Por Javier Guzmán

Vivimos en un mundo interconectado, lleno de retos que los actores económicos o las instituciones no pueden resolver solos. La complejidad de los desafíos que enfrenta México —desde el acceso a la salud hasta la sostenibilidad, pasando por la educación y el futuro de nuestras ciudades— exigen algo más que talento aislado: necesitan unión, colaboración y una visión y objetivos compartidos.

Cuando las universidades, ya sean públicas o privadas, deciden caminar juntas, la suma de sus fortalezas se convierte en uno de los motores más poderosos de transformación para la comunidad. Enfocamos fuerzas en común para que el conocimiento llegue más lejos, y con ello se traduzca en innovación y toque la vida de las personas. Es en esa convergencia donde estudiantes, investigadores y docentes encuentran un propósito más grande: poner su talento y trabajo de excelencia al servicio de la sociedad mexicana.

Ya lo vemos en consorcios de investigación e innovación que reúnen a instituciones como la UNAM, la UANL, el IPN y el Tecnológico de Monterrey. En ellos, las diferencias no dividen: enriquecen. Gracias a esta diversidad de enfoques y capacidades, se diseñan soluciones que abren caminos para la salud pública, la educación, el desarrollo tecnológico y la sostenibilidad ambiental. Cada proyecto es un ejemplo de cómo al trabajar juntos multiplicamos el impacto.

El informe de la UNESCO señala que, desde 2021, la inversión regional en investigación y desarrollo ha disminuido, al pasar de representar el 0.65% del PIB en 2016 a apenas el 0.55% en la fecha de cierre del reporte. En el caso de México, David Garza Salazar, presidente ejecutivo del Grupo Educativo Tecnológico de Monterrey, recordó durante la ratificación de la alianza estratégica con la UNAM que solo se destina el 0.3% del PIB a la investigación.

Estos datos refuerzan la necesidad de impulsar alianzas entre universidades, ya que mediante la cooperación es posible ampliar el alcance de la investigación y, eventualmente, contribuir a que los recursos destinados a investigación y desarrollo aumenten tanto en México como en América Latina y el Caribe. No es un tema menor: según el mismo reporte, México, Brasil y Argentina concentran el 84% de la inversión regional en investigación y desarrollo.

Por otra parte, es vital entender que estos consorcios no se quedan en la academia: suman a empresas, gobiernos u organizaciones civiles para diseñar proyectos que respondan a retos reales. Con equipos multidisciplinarios de estudiantes, investigadores y expertos, el trabajo llega hasta la creación de tecnologías, metodologías, programas o emprendimientos de base científica que generan impacto social y económico para el país.

Un ejemplo de ello fue el Primer Reto Nacional de Sostenibilidad, impulsado por BBVA y el Consorcio de Investigación UNAM-Tec, cuyo objetivo fue promover proyectos de investigación y desarrollo tecnológico orientados a generar soluciones para mitigar el impacto del arribo de sargazo en el Caribe mexicano. Esta iniciativa refleja la capacidad de colaboración entre dos de las instituciones de educación superior de mayor excelencia académica en México, que suman esfuerzos para atender los grandes retos nacionales.

La industria juega un papel clave al aportar recursos, experiencia y mentoría, mientras que las universidades fortalecen sus capacidades mediante la diversidad y los estudiantes aplican su conocimiento en escenarios reales. El mercado obtiene soluciones innovadoras y aplicables; y la sociedad recibe los beneficios de un ecosistema de investigación e innovación que trabaja a su favor. Es un círculo virtuoso: la cooperación produce innovación útil, fortalece la competitividad del país y abre camino hacia un modelo de desarrollo más sostenible y equitativo.

Por eso, hoy más que nunca, necesitamos seguir construyendo puentes. La cooperación entre universidades no es un lujo, es una necesidad urgente para el futuro de México. El país no puede crecer desde la fragmentación; solo avanzaremos si lo hacemos juntos. En la unión está la fuerza, y en esa fuerza está la esperanza de un mañana más justo, sostenible y próspero para todas y todos.

Vicepresidente de Investigación del Grupo Educativo Tecnológico de Monterrey

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