A mi padre, Carlos, in memoriam
De manera repetitiva se escucha decir: “¿qué país le vamos a dejar a nuestras hijas e hijos?” Si bien la pregunta es válida, su respuesta radical está más bien en la que demos a otro interrogante: “¿qué hijas e hijos le vamos a dejar a este país?”.
Porque, más allá de las diferencias político-partidistas, toda política y político honesto y con visión de Estado coincidiría en que queremos una nación próspera, igualitaria (no importa en qué familia nazcas, o si eres hombre o mujer, pues, siendo ello totalmente aleatorio, lo relevante es tener las mismas oportunidades de despegue en la vida), promotora de los derechos y observante de los deberes humanos, con gobiernos que cumplen y hacen cumplir el orden jurídico, y una población que se distingue por ajustarse al Derecho (entendido como “el mínimo ético socialmente exigible”, según Don Efraín González Morfín), competitiva, exitosa, sustentable por cuanto al medio ambiente, pacífica, justa, ordenada, referente a nivel internacional...
Esa nación -que parece un sueño- sólo será posible desde y a partir del factor humano, y de lo que lo diferencia de todo el orden creado: la educación que brindemos a nuestras hijas e hijos, concebida no sólo como instrucción, sino como formación en valores espirituales (incluidos los éticos). Como precisa el egregio maestro José Vasconcelos: “Poder espiritual; con él construimos el andamiaje de la cultura; el mundo de ilusión que precisamos…. Y este poder de crear ilusión, de construir valores inmateriales, es lo que nos singulariza en el cosmos.” (“De Robinson a Odiseo. Generalidades sobre educación”). Ilusión que tanta falta le hace a este mundo y a nuestra patria, como de alguna manera nos lo recuerda el escritor László Krasznahorkai, Premio Nobel de Literatura 2025.
¿Qué pensaría Vasconcelos de nuestros penosos resultados en la prueba PISA, o de la noticia aparecida el día de ayer en “El Gran Diario de México”, leída a la luz de la premisa de que lo que no se mide, no se mejora: “…la SEP eliminó el sitio web del INEE y, a pesar de que su portal sigue habilitado, los contenidos de la Comisión Nacional para la Mejora Continua de la Educación desaparecieron, con lo que se pierden 22 años de indicadores, estudios y diagnósticos del nivel de aprendizaje en educación básica y media superior”?
En el corazón de la noble tarea educativa está la dupla maestro-alumno, educador-educando. Todos y todo lo demás -madres y padres de familia, presupuestos (el gasto púbico en educación pasó del 3.2% del PIB en 2018 al 2.8% en 2025), sindicatos, tecnologías de la información y las comunicaciones, inteligencia artificial- han de estar alineados para favorecer esa dupla, a sabiendas de que en la tarea educativa, recordando a Don José, “el maestro, a semejanza del hortelano, interviene con serena energía. Cuide, primero, de que en su grano el germen esté intacto y procure no malograrlo. En cada hombre hay esta semilla irremplazable…. Lo que hace falta es fortalecer al germen; para esto se abona la tierra, se dan luz y calor. Por eso el maestro adiestra, tonifica el alma…. Obsérvese de cerca al cultivador; todo es limpio en agricultura…” (Ibidem).
N.B. Felicitaciones a EL UNIVERSAL por su 109 aniversario y a la revista Foreign Affairs Latinoamérica por sus primeros 25 años.
Maestro en Ciencias Jurídicas