Por: Carlos Corral Serrano
En las entrañas de las metrópolis mexicanas, la desigualdad se dibuja en el paisaje urbano con líneas claras y sombrías. A medida que la población del país se aproxima a los 120 millones, la fragmentación social se refleja en la ocupación del espacio. Las ciudades exhiben un contraste dramático: por un lado, zonas con infraestructura robusta habitadas por aquellos de mayores recursos; por otro, vastas extensiones donde los menos afortunados residen en condiciones deplorables, a menudo en asentamientos precarios situados en zonas de alto riesgo, susceptibles a inundaciones y deslizamientos. La alarmante realidad es que un 46% de la población podría encontrarse en condiciones de pobreza, con un segmento significativo en pobreza extrema, enfrentándose a la exclusión de los sistemas crediticios y, por ende, de una vivienda digna.
Frente a este escenario crítico, la planificación urbana debe reorientarse radicalmente hacia la inclusión y la sostenibilidad. La solución no solo reside en la expansión horizontal de las ciudades sino en una reinvención vertical de las mismas, donde la densidad se maneje como una herramienta para el desarrollo equitativo. Los urbanistas, en colaboración con arquitectos e ingenieros, deben liderar el cambio mediante el diseño de reservas territoriales que integren servicios básicos y áreas recreativas accesibles, promoviendo la autoconstrucción asistida para viviendas asequibles. Además, es crucial que el desarrollo de vivienda social progresiva se planifique en fraccionamientos que permitan a sus habitantes construir sus hogares gradualmente, asegurando la asesoría constante y el acceso a materiales a costos reducidos.
Implementación de Políticas Innovadoras:
La implementación de políticas que faciliten la creación de empleo local y mejoren las condiciones económicas es fundamental. Esto incluye la protección de áreas con valor ambiental y la promoción de zonas urbanas seguras y equipadas para enfrentar desastres naturales. Los proyectos como los desarrollados en la Sierra de Santa Catarina y el Cerro de la Estrella deben servir de modelo, donde la planificación participativa ha permitido a las comunidades afectadas tomar parte activa en la mejora de sus condiciones de vida.
La pobreza urbana no es solo un reflejo de la falta de ingresos, sino también de la falta de infraestructura, servicios y espacios adecuados. La necesidad de un enfoque proactivo para la planificación urbana es más crítica que nunca; debe estar centrada en la humanización de los espacios urbanos y en asegurar que todos los mexicanos, especialmente los de menores recursos, tengan acceso a un hábitat digno y seguro. Es tiempo de que México trascienda la planificación reactiva y adopte un enfoque que verdaderamente anticipe y mitigue las dificultades que enfrentan sus ciudadanos más vulnerables.
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