Presionar es parte del tejido urdido por la industria farmacéutica y de uno de sus esbirros y aliados: ¿cuánto dinero, sobre todo en Estados Unidos, ganan las cadenas de televisión por promover anuncios de medicamentos o de curas mágicas? ¿qué porcentaje de tiempo aire ocupan los anuncios de las farmacéuticas? Las compañías tienen el as bajo la manga: procuran vender a toda costa medicamentos. Y lo logran: su mercadotecnia es genial: manejan la publicidad a diestra y siniestra. Sus destrezas son enormes: al no enfermo lo transforman en enfermo, los síntomas o signos —caída de cabello, arrugas, eyaculación precoz, anorgasmia— los convierten en enfermedad y a quienes padecen situaciones banales —uñas irregulares, manchas en las manos, cejas poco pobladas—, los hacen sentir “un poco o muy enfermos”. La publicidad surte efecto: buen número de televidentes buscan un galeno; de hecho en la red sobre médicos que ofrecen sus magias. El círculo es más redondo que el cuadrado más cuadrado.
La suma previa se asocia a la pseudo medicina preventiva, la cual, explotada por el binomio canceroso de las compañías farmacéuticas y de la televisión, ha conseguido dos fines: un inmenso negocio económico y aplastar los escasos movimientos éticos médicos. Basta revisar los currículos de las Facultades de Medicina: ¿cuántas horas dedican a ética médica?
La medicina preventiva es indispensable cuando no se abusa de ella: la mala praxis de convertir los síntomas en enfermedades se vincula con el abuso de ella.
En un artículo previo mencioné a Thomas Szasz, gran crítico de las influencias negativas de la medicina moderna y adversario acérrimo de la medicalización de la vida, esto es buscar los caminos para enfermar a los sanos e inducirlos a tomar fármacos. Szasz profesó un profundo desprecio hacia la medicina moderna. Magistral es su concepción sobre la profesión: “Teocracia es la regla de Dios, democracia la regla de las mayorías y farmacracia la regla de la medicina y los doctores”. Es necesario pensar en los alcances malignos de la farmacracia.
La medicina preventiva es en ocasiones arrogante. Las personas o los grupos arrogantes dañan. Cuando la condición se generaliza y no encuentra oposición, sus ganancias son grandes. La salud es terreno fértil y sus nuevos brazos comerciales ganan la batalla: vitaminas multicolores, minerales que estimulan la libido —fuera de casa—, suplementos alimenticios, clínicas de rejuvenecimiento, medicamentos para retrasar el envejecimiento, fármacos “patito”, muchos dañinos, asequibles vía internet, píldoras antidepresivas sin estudios científicos que las avalen, etcétera. Y…, la inteligencia artificial.
Imposible desdeñar la opinión del israelí Yuval Noah Harari. En Nexus: Una breve historia de las redes de información desde la Edad de Piedra hasta la IA, libro recién publicado (2024, 602 páginas), reflexiona sobre la Inteligencia Artificial. Entre un sinnúmero de observaciones comparto dos. En la contraportada exponen el cor del texto: “Las historias nos unieron. Los libros difundieron nuestras ideas y nuestras mitologías. Internet prometió conocimiento infinito. El algoritmo descubrió nuestros secretos. Y luego nos enfrentó a unos contra otros. ¿Qué hará la IA?”. Una segunda nota: “Cualquier teléfono inteligente contiene más información que la antigua Biblioteca de Alejandría y permite a su propietario entrar en contacto instantáneo con miles de millones de personas de todo el mundo. Pero, con tanta información circulando a velocidades impresionantes, la humanidad se halla más cerca que nunca de la aniquilación”. Modestamente me uno a su pensar.
La medicina contemporánea nos ha convertido en sus instrumentos. Con la IA, la distancia entre seres humanos aumentará.
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