior. No por sumisión, sino por responsabilidad. Nuestras paisanas y paisanos no necesitan discursos, provocaciones ni ocurrencias. Necesitan la solidaridad de su país a través de sus instituciones.
La presidenta Sheinbaum ha buscado actuar con seriedad y responsabilidad frente a esta crisis sin precedente. Ojalá que sus funcionarios y correligionarios dejen atrás las poses ideológicas para priorizar acciones concretas que garanticen la seguridad y la integridad de la comunidad mexicana en EU.
Diputada federal