Algunas ideas perviven. Otras reviven cuando la realidad las llama. La vieja sentencia del viejo Heráclito, “En el mismo río entramos y no entramos, pues somos y no somos (los mismos)”, es parte de ese pervivir. Cuando se piensa en los diversos y cambiantes significados de la salud y la enfermedad, la idea de Heráclito es bienvenida. Kronos impregna sus huellas sin piedad y sin miramientos; transforma el cuerpo y modifica la vida. Lo mismo sucede en torno a los ríos: el paisaje cambia dependiendo del caudal; el entorno se erosiona cuando el lecho seca.
Así como por el río circulan aguas nuevas, el cuerpo envejece y se modifica. Con frecuencia el río muda por completo: sus aguas siempre difieren. Lo mismo sucede con el bañista: el tiempo lo transmuta. Algunos releen la frase del filósofo griego de otra forma: “No podemos entrar dos veces en el mismo río, pues nuevas aguas fluyen tras las aguas”. Con el cuerpo ocurre una situación similar: los años lo cambian, el tiempo agrieta la vida.
La metáfora de Heráclito permite comprender muchos de recovecos de la enfermedad y de la labor médica. Su idea me remite a otras realidades médicas, verdades obsesivas las denomino: 1) La medicina no es una ciencia exacta. 2) Los pacientes difieren entre sí. 3) Las personas cambian a través del tiempo. Observar lo que le sucede al enfermo requiere sumar todo lo pertinente para “el momento” del paciente: su situación económica, la historia familiar, los amores, los desamores, la relación con los hijos y un larguísimo etcétera.
Regreso al río. Quien pretenda sumergirse en sus aguas, primero debe estudiar la fuerza del flujo, la distribución de las rocas, la temperatura y otras variables. Después decidirá si es adecuado o no penetrar en él. Lo mismo sucede con la enfermedad. El paciente debe entender que la patología modifica su ser: restaurar la salud, o no, dependerá de todos los factores vinculados con su vida.
La idea de Heráclito es una doctrina del cambio. No sólo el río se transforma, todos los vecinos a su alrededor mutan: tierras, casas, árboles. La actividad de la naturaleza y la del ser humano imprimen modificaciones en el entorno del río. La naturaleza genera y padece sus propias catástrofes y es víctima de las calamidades producidas por el ser humano. Con el tiempo los ríos llevan otras aguas, algunos se han secado, en otros los peces han muerto y en muchos la contaminación destruye. Esas variaciones alteran el cauce.
Las enfermedades, siguiendo la doctrina de El Oscuro de Éfeso, también generan mutaciones. Las pérdidas inherentes a la patología ponen en marcha el recuerdo de un recuerdo. La vida con enfermedad deviene otra forma de ser. Al igual que el río, no sólo el cuerpo y la persona se modifican: las relaciones con el mundo y con otros seres adquieren otros matices. Es necesario reinventar lenguajes, tiempos y espacios. Es también necesario leer la nueva arquitectura del cuerpo.
El lenguaje de algunos pacientes expresa bien esos cambios. “No entiendo bien lo que sucede. Desde que estoy enfermo me persigue mi propia sombra”. La sombra de la enfermedad abre ventanas en la conciencia que obligan al afectado a repasar esos recuerdos y a instalarse de otra forma en la vida. La conciencia adquiere una voz distinta que debe ayudar a adecuarse a la nueