Andrés Manuel López Obrador no solo creó un movimiento político, sino que fue más allá y construyó una especie de religión en la que se venera a un ser supremo: él. Un líder que es, al mismo tiempo, temido y venerado por sus fieles, dispuestos a adoptar los comportamientos del grupo, buenos y malos por igual. Porque al ser aprobados por el líder —de quien son dependientes—, creen que podrían absorber algo de su impermeabilidad. ¿Religión o secta? No lo sé, pero, sin duda, el centro es el culto al líder.

Así, los pecadores del pasado son absueltos por el profeta, quien nunca es cuestionado por sus seguidores, convencidos de su infalibilidad. Aquellos que antes eran señalados olvidan su origen para no ser desterrados de la tierra del poder. Porque no hay duda, él es el redentor.

¿Ejemplos? Varios:

Cynthia López Castro, exdiputada del PRI, tuvo esta conversación con Fernando del Collado en 2024:

—¿Amiga de los hijos de AMLO?

—No, ni los conozco. Ni ganas (tengo).

—¿Le gustaría?

—N’hombre. Sus amigos los tienen en Houston. Son millonarios. No quepo ahí. Somos de la misma generación, pero nos educaron diferente. A mí me educaron para servir.

—¿El nepotismo está para señalarlo o para ejercerlo?

—Vean a los Batres. Hay gran nepotismo en Morena.

—¿AMLO encarna al pueblo?

—AMLO engañó al pueblo.

—¿AMLO ha sido corrupto?

—Él y su familia.

—¿Corruptor?

—Corruptor de instituciones.

—¿Hay elementos, entonces, suficientes para indiciarlo por actos de corrupción?

—Los vamos a juzgar.

—¿Qué le recomendaría a AMLO para que vaya preparando su defensa?

—Pues que se vaya a su pueblo, como le dicen: a La Chingada.

Pocos meses después López opera —en efecto— desde La Chingada; y ella, ahora, desde Morena.

Qué decir de Alejandro Murat, expriista y exdirector del Infonavit, quien mereció estas palabras de López Obrador cuando estaba por ganar la gubernatura de Oaxaca en 2016:

“Designar al hijo de Murat como candidato del PRI en Oaxaca demuestra que, en vez de república, existe una monarquía hereditaria y corrupta”. Hoy, el rey Murat es un morenista consentido.

Algo similar pasó con Miguel Ángel Yunes Márquez, el expanista que dio el voto definitivo a Morena para aprobar la Reforma Judicial. El entonces presidente acusó a su padre, Miguel Ángel Yunes Linares, de nepotismo y “vil corrupción” por candidatear a su hijo en Veracruz. Además, los tachó de zopilotes, siniestros y “malandros de la política”. Yunes padre le respondió llamándolo loco, corrupto y “vividor del sistema”. A pesar de todo esto, desde el martes, Yunes hijo porta orgulloso su credencial de afiliación a Morena, donde dijo sentirse “acogido”.

Hasta ahora, solo Morena en Veracruz, la gobernadora de ese estado, Rocío Nahle, y el gobernador de Oaxaca, Salomón Jara, han mostrado su desacuerdo con que los redimidos vengan a su templo.

Lo cierto es que dentro de Morena la situación no es diferente pues han sido solapados el gobernador de Sinaloa, Rubén Rocha Moya; el exgobernador de Morelos y hoy diputado federal, Cuauhtémoc Blanco; el exgobernador de Tabasco y ahora senador, Adán Augusto López; y el exgobernador de Veracruz y actual director de Cenegas, Cuitláhuac García.

Veremos en qué termina porque como cita el clásico: “Para los amigos, justicia y gracia; para los enemigos, la ley a secas” —y, si se puede, un poquito más.

@azucenau

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