A Albert Camus siempre se regresa. Con el tiempo su figura crece, por su legado histórico, por su coherencia, por su compromiso hacia los otros y con la ética. Hoy, ser camusiano, leerlo en las preparatorias y en casa ayudaría un poco (creo) a disminuir la barbarie.
Una de sus ideas, la que da inicio a El mito de Sísifo, no ha dejado de recorrer el mundo. “No hay sino un problema filosófico realmente serio: el suicidio. Juzgar que la vida vale o no la pena de ser vivida equivale a responder a la cuestión fundamental de la filosofía”, son las líneas con las cuales el malogrado Nobel de Literatura —murió en un accidente automovilístico a los 47 años—, empieza lo que se convertiría en un mito a partir de su mirada sobre Sísifo.
El otro Sísifo, el de la mitología griega, adquirió renombre debido a la peculiaridad de su castigo: fue condenado a llevar una piedra hasta la cima de una montaña; poco antes de alcanzar la cumbre, la piedra rodaba hacia abajo y Sísifo debía repetir ad nauseam el proceso.
La idea de Camus data de 1942, año de la publicación de El mito de Sísifo. Discrepo, con el inmenso respeto que me merece el Nobel: Nunca ha sido el suicidio el único “…problema filosófico realmente serio”. Cuando se publicó el libro, y esto le concernía a Camus, los destrozos de la Segunda Guerra Mundial eran acuciantes; en Francia imperaba el colaboracionismo, en Europa los asesinatos de inocentes y en la Iglesia Católica y en Estados Unidos el silencio. En 2023 el suicidio sigue siendo un problema filosófico que suscita diálogos, pero no es el más serio. Los siguientes bretes no corresponden a 1942. Compiten muchos, todos, vinculados con la ética. Algunos imperecederos, injusticia, aborto, miseria; otros, derivados de la tecnología, eutanasia, clonación, edición genética, inteligencia artificial, y unos más, por las conductas de nuestra especie, migrantes, apátridas, refugiados, desplazados, matanzas: Israel/Palestina, Ucrania/Rusia, y genocidios in vivo, Darfur.
El quid del mito griego sobre Sísifo incluye una lúgubre metáfora del sinsentido de la existencia humana, así como la motivación para vivir. Camus, por su parte, plantea la autonomía como atributo del ser humano así como el del esfuerzo ininterrumpido como razón de felicidad.
A Camus le interesaba el suicidio por ser defensor de la autonomía. La autonomía, principio fundamental de la bioética, invita al individuo a ejercer su libre albedrío sin dañar a terceros. El suicida, la mayoría de las veces, hiere a los seres cercanos. ¿Tiene el ser humano derecho de suicidarse? Pregunta compleja, respuestas complejas; quienes lo aprueban defienden la autonomía; quienes lo reprueban cavilan en los daños hacia sus otros.
El mito griego plantea el sinsentido de la existencia humana. Sísifo debía repetir el mismo trabajo cada día, “hasta la eternidad”, y reiterarlo sin conseguir nada, sin saber cuándo finalizaría su castigo. Trabajaba sin cesar. Su faena daría frutos. Sísifo no pensaba en que sus arduas faenas carecieran de sentido.
El último párrafo del libro ilustra: “¡Dejo a Sísifo al pie de la montaña! Uno siempre recupera su fardo. Pero Sísifo enseña la fidelidad superior que niega a los dioses y levanta las rocas. También él juzga que todo está bien. Este universo, en adelante sin dueño, no le parece ni estéril ni fútil. Cada uno de los granos de esa piedra, cada fragmento mineral de esa montaña, llena de noche, forma por sí solo un mundo. La lucha por llegar a las cumbres basta para llenar un corazón de hombre. Hay que imaginarse a Sísifo feliz”.
Camus y Sísifo son infinitos. Nuestra especie quizás también. Guerras y cambio climático cuestionan nuestro futuro.