Al inicio de “El libro de la risa y el olvido”, Milan Kundera relata cómo en 1945 entró a Bohemia el ejército ruso. “El país volvió a llamarse república independiente. La gente estaba entusiasmada con Rusia, que había expulsado del país a los alemanes, y como veía en el partido Comunista checo a un fiel aliado de Rusia, le transfirió sus simpatías. Así fue como los comunistas no se apoderaron del gobierno en febrero de 1948 por la sangre y la violencia, sino en medio del júbilo de aproximadamente la mitad de la nación.”
El fragmento viene a cuenta por una conversación que tuve hace unos días en la que dos personas, de nacionalidad española, celebraban la adopción de elecciones judiciales en México (y parecían defender que algo similar pasara en su país). La elección de jueces estaba bien, decían, pues hace la justicia más democrática. Los jueces, además, tienden a exceder sus funciones, al detener de manera ilegítima decisiones del Ejecutivo o Legislativo. El caso actual de algunos jueces españoles era un perfecto ejemplo. Además, señalaban la existencia de jueces corruptos, que no rinden cuentas a la sociedad.
Los problemas específicos de la elección judicial en México —como la falta de participación ciudadana (solo participó 12% de los votantes, en algunos lugares menos), los comités ad hoc para seleccionar a quién quedó en las boletas electorales, las tómbolas, los acordeones, la destitución de miles de personas capacitadas con recursos públicos durante décadas, la falta de experiencia de nuevos jueces—, no parecían disuadirles. “Son problemas de forma, pero el fondo es correcto”. Tampoco era relevante que los cargos más altos del Poder Judicial hubiesen quedado en su totalidad cooptados por el partido gobernante. Podría ser mejor.
No es la primera vez que me cruzo con extranjeros entusiasmados con el prospecto de elecciones judiciales. Tiempo antes un argentino me había dicho: “Los jueces mexicanos lo merecen, por todos los excesos que cometen.”
En otros países, la adopción de sistemas de elección judicial (siempre en mucho menor escala que el “experimento” mexicano), ha tenido muy malos resultados. En Bolivia, resultó en altos porcentajes de voto de castigo sin mejorar la legitimidad judicial. En el caso de Estados Unidos, como he escrito antes, la elección de jueces —penales— ha llevado a que dicten sentencias más punitivas. (Los jueces garantistas son criticados de suaves por sus contrincantes en las campañas). En estos lugares, las decisiones judiciales se basan más en lo que quiere el electorado que en la evidencia aportada en juicio. Más aún, se ha mostrado que empresas interfieren en las elecciones, con contribuciones a las campañas, e influyen en futuras sentencias. No es deseable que jueces basen sus decisiones en las preferencias electorales o en intereses empresariales en lugar de hacerlo en el derecho.
La conversación que relato comenzó, curiosamente, con una reflexión sobre los problemas del sistema democrático actual, la falta de participación que existe, específicamente de las juventudes, y sobre la incapacidad del modelo de lograr inclusión o salida a los enconos sociales existentes. ¿Qué lleva entonces a pensar que ese mismo sistema puede resolver la falta de legitimidad democrática de Poder Judicial, la arbitrariedad, corrupción o excesos? ¿Son acaso nuestros legisladores electos por voto directo ejemplos de la virtud?
Existe un problema institucional de diseño —agudizado por la crisis social existente. La elección judicial parece —o aparece— como fruta colgante baja, como apareció en un momento la invasión rusa que expulsa a los alemanes, o la militarización de la seguridad pública que prometía resolver la crisis de violencia (pero en lugar de ello, la agravó, además de generar otros problemas). Aceptamos —o apoyamos— soluciones que no atienden los problemas de raíz y en cambio sacrifican derechos y libertades.
La democracia requiere de condiciones específicas para que las personas participen tales como información, libertad y equidad. Un Poder Judicial autónomo e independiente es relevante para garantizar estas. Un mecanismo eficiente para acceder a la protección de la justicia (como el amparo que ahora también buscan desaparecer), también lo es. Sí, acotemos los excesos, pero no dando entrada a los tanques o a otras formas de abuso y opresión.
Doctora en derecho. @cataperezcorrea