El llamado ‘milagro mexicano’, periodo comprendido entre 1940 y 1970 se caracterizó por un crecimiento sostenido de la economía que, sin embargo, no logró reducir la desigualdad de ingresos.

Durante los treinta años del desarrollo estabilizador, la economía creció de manera sostenida a una tasa de 6% anual promedio. México conoció una industrialización incipiente, pero al cabo de cinco sexenios, el rico se hizo más rico y el pobre se hizo más pobre.

Al desarrollo estabilizador lo sucedió el llamado desarrollo compartido, de 1970 a 1982, que mantuvo la tasa de crecimiento de 6% por año. Se inició el auge petrolero, y con éste la ‘administración de la abundancia’, que sólo condujo a un gran endeudamiento y una profunda inestabilidad financiera.

La siguiente etapa, entre 1982 y 2018 fue caracterizada por la instrumentación del llamado Consenso de Washington que incluyó el ajuste estructural, y el ingreso al Acuerdo General de Aranceles y Comercio (GATT) en 1986, con la idea de que estas medidas resolvieran la crisis de la deuda externa.

A partir de 1994 y hasta 2018, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte debía ser la columna vertebral del crecimiento impulsado por la inversión extranjera y las exportaciones, pero la economía mostró un crecimiento anémico, de apenas 2% anual promedio.

En 2018-2024, AMLO toma al Estado y a las empresas estatales Pemex y CFE como motor del crecimiento. La estrategia tuvo como eje una serie de programas para el bienestar, consistentes en transferencias monetarias directas y personalizadas, así como incrementos anuales al salario mínimo. Junto con las remesas desde Estados Unidos, las becas a los hijos, y el control del precio de la gasolina, llevaron a 54 por ciento del electorado a ratificar al oficialismo, con la elección de Claudia Sheinbaum como presidenta, a pesar de un raquítico crecimiento de 0.8% anual promedio.

El gobierno 2024-2030 le ha apostado a la ‘continuidad con cambios’, sin que se haya definido qué característica corresponderá a cada política pública.

Así hemos dado bandazos por 80 años. En su libro ‘El eterno comienzo’, publicado en 2017, Ugo Pipitone ha calificado este proceso como ‘una antropología de la esperanza y el desengaño’. Desde mediados del siglo XX, con Miguel Alemán, hasta AMLO, ‘surge cada tanto en la vida política del país una figura mesiánica con el antídoto contra el atraso, y la esperanza del pueblo se inflama. Al poco tiempo el país cae de nuevo en la frustración, hasta que aparece el siguiente visionario y la rueda empieza a girar de nuevo’.

No hemos logrado cambiar los parámetros políticos, sociales y culturales para escapar de la trampa circular del desarrollo mexicano: el atraso definido como la combinación de baja productividad, elevada segmentación social y escasa calidad institucional.

No bastarán las transferencias monetarias para que la pobreza deje de ser hereditaria. Hace falta mucho mayor inversión pública y privada. El aumento de la productividad requiere mejor infraestructura física y vías accesibles para formalizar el trabajo; la mayor movilidad social depende de mejor calidad de los servicios públicos de seguridad, educación y salud, en un contexto donde las instituciones sirvan a la sociedad en lugar de estar subordinadas a las conveniencias personales del poder político en turno.

El eterno comienzo, una vez más.

Profesor asociado en el CIDE.

@Carlos_Heredia

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