¿Por qué no creyeron que era capaz de hacer algo así? ¿Realmente se imaginaron que iban a poder domesticarlo, meterlo al redil? ¿Cuánto tiempo tomará que entendamos que personajes como él no reaccionan a los argumentos tanto como a los sentimientos? ¿Cuándo vamos a entender cabalmente que lo que dicen, aunque suene a barbaridad, realmente van a querer hacerlo?
Donald Trump no ha escondido nunca que le cae muy mal Volodímir Zelenski. Lo ha expresado públicamente de distintas maneras. Le cae mal su tono dramático al hablar, detesta que se haya llevado tan bien con Biden, repudia la millonada que le dio Estados Unidos, ve con desdén su fascinación por la democracia europea, y se atraganta con los aires de héroe de guerra con los que camina y hasta con su forma de vestir siempre en modo combate. Le parece un payaso que se volvió presidente de rebote y que terminó en la categoría de pro-hombre gracias al impulso de los fantoches liberales que le resultan vomitivos. En cambio, Vladimir Putin le cae muy bien. Lo admira y lo respeta. Lo ha dicho también hasta el cansancio.
Lo que sucedió el viernes en la Casa Blanca es solo consecuencia de eso. Entiendo que nos hayamos sorprendido por la forma. Sería absolutamente incomprensible que nos hubiéramos sorprendido por el fondo. Trump le va a Putin y quien haya creído que había logrado moderarlo, ordenarlo, motivarlo a acercarse a Ucrania, se dio cuenta de que era como quien refunfuña porque tiene que ponerse una ropa que no le acomoda y que lo único que quiere es quitársela a la brevedad. Trump se quitó el viernes el disfraz de moderado.
Este martes, Donald Trump rinde su primer Informe de Gobierno. Rendirá ante el Congreso el que se considera el discurso más importante de cada año para el presidente.
Los mexicanos no deberíamos estar sorprendidos por el huracán que ha significado su primer mes y medio en el gobierno. Ya estamos entrenados para este tipo de líderes populistas. A estas alturas, ya debemos saber que lo que dicen que van a hacer —por más que suene a barbaridad— lo van a hacer. Que no entienden el poder como un sitio para unir, sino para dividir. Que apelan más al hígado que al cerebro, porque ese método es el que les ha llevado tan lejos. Que nunca terminan de estar en campaña. Que es falso es de que se terminó la campaña y ahora inicia el gobierno, y hay que moderarse, gobernar para todos. No, no. No funcionan así. Que todos los postulados científicos que los antecedieron, solo por haberlos antecedido, son desechables, trátese de temas económicos, médicos o legales. Que se dan balazos en el pie. Es más: les encanta darse balazos en el pie. Que toman decisiones aun cuando el raciocinio marque inequívocamente que van a ser un fracaso. No les importa. Que inventan una versión de la realidad. Que mienten y les creen. Corrijo: que mienten mucho y les creen mucho. Que son un manojo de contradicciones flagrantes. Que no les gustan la democracia, los contrapesos, la separación de poderes, la transparencia, las autonomías, las organizaciones sociales. Que lo suyo, lo suyo, lo suyo, es todo el poder en las manos de una sola persona. Que tienen una suerte de fascinación y enamoramiento de los dictadores. Y que un montón de gente los apoya y está fascinada con su manera de ser. Y por eso no cambian ni van a cambiar.