Por Andrea Oliva

La tragedia que sacudió al oriente de la Ciudad de México nos deja, además del dolor, un espejo de la solidaridad mexicana.

El pasado 10 de septiembre, un accidente en el Puente de la Concordia, al oriente de la Ciudad de México —muy cerca de la Avenida Zaragoza, en Iztapalapa— dejó ya a diez personas sin vida y a más de 90 lesionadas. Una escena desgarradora que volvió a teñir de luto un mes que, por costumbre y por memoria, siempre nos remite a la resistencia y a la unión de los mexicanos.

Septiembre no solo es el mes patrio; es también el mes en que recordamos nuestra fragilidad. Lo fue en 1985, en 2017, y lo es de nuevo en 2025. Pero también es el mes donde constatamos, una vez más, que la fuerza del pueblo mexicano no se mide en discursos oficiales, sino en la solidaridad espontánea que surge de la gente común.

En cuestión de minutos, las redes sociales se inundaron de imágenes y videos que mostraban lo que los noticieros no alcanzan a cubrir: hombres y mujeres ofreciendo agua, cargando heridos, preparando comida para familiares, acompañando a quienes buscaban noticias de sus seres queridos. Uno de los casos que más conmovió fue el de una mujer de la tercera edad que, pese a sus heridas graves, entregó a su nieta a un policía y a un transeúnte que viajaba en moto. Con lo último de sus fuerzas, esa abuela encarnó el acto más puro de amor y sacrificio: salvar la vida de la pequeña. La escena se volvió símbolo de un México donde, aún en el dolor, late la esperanza.

Lo cierto es que mientras las instituciones tardan en dar respuestas claras, son las y los ciudadanos quienes actúan primero. Como ha sucedido en terremotos, inundaciones o incendios, las personas comunes se convierten en héroes improvisados: policías, estudiantes, vecinos, motociclistas. Todos con un mismo objetivo: salvar, apoyar, acompañar. No se trata solo de buscar culpables —si fue la empresa, si fue el conductor, si fue el gobierno—, porque en los primeros instantes de la tragedia lo que realmente importa es extender la mano. Y ahí, el pueblo mexicano vuelve a dar una lección de humanidad.

Cuando escuchamos en el Himno Nacional la frase “Antes, patria, que inermes tus hijos / bajo el yugo su cuello dobleguen…” quizá la sentimos lejana, como parte de una historia escrita en otro siglo. Pero cada septiembre nos demuestra que no. Que sigue viva esa valentía, esa convicción de no doblar la cabeza, de resistir y de levantar al caído.

Septiembre no es solo banderas, gritos y fuegos artificiales. Es también el mes que nos recuerda que la patria no es un gobierno, ni un edificio, ni un discurso oficial: la patria somos nosotros. Somos quienes ayudamos sin preguntar nombres, quienes compartimos lo poco que tenemos, quienes lloramos juntos y también nos levantamos juntos. En ese sentido, el Puente de la Concordia —paradójicamente llamado así— se convierte hoy en símbolo de lo que somos: un país que, aún en sus tragedias, no deja de tender la mano.

Periodista

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