Por Alberto Martínez Romero

La creciente fama de figuras públicas nacidas en la era digital, comúnmente llamadas influencers, abrió un debate que toca las fibras más sensibles del periodismo y de la comunicación tradicional: ¿estamos presenciando la obsolescencia de los medios clásicos (radio, televisión y prensa), a manos de nuevos creadores de contenido? ¿Serán los influencers los comunicadores del futuro, sustituyendo a los profesionales formados en la Universidad?

La respuesta es compleja, pero creo que se encuentra al analizar la función que históricamente ha cumplido la comunicación social.

Esto es un debate para otro artículo, pero la comunicación digital ha democratizado la emisión del mensaje a niveles sin precedentes. Hoy, cualquier persona con un teléfono celular es potencialmente un canal de difusión personal, no un "medio de comunicación” en el sentido institucional del término. Esta distinción es crucial: un canal personal permite compartir, pero un medio profesional exige la verificación, la infraestructura, el criterio y rigor ético para ser considerado una fuente informativa confiable.

Este fenómeno coincide con la crisis de credibilidad de las instituciones y de los medios tradicionales, evidenciando un cambio en las redes de comunicación dominantes donde la horizontalidad de internet compite con la verticalidad de la prensa, según el sociólogo español Manuel Castells en su obra "La Era de la Información".

El influencer se convierte en el "guía" o "amigo" que ofrece una narrativa más cercana, coloquial, emocional y, a menudo, desprovista de las complejidades del rigor y la formalidad periodística. Su éxito radica en la autenticidad percibida y la conexión parasocial con su audiencia, creando micro-comunidades que confían más en la recomendación de un “famoso”, que en la voz de un noticiero.

Sin embargo, esta cercanía tiene un costo. Muchos influencers no están obligados a seguir códigos de ética, verificación de datos (el rigor periodístico del fact-checking) o la imparcialidad. Esto abona al terreno fértil de la post-verdad, un concepto en el que las emociones y las creencias personales tienen más peso que los hechos objetivos o reales.

El académico y lingüista Noam Chomsky, con su análisis sobre los "medios de fabricación de consenso", advertía sobre la simplificación del discurso y la manipulación. Irónicamente, el mismo fenómeno de la simplificación puede verse hoy reflejado en el contenido de entretenimiento que disfraza información o, peor aún, desinformación.

Entonces, ¿qué pasará con los comunicadores y medios tradicionales? No desaparecerán, sino que cada vez más tenderán a una metamorfosis profunda, a un proceso de adaptación que el sociólogo polaco Zygmunt Bauman describiría como la necesidad de moverse en un mundo de sociedad "líquida", lo que significa el cambio constante en la sociedad contemporánea.

Los comunicadores tradicionales (periodistas, editores, reporteros y foto periodistas) poseen dos activos fundamentales que el influencer rara vez tiene.

Uno. rigor y verificación: En el periodismo de diario y en el de investigación, la cobertura de los poderes públicos y la fiscalización del gobierno requieren de una infraestructura institucional y de una formación profesional que garantice el contraste de fuentes y la contextualización. Como argumentaba el filósofo Jürgen Habermas, los medios son cruciales para la formación de una "esfera pública" racional, donde se toman decisiones informadas.

El influencer opera en la esfera de lo íntimo y lo descriptivo (qué comprar, qué vestir, qué comer); el comunicador tradicional, en la esfera de lo público y lo prescriptivo (qué saber, qué entender, qué malos manejos señalar).

Dos. Confianza a largo plazo: Medios como The Guardian, la radio o la televisión tradicional, construyeron su legitimidad en décadas de historia. Aunque esa confianza esté hoy en crisis, sigue siendo el pilar para el contenido que es esencial para la vida democrática. Las marcas periodísticas fuertes, ya están migrando a los nuevos formatos (video corto, podcasts, programas en plataformas digitales varias), y llevan consigo su capital de credibilidad.

En síntesis, no estamos ante una simple sustitución, sino ante una convergencia darwiniana. Los influencers de nicho que se profesionalicen y adopten metodologías de verificación podrán convertirse en los "medios personales" del futuro, pero operarán más en el terreno del estilo de vida.

Los comunicadores y medios tradicionales, por su parte, abandonarán poco a poco el formato impreso y se olvidarán del rating, para abrazar la multiplataforma, utilizando la cercanía digital para reconectar con las nuevas audiencias. Su valor residirá en la calidad insustituible de la información veraz y contextualizada, actuando como el contrapeso y la brújula de la verdad que la sociedad, hoy más que nunca, necesita para no naufragar en el mar de la desinformación digital.

La batalla por la atención se gana con la autenticidad, sí, pero la batalla por la relevancia y la confianza se gana con el rigor. Los influencers pueden ser el ruido, pero el periodismo debe seguir siendo la voz.

Licenciado en Periodismo por la UNAM. Tiene un MBA por la Universidad Tec Milenio y cuenta con dos especialidades, en Mercadotecnia y en Periodismo de investigación por el Tec de Monterrey.

Mail: albertomtzr@gmail.com

X: @albertomtzr

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