Juan L. Kaye López
Durante más de cien años, la vía férrea que conecta Salina Cruz, Oaxaca, con Coatzacoalcos, Veracruz, permaneció como un vestigio del Porfiriato: promesa no cumplida, visión abandonada. Pero este sábado 29 de marzo de 2025, el Istmo de Tehuantepec volvió a latir con fuerza.
Un barco de carga de la firma surcoreana Hyundai —el imponente Glovis Cosmos— descargó cerca de 900 vehículos en el puerto de Salina Cruz. Pocas horas después, estos automóviles cruzaban México en vagones del Tren Interoceánico, marcando el primer traslado ferroviario transístmico de mercancías en más de un siglo. El trayecto, de tan solo diez horas, concretó el primer ensayo logístico del nuevo Corredor Interoceánico del Istmo de Tehuantepec (CIIT).
Este hecho no es menor: representa el inicio de una transformación económica y geopolítica con impacto global. El corredor promete reducir tiempos de transporte, competir con el Canal de Panamá, atraer inversiones en electromovilidad y consolidar a México como un eje estratégico en el comercio Asia–América–Europa.
Una promesa largamente pospuesta
La historia de este corredor se remonta a 1807 con la visión de Alexander Von Humboldt. Más tarde, Benito Juárez intentó darle forma a través del tratado McLane-Ocampo. Porfirio Díaz lo convirtió en realidad en 1907, pero el proyecto se estancó con la apertura del Canal de Panamá en 1914.
Fue hasta 2019, bajo el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, que se reactivó con una nueva dimensión: no solo como infraestructura logística, sino como motor de desarrollo económico, industrial y social del sureste mexicano.
Los PODEBIS: clústeres de futuro
Los llamados Polos del Bienestar (PODEBIS) ya están en marcha. Ubicados estratégicamente en Salina Cruz, Coatzacoalcos, Texistepec y San Juan Evangelista, buscan albergar industrias clave como la automotriz, electrónica, farmacéutica, agroindustria, tecnologías de la información y metal-mecánica.
Con estos clústeres, se proyecta no solo la dinamización del comercio, sino también la generación de empleos formales, la atracción de talento local y la mejora de infraestructura urbana y portuaria. El Istmo, históricamente marginado, podría así dejar de ser una frontera olvidada para convertirse en el epicentro del nuevo México productivo.
Su éxito no depende solo de los rieles: necesita continuidad política, inversión sostenida y una planeación territorial que incluya a las comunidades.
Mover mercancías no basta; el verdadero desafío es mover bienestar: vivienda, servicios, empleo y cohesión social para el Istmo.
Sin calles, escuelas, hospitales y vivienda digna, los PODEBIS corren el riesgo de convertirse en enclaves industriales vacíos y desconectados del territorio.
La inacción del Gobierno Federal y en particular de la SEMAR en materia de planeación urbana puede ser el gran freno del desarrollo regional: el Istmo no puede esperar más.
El Tren Interoceánico ya arrancó. Ahora toca a las instituciones y a la sociedad civil garantizar que no descarrile el sueño del sur.
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