Por: Alfredo Medellín Reyes Retana
La vida pública, como la personal, nos exige estar.
No siempre en las mejores condiciones, no siempre con certezas, pero sí con presencia. Porque cuando uno se retira, deja que otras personas —a veces las menos indicadas— ocupen su lugar. La inminente elección derivada de la reforma judicial nos coloca en esa disyuntiva: participar o retirarnos. Votar o ausentarnos.
Ante este momento decisivo, algunas voces llaman a no acudir a las urnas. Invitan a no involucrarse, como si la indiferencia o el desacuerdo se resolvieran con distancia. Pero la democracia no funciona como una ruptura emocional. No basta con retirarse de la escena. Como en la vida familiar, la ausencia no corrige lo que incomoda; solo abandona lo que importa.
La reforma judicial ha entrado en la Constitución. Ya no es un plan en borrador. Es norma vigente. Y eso nos impone una responsabilidad: no para aplaudirla ciegamente, sino para influir, con nuestro voto, en lo que sigue. Votar no es claudicar. Es intervenir. Es estar, incluso si el escenario es difícil.
Ahora bien, estar no significa tolerar lo insostenible, los gritos, los insultos, la violencia que viene de la de enfrente. Así como hay padres que no pueden ni deben permanecer en hogares marcados por el abuso o la violencia, también hay quienes, sin vivir bajo el mismo techo, siguen cumpliendo. Siguen luchando en juzgados por los derechos de sus hijas e hijos. Siguen presentes. Así también debemos estar en la democracia: aunque en desacuerdo, no ausentes.
Quien decide no votar se parece al padre que, al ver el conflicto, opta por desaparecer. Cree que su distancia es una postura crítica o cómoda ante la circunstancia, pero su ausencia tiene consecuencias. Porque no estar físicamente no es lo mismo que desentenderse. Estar es luchar por lo que es justo, desde lo institucional y desde donde sea necesario. Estar es no soltar lo que nos toca.
La ética, como la paternidad, no se mide por la comodidad ni por el silencio, sino por la constancia del compromiso. Votar no es legitimar la totalidad de una reforma. Es disputar su dirección. Es asegurar que quienes estén en el Poder Judicial representen también nuestras aspiraciones, las de todas y todos.
Porque si dejamos vacíos, esos vacíos se llenan. No con lo mejor, sino con lo que haya. Y pobres niños, pobre país.
Este no es el momento de retirarse. Es el momento de decir: sí, la justicia necesita cambiar. Pero ese cambio nos necesita presentes. Nos necesita conscientes. Nos necesita votando.
Votar es difícil. Como criar. Como permanecer cuando hay desacuerdo. Estar hace la diferencia entre abandonar y construir. Entre ser espectador de un país que se define sin ti, o autor de uno que se transforma contigo.
Abstenerse es fácil. Estar es valiente. A pesar de las falsedades y de los dados cargados en un sistema de justicia que tiene mucho por corregir.
Y en este momento, México necesita presencia, no ausencias. Participación, no retiradas. Responsabilidad, no abandono. Que nadie diga mañana y menos nuestros hijos que no estuvimos, que no nos importó, que preferimos huir. Eso nunca.
Porque en las urnas como en la vida de un hijo, lo que más se nota no es la gestión del conflicto interno. Es la ausencia.