Por SANDRA RAMÍREZ ÁVILA
En un mundo cada vez más interconectado y digitalizado, la seguridad nacional ha dejado de ser un concepto limitado a las fronteras físicas o al despliegue de fuerzas armadas. Hoy, los Estados nacionales despliegan acciones e inteligencia para contribuir a la seguridad nacional en redes sociales, en el ciberespacio, en la información que circula sin control y en las tecnologías que, si bien ofrecen oportunidades inéditas para el desarrollo, también abren nuevos frentes de vulnerabilidad en este ámbito. Bajo esta tesis, el desarrollo tecnológico y la transformación digital no es solo una revolución económica, social o cultural: es, también, una cuestión de soberanía para cualquier Estado.
En el pasado, la defensa nacional se centraba en la protección del territorio, el resguardo de las fronteras y la respuesta ante amenazas militares convencionales. Hoy, sin embargo, los riesgos trascienden el ámbito físico. La criminalidad organizada, los ciberataques, la desinformación masiva, los movimientos extremistas articulados en línea y las campañas de manipulación digital han colocado al ciberespacio como una nueva dimensión del conflicto moderno.
Herramientas como la inteligencia artificial (IA), el análisis masivo de datos (big data), los algoritmos predictivos, las redes sociales y la automatización de sistemas se han vuelto fundamentales tanto para la defensa como para el ataque en cualquier tipo de guerra, convencional o no convencional. La llamada “infodemia” —la sobrecarga de información falsa o manipulada que circula durante crisis sanitarias, conflictos o procesos electorales— es hoy una amenaza real para la estabilidad institucional de los países.
Este fenómeno ha obligado a los gobiernos a repensar la seguridad nacional como un concepto integral, que incluye no solo la protección del territorio, sino también la defensa de la verdad, la integridad informativa, la ciberseguridad y la capacidad del Estado para responder ante nuevas formas de agresión externas o internas
Un paso que contribuye a entender los retos y oportunidades que la tecnología y la era digital imponen a las estructuras de seguridad de los Estados, como el mexicano y otros de América Latina en general, se puede encontrar en el libro El desarrollo tecnológico en la seguridad nacional, coeditado por el Instituto Mexicano de Estudios Estratégicos en Seguridad y Defensa Nacionales, el William J. Perry Center for Hemispheric Defense Studies de la National Defense University, y la editorial Porrúa.
En el texto coordinado por el doctor Israel Alvarado y esta servidora, se expone una perspectiva interdisciplinaria y estratégica, con el fin de ofrecer un panorama actualizado sobre cómo las innovaciones tecnológicas están impactando desde las doctrinas de defensa nacional hasta las formas y mecanismos para la protección de infraestructuras críticas y las respuestas gubernamentales ante las nuevas formas de amenaza a la seguridad nacional.
Los estudiosos del tema observan que si bien la revolución tecnológica ofrece a los Estados herramientas poderosas, como por ejemplo, la inteligencia artificial utilizada para fortalecer los sistemas de vigilancia, detectar patrones de comportamiento criminal, predecir amenazas o coordinar operativos de seguridad con mayor eficacia. O bien, los sistemas autónomos, como drones o plataformas de reconocimiento facial, también ofrecen ventajas estratégicas en contextos militares y de inteligencia, al mismo tiempo o de igual forma mismas tecnologías pueden volverse en contra del Estado si no se manejan con una arquitectura jurídica sólida, así como con ética y supervisión estricta.
Ya hemos visto cómo la manipulación algorítmica de la opinión pública, la vulnerabilidad de las infraestructuras digitales, la invasión de la privacidad o la reproducción de sesgos discriminatorios son algunos de los desafíos que plantea el uso desregulado de estas herramientas, de tal forma que los Estados enfrentan el doble reto de aprovechar las oportunidades que brinda la innovación tecnológica para mejorar la seguridad nacional y, al mismo tiempo, proteger las libertades ciudadanas.
Este equilibrio es especialmente complejo en regiones o países marcados por la desigualdad, la debilidad institucional y la fragmentación en sus capacidades de defensa, de tal forma que la participación conjunta de juristas, especialistas y expertos en tecnología privados y públicos, académicos de distintas disciplinas, funcionarios públicos y tomadores de decisiones, deben proponer visiones estratégicas para cada Estado o región, bajo el principio de que la soberanía y la independencia ya no se defiende solo con armas, sino también con servidores seguros, políticas públicas basadas en datos confiables, y estructuras institucionales que entiendan que lo digital es una extensión de lo geopolítico.
El desafío para América Latina —y particularmente para México— es no quedarse atrás. Mientras las potencias globales invierten en ciberdefensa, inteligencia artificial aplicada al conflicto y regulación estratégica de plataformas digitales, la región debe acelerar su modernización institucional. El libro al que me he referido en líneas arriba es, en este sentido, una herramienta de reflexión. Reafirma que la seguridad nacional del siglo XXI exige más que fuerza: requiere conocimiento, ética, inteligencia tecnológica y, sobre todo, decisión política.
En conclusión, la tecnología puede ser un arma o un escudo. Todo depende de quién la use, cómo la regule y para qué fines se oriente. Si el Estado mexicano desea proteger su soberanía en la era digital, deberá entender que la seguridad ya no se limita a los cuarteles ni a las fronteras. También se juega —y se gana— en la nube, en los datos, en las pantallas y en la confianza ciudadana.
Maestra en Comunicación, coordinadora del libro El desarrollo tecnológico en la seguridad nacional