El veintisiete de octubre, en Zúrich, Eline Van der Velden, a nombre de la empresa Particle6, anunció a su nueva actriz: Tilly Norwood. “Queremos que Tilly sea la siguiente Scarlett Johansson or Natalie Portman, esa es la meta”, dijo der Velden. También aseguró que en los próximos meses anunciarán qué agencia la representará. Norwood es joven, de ojos grandes, cabello largo y una sonrisa sutil y bonita. Y presentada desde el inicio en los círculos más importantes del medio, tiene todo para ser la siguiente gran actriz. Hay una diferencia pequeña, empero, entre Norwood y Johansson: Tilly Norwood no puede caminar por las calles de Puebla, porque la crearon con inteligencia artificial.

Los neoluditas aparecieron al día siguiente. La actriz británica Emily Blunt dijo “¡Oh, por dios, estamos jodidos! Qué miedo. Espero que ninguna agencia haga eso. Por favor, paren. Por favor, dejen de quitarnos la conexión humana”. La actriz gringa Mara Wilson aseguró que cientos de mujeres jóvenes vivas fueron usadas para crear a Norwood y se quejó de que no contraten a una de esas mujeres. La mexicana Melissa Barrera dijo que espera que “todos los actores representados por el agente que hace esto lo dejen [al agente]”, y remató: “¡Qué asco!”, como si de una violación se tratara. Otras voces, amenazantes, como la de la actriz Kiersey Clemons, pidieron nombres de aquellos dispuestos a representar a Norwood. Estos reclamos a título personal fueron respaldados por el sindicato que representa a los actores y bailarines en EU (The Screen Actors Guild-American Federation of Television and Radio Artists, o SAG-AFTRA), que se jactó intentando aclarar que “Tilly Norwood no es una actriz”, sino “un personaje generado por una computadora que fue entrenado con el trabajo de innumerables artistas profesionales, sin permiso ni compensación”.

El rechazo inmediato a Tilly Norwood se expresa en forma de enojo, pero tiene una raíz profunda. La que mejor expresó lo que está detrás de todo esto es Eiza González (también mexicana), quien dijo que quienes están detrás de Norwood deben sentir vergüenza y aseguró que el surgimiento de Norwood es “terrible” y “aterrador”. Los actores y actrices ven a Tilly Norwood, y tienen miedo. Un miedo fundado en la ignorancia, desde luego.

Es un ejemplo más del miedo a lo nuevo, y de cómo se ve una sociedad que ignora el significado de estar mejor. Norwood será una de muchas actrices creadas con IA, pero la aceptación general tomará tiempo. Primero, repasemos la historia. Aunque quieran vendérnoslo como nuevo, no es la primera vez que figuras que tienen parecido a un humano -y generadas con ayuda de una computadora- desempeñan labores que típicamente hemos asociado solo con humanos. Verbigracia, la cantante japonesa Hatsune Miku, creada con una computadora en 2007 (mucho antes de lo que hoy llamamos IA), y que ha dado conciertos a miles de fanáticos. Y si alguien cree que eso es solo del mundo oriental, basta voltear a ver a Gorillaz, la banda británica de caricaturas creada en 1998, que tiene una canción, por ejemplo, nada más y nada menos que con Bad Bunny. El cuento barato de que Norwood es una novedad absoluta es falso. Interesante el contraste, porque los músicos no están quejándose de que Gorillaz genere mucho dinero, ni están convocando a una cruzada contra los herejes que osen trabajar con esa banda de caricatura.

En el caso más “catastrófico” (y lo entrecomillo adrede), el escenario que tanto temen los actores que cité, ya no hay más películas, series o programas de tele con humanos: de ahora en adelante todo el material audiovisual está poblado de personajes que no podrían ir a caminar con nosotros a un parque, porque solo existen en una pantalla. En ese mundo Eiza González, Emily Blunt, Leonardo DiCaprio y Natalie Portman se quedan sin trabajo.

¿Cuál sería el gran problema con no tener más actores humanos? Si el argumento es que se perderían muchos trabajos, el argumento es ridículo, tanto que da lástima. Es igual a decir que debemos prohibir Uber, porque afecta a los taxistas, o que debemos destruir todos los cajeros automáticos, porque destruyen el trabajo de las personas que antes fungían como ‘cajeros’, o peor aún, que no debemos regular las armas en EU, porque hay muchas personas que trabajan en la fábricas de ametralladoras. Es la ignorancia de un principio económico: al tener cajeros automáticos la sociedad en su conjunto gana. Por un lado, son más rápidos, no cometen errores, es decir, hacen mejor el trabajo, y por otro, ya no necesitamos que una persona dedique su tiempo a una actividad tan aburrida y rutinaria como contar billetes y dárselos al cliente; es decir, la tecnología libera recursos para que se puedan usar en otra cosa.

Las personas que antes trabajaban como cajeros ahora pueden ocupar su mente en cosas que una máquina no puede hacer. Estoy seguro de que Kiersey Clemons, Melissa Barrera y Emily Blunt jamás abogarían por eliminar los cajeros automáticos, porque ven claramente sus beneficios. Como lo que está en juego con actores como Tilly Norwood es su trabajo les parece intolerable. Pero no es distinto. Un actor creado con IA reduce los costos de manera astronómica. No solo no hay que pagarle a un actor, sino que no hay que contratar maquillistas, gente de vestuario, encargados de iluminación, sonido, etcétera. Alguien va a querer responder: ‘pero cuántos trabajos perdidos’. No, cuántos recursos liberados, porque ahora podemos tener una mejor película a un menor precio, y ahora esa persona que estaba en el set de grabación maquillando por la mañana a Portman y se quedaba esperando el resto del día puede maquillar a muchas personas para una fiesta, por ejemplo. Cuando hay una grabación en el centro de una ciudad cierran ciertas calles al tráfico local, y eso afecta a los habitantes, tanto a los que transitan como a quienes tienen negocios en esa zona. Con actrices de IA el problema está solucionado. No hay que esperar a que haya buena luz ni viajar a Islandia para tener el paisaje ideal. Un actor de IA no se cansa y no se equivoca al pronunciar una palabra. Ahora los directores pueden ahorrarse el tiempo que pasaban buscando al actor adecuado, crearlo en unos minutos, y entonces hacer diez películas maravillosas en un año (cifra arbitraria), en lugar de solo una.

(Pongamos el ojo, como digresión relevante, en que los actores -y cantantes y deportistas- están entre los personajes más sobrevalorados, en términos salariales, en el planeta. Bajo la rúbrica de una sociedad justa, donde todos tenemos una vida digna, con comida, casa, ropa, seguridad y acceso a servicios de salud buenos, ¿quién puede justificar que Leonardo DiCaprio haya recibido 30 millones de dólares por actuar en Killers of the Flower Moon? DiCaprio no es el culpable, y su salario lo recibió de forma legal, pero no es justo en un mundo donde casi 700 millones de personas no tienen acceso a agua potable. ¿Alguien podría decir que esas tres horas de entretenimiento -sin importar qué tan buena sea la actuación- valen más que las millones de vidas que podrían pasar de miserables a ser dignas con 30 millones de dólares? No estoy diciendo que no merece un salario, estoy diciendo que DiCaprio podría tener una vida muy digna con 150 mil dólares al año, y los otros millones y millones podrían ocuparse para salvar a personas que mueren de hambre. Y pongamos el ojo, también, en que las quejas del gremio de Hollywood se escuchan más fuerte que, por ejemplo, los reclamos de los taxistas cuando entró Uber al mercado, porque tienen más poder, mediático y económico, pero su situación es la misma.)

Si los actores y actrices se quedan sin trabajo a lo mejor será una pena para ellos en lo individual, pero las pérdidas de un sector muy pequeño de la sociedad son nimias en comparación con lo que gana en su conjunto la sociedad, en forma de mentes liberadas para hacer otras cosas que no puede hacer la IA.

Otro posible problema con una actriz como Tilly Norwood es que no es ‘real’. Emily Blunt, en la cita que usé, lo pone en términos de pérdida de “conexión humana”. Es decir, al usar actrices de IA ya no tendríamos conexiones humanas. Janelle Riley (otra actriz) dice en un texto publicado en Variety que Norwood no es una actriz porque no es real. Es in-creíble que incluso actrices afamadas como Blunt y Riley carezcan de un entendimiento básico de su oficio.

Si por realidad entendemos lo que existe y ocurre independientemente de que alguien lo imagine, lo que puede verificarse con evidencia empírica, lo que acaece en la vida cotidiana, y en oposición pensamos la ficción como aquello inventado, que no puede verificarse, y cuya coherencia no responde a los hechos empíricos, sino a las reglas del relato, entonces todo el trabajo de Emily Blunt y Janelle Riley no es real.

De la misma manera en que sabemos que una novela de Balzac no es real todos sabemos que una película de Emily Blunt no es real. Así que si creemos que la conexión humana se pierde porque la actriz no es real entonces todo el trabajo de Blunt y Riley no ha hecho más que destrozar la conexión humana, desde hace muchos años. Empecemos porque las actrices siempre que salen en pantalla están maquilladas, así que ni siquiera vemos su cara ‘real’, pensemos en todos los trucos para engañar al espectador: desde la pantalla verde hasta las explosiones, la lluvia en las películas y las lágrimas de las actrices, que, desde luego, no son lágrimas ‘reales’. Y pensemos en la cantidad de personas descollantes que han explicado con lucidez la forma en que las películas de Hollywood causan daño al idealizar comportamientos indeseables, al legitimar prejuicios y estereotipos, y al promover estilos de vida irreales. La idea de que las películas con actores humanos necesariamente generan conexiones humanas es tan errada que tenemos un término, relación parasocial, para hablar del vínculo unilateral que un espectador u oyente siente con una figura mediática —como un actor, cantante, político o atleta—que no le conoce personalmente, pero con quien percibe intimidad o cercanía ilusoria (El término fue acuñado por Horton y Wohl en 1956). Ya vemos lo absurdo de este argumento.

