Hasta donde sé, el término eutanasia social o no existe o no se utiliza. En algunas charlas y en ciertos textos he utilizado dicho concepto. Sin perseguir definiciones académicas y con la certeza de algunos pros y otros contras, sugiero hablar de eutanasia social cuando se abandona a seres humanos y se depositan en basureros (niños recién nacidos), cuando la sociedad no cuenta, incluso en países ricos, con sistemas adecuados para arropar a alcohólicos o adictos, cuando los sistemas de salud no tienen la capacidad de albergar y cuidar a personas con demencias seniles o a individuos sin hogar y sin esperanzas debido a la ausencia de círculos familiares y comunitarios.
En los casos de bebés y de humanos afectados por estados avanzados de Alzheimer, solicitar su opinión es imposible. En adictos, la tasa de recurrencia es frecuente, por lo que los apoyos familiares y médicos tienden a disminuir. Cuando los sintecho, sinhogar o sintrabajo, víctimas de vejaciones ad nauseam, amén de su vulnerabilidad solicitan ayuda para morir, como ahora sucede en Canadá, el brete es mayúsculo y complejo. Cavilemos:
Aunado a las crudas ideas previas, en Países Bajos, donde la eutanasia es legal desde 2002, se discute la posibilidad de aplicar el procedimiento a personas mayores “cansadas de vivir”. Idea complicada. Idea que surge del envejecimiento de la población con frecuencia acompañada de enfermedades crónicas, abandono y soledad.
Mucha tinta han gastado los librepensadores para defender la autonomía de los seres humanos. Las religiones dominantes no comulgan con esa opción; de ahí las confrontaciones de los segundos con los primeros que no lo inverso; “Dios da la vida y sólo él es quien decide cuándo acabarla”, sostienen quienes entregan su vida a poderes divinos. Idea con la cual no concuerdan muchos pensadores, entre ellos John Stuart Mill, filósofo utilitarista, quien sostenía que los seres humanos tienen la libertad de hacer lo que deseen excepto el convertirse en esclavos pues ese acto elimina la libertad. Los tiempos de Mill (1806-1873), donde la esclavitud era frecuente, difieren de los actuales; aunque hoy siguen existiendo diversas formas de esclavitud, en ocasiones agazapadas —trabajadoras domésticas—, otras veces sin maquillaje —haciendas cafetaleras—, así como la pobreza extrema y su dependencia a incontables factores la cual la convierte es una suerte de pseudo esclavitud —comprendo que la última idea pueda suscitar opiniones contrarias.
En Canadá la eutanasia se aprobó en 2016. Desde hace algunos meses se ha suscitado un debate debido a que algunas personas afectadas por enfermedades crónicas y/o pobreza consideran que la atención médica y los servicios sociales son deficientes. Dolorosa realidad: mejor fenecer en vez de pervivir en malas condiciones. El argumento es simple: no hay posibilidades de mejorar cuando el sufrimiento y la desesperanza chocan contra la ineficacia de los servicios médicos. Leo en un documento dedicado a bioética donde se debate acerca de la posibilidad de ayudar a estas personas: “…salvemos sus vidas, aunque ellos sigan perviviendo en las mismas e injustas condiciones miserables”. La solución es obvia y lamentablemente imposible de llevar a cabo: disminuir la injusticia y la pobreza, crear nuevas reformas legales y generar cambios enfocados a mejorar la calidad de vida como reza la nauseabunda propaganda de la inmensa mayoría de la ralea política.
Concluyo. La eutanasia social es una realidad. Aunque el término no exista y produzca enfado, la realidad lo constata: bebés abandonados, inmigrantes muertos por doquier. En nuestro país el número de pobres y la tasa in crescendo, léase Yucatán, de suicidios, lo confirman.