Los vimos todos: encapuchados vestidos de negro, guantes, mochilas llenas de herramientas, sierras, pinzas. Los vimos derribar vallas frente a Palacio Nacional mientras las cámaras del C5 los seguían desde horas antes. Los vimos romper, incendiar, agredir. Y, aun así, el mensaje oficial fue el mismo de siempre: “no sabemos quiénes son”.
Crónicas, videos y reportes oficiales de los últimos años han descrito al llamado “bloque negro” como lo que es: un núcleo de vándalos y delincuentes, recurrente, casi con marca registrada, que aparece una y otra vez para reventar marchas. Se repiten las caras tapadas, el equipo, las rutas, el momento del ataque. No son fantasmas: son un patrón.
Con todo eso sobre la mesa, la pregunta que toca hacer no es por qué no pueden desmantelarlo. No estamos frente a una falla técnica. No falta información. No faltan cámaras de videovigilancia ni personal. No faltan recursos ni experiencia. Falta voluntad. ¿O será que no quieren?
El bloque negro no aparece de la nada: llega, se concentra, se equipa y se despliega. Se puede seguir su rastro desde que se reúne hasta que entra en acción y hasta su salida.
Si de verdad se quisiera desmontar esa estructura de unos cientos de individuos, ya tendríamos nombres, alias, domicilios, vínculos, antecedentes. Habría carpetas de investigación armadas con evidencia videograbada, fotografías, horarios y testimonios de testigos. Veríamos cateos en bodegas, inmuebles y casas de seguridad.
Sin embargo, nada de eso está pasando.
Lo que sí ocurre es otra cosa: la fuerza del Estado se concentra en el blanco fácil, visible, desorganizado; no en el grupo profesionalizado que se repite marcha tras marcha. ¿Por qué?
Porque el bloque negro resulta políticamente útil. Convierte una marcha incómoda en una “jornada violenta”. Le regala al gobierno imágenes de destrucción que permiten cambiar el tema de conversación: ya no se habla del motivo de la protesta, sino del mobiliario dañado, de los comercios saqueados y de los policías heridos.
El guion es predecible: se deja actuar a los encapuchados, luego se difunden hasta el cansancio las imágenes de violencia, después se señala a “los intereses oscuros”, “los infiltrados”, “los que no quieren la transformación”, “la derecha internacional”, “los empresarios diabólicos”. Y el tema que dio origen a la marcha queda enterrado.
¿Por qué demonios no se ha construido una política sostenida para desmantelar grupos violentos urbanos como estos recurrentes vándalos?
Cuando tienes un grupo que aparece una y otra vez en el mismo tipo de evento, en la misma zona, con el mismo nivel de despliegue, no hay misterio operativo. Lo que hay es una instrucción implícita de no tocar esas piezas del tablero.
Para desmantelar al bloque negro de verdad habría que admitir que se les dejó operar durante años y explicar por qué no se hizo nada antes. Por eso es mucho más cómodo decir que “son infiltrados”.
Y aquí aparece la contradicción más grave.
Si el gobierno, sabiendo que el bloque negro son unos cuantos cientos de personas que se van a presentar en un día específico, en un lugar específico y en una hora específica, no puede (o no quiere) infiltrarlos, desmantelarlos, neutralizarlos o arrestarlos, ¿cómo diablos se supone que va a desarticular a una organización como el CJNG, o Sinaloa, o la Nueva Familia Michoacana?
¿Con qué cara afirmas entonces que estás en condiciones de enfrentar a una estructura criminal con miles de integrantes, armamento de guerra, redes financieras y protección política?
El mensaje es devastador: el Estado simula que no ve a quienes rompen la ciudad, pero sí ve –y con lupa– a quienes la marchan.
Cuando el gobierno tolera de facto a un grupo violento que le es funcional, deja de ser árbitro y se vuelve jugador. Deja de ser garante de derechos para ser operador de conveniencias.
Así que la pregunta final es inevitable: si el Estado no puede neutralizar a estos criminales con capucha negra, ¿qué esperanza nos queda en un país donde operan cárteles que no caben en el Zócalo?
POSTDATA – La presidencia convoca a una marcha el próximo 6 de diciembre. ¿Alguien apuesta a que el bloque negro no hará presencia en esta marcha?