De hecho, si lo que nos interesa es tener películas ‘más reales’ (es decir, películas que reflejen de manera más fiel formas de vida de ciudadanos comunes) los actores de IA no solo no harían las películas menos reales, sino que las acercarían a la realidad. Podríamos crear en minutos actores que hablen en lenguas indígenas, crear ambientes que sean iguales a los de otras ciudades (usualmente no representadas en películas) y directores en sociedades pobres tendrían mayor posibilidad de crear una película, es decir, escucharíamos historias que nunca han sido contadas en la industria.

Sin embargo, la irrealidad de la ficción nunca ha impedido que pueda contribuir a generar conexiones humanas genuinas. Decir que vamos a perder la conexión humana por tener actrices de IA es tan patético como decir que leer una novela de Tolstoi va a volvernos menos empáticos. Cuando leemos que Ana Karénina se avienta a las vías del tren sufrimos con ella, y nuestro sufrimiento es real, tan real como nuestra empatía por todo lo que ella está sintiendo en el momento de suicidarse, sin importar que Ana Karénina no es ‘real’. Los seres humanos podemos generar conexiones, sentir y aprender a través de la imaginación, sin tocar a una persona, y esa capacidad humana es maravillosa.

Dentro de la avalancha de hostilidad contra Norwood, la intención es otro de los argumentos. Los actores humanos hacen las cosas con intención, es decir, de forma consciente, tienen que pensar en cada diálogo, memorizarlo, compenetrarse con el personaje, mientras que una actriz de IA está automatizada. Automatizar se ve como algo intrínsecamente malo. Es justo lo contrario.

Está muy comprada la idea de que una persona, y por ende una sociedad, es mejor en la medida en que es más consciente de todo lo que hace. Lo escuchamos en discursos de autoayuda y sobremesas de fin de semana. Es falso, y muy dañino pensar así. Una sociedad (y una persona) es mejor en la medida en que encuentra formas para dejar de pensar en cada vez más cosas, y se dedica a pensar solamente en los asuntos más desafiantes, los más prioritarios, los que definitivamente, por ahora, no pueden resolverse sin nosotros.

En otras palabras, estamos mejor en la medida en que automatizamos más, para que tengamos toda nuestra capacidad libre para emplearla en lo que no podemos volver automático. Pensémoslo a nivel personal: ¿a quién no le gustaría ser una persona capaz de controlar sus impulsos, que cuando enfrenta una crisis se mantiene en calma y toma la mejor decisión? Pero qué cansado, y qué difícil, recordar siempre, cuando tenemos un impulso, que debemos detenernos un minuto, pensar dos veces, no sucumbir ante la primera idea que viene a la mente. Lo ideal sería hacerlo de forma automática, que no tengamos que esforzarnos en frenarnos frente a la impulsividad, que de forma natural ya seamos mesurados, prudentes. Hacerlo de forma automática sería ya no tener el problema. O pensemos en un gran atleta: ¿se imaginan a Cristiano Ronaldo considerando cada movimiento de sus manos, siendo consciente de cada movimiento de sus pies para anotar? Si lo hiciera jamás metería un gol. Su grandeza radica en que lo hace de forma automática, no tiene que pensar en la mayor parte de sus movimientos, y entonces puede enfocarse en otras cosas cruciales, como la posición del portero contrincante. Más automatización no es menos humanidad. Más automatización significa una sociedad más libre, una sociedad mejor.

Encima de todo esto, es poco probable que ese escenario catastrofista, que tanto empiezan a temer las actrices, llegue. La historia, la historia, la historia: Sócrates temía que perdiéramos la memoria con la escritura, y hoy tenemos libros y seguimos memorizando cosas; creían que la fotografía era el tiro de gracia de la pintura, y hoy tenemos millones de fotos y seguimos pintando cuadros, y seguimos apreciándolos y comprándolos; tenemos coches pero seguimos paseando a caballo (hasta policía montada tenemos), y hoy nos queda claro que las bicicletas clásicas no van a desaparecer porque existen las bicis eléctricas. La historia muestra que las innovaciones rara vez aniquilan lo anterior: más bien lo reacomodan y conviven con él. La constante en la historia es la coexistencia.

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