Para Arthur C. Brooks, catedrático de la Universidad de Harvard, nuestra inteligencia evoluciona con los años: es ‘fluida’, antes de los 40, pues se caracteriza por una mayor agilidad cognitiva. A partir de esa edad, se produce una transición a la inteligencia ‘cristalizada’, que conlleva una mayor capacidad para la enseñanza, el pensamiento estratégico, el buen juicio para la toma de decisiones, y mayor habilidad para trabajar en equipo y guiar a otros. Más allá de estas válidas diferenciaciones, la así llamada IE se va confeccionando desde la niñez temprana y es transversal a la personalidad misma, en lo personal y lo social, a lo largo de toda la vida.
Pero, ¿qué relación hay entre la IA y la IE? Como lo sostienen Remo Pareschi y Stefano Dalla Palma (“IA, ¿Puede la tecnología sustituir al pensamiento humano?”), las emociones han sido la veta de un negocio nuevo, “cuya enorme rentabilidad depende de excavar y de extraer, como si fuera una mina de piedras preciosas, aquello que el género humano tiene de más íntimo y vulnerable”. Esto ha sido posible gracias al “Natural Language Processing” (NLP), paralelo a la emergencia de la “web”, Web 2.0, Facebook, Twitter, Instagram, por sólo citar algunas, junto con las contribuciones de la lingüística (Noam Chomsky) y la lógica deductiva. Luego, todo ello fue reemplazado por ‘corpora’ (gigantescas bases de datos de texto a través de las cuales se podía detectar y analizar, estadísticamente, la regularidad en la frecuencia y en la distribución de las expresiones asociadas a sentimientos y opiniones, a fin de clasificarlos), base de lo que se conoce como “sentiment analysis”, que no sólo abarca productos o servicios específicos en el mercado, sino tendencias de opinión y hasta el debate político.
Todo ello ha llevado a la robótica evolutiva al diseño de los robots comportamentales, que incluso alcanzan de manera sutilmente intrusiva, un aspecto tan sensible como el interior de nuestras almas. Como bien apunta Ginger Jabbour, “cada día más personas recurren a un ‘chatbot’ en busca de atención psicológica. Aunque gratuita y a la mano, la inteligencia artificial no alcanza a suplir la terapia convencional, pues simula conversaciones empáticas que no tienen ningún fundamento crítico ni asumen responsabilidades sobre sus dichos”, lo que conlleva valoraciones éticas y jurídicas. De esta suerte, la autora nos lleva de la mano del “affective computing” (acuñado por Rosalind Picard en el MIT Media Lab), partiendo del ‘Emotion Mouse’ (1999) al ‘Lovot’ (2019), pasando por ‘SmarterChild’ (2001), ‘Watson’ (2006), ‘Siri‘ (2010), ‘PARO’ (2011), ‘Alexa’ (2014), ‘Cortana’ (2015) y ‘Google Assistant’ (2016) (Revista Letras Libres, No. 321, sept. 2025).
Pero, volviendo al terreno de las limitaciones de la IA vis a vis la terapia convencional, y a sus implicaciones éticas y jurídicas, debemos tener presente la noticia de la demanda interpuesta por los padres de Adam Raine contra OpenAI, en la Corte Superior de California, por la muerte de su hijo de 16 años, alegando que ChatGPT lo animó a quitarse la vida, caso al que se suma el de Sophie, hija de la escritora Laura Reiley (BBC News Mundo, 27.06.2025).
N.B. Agradezco a la Psic. Paulina Tabamskiewics González por allegarme la información de la BBC.
Maestro en Ciencias Jurídicas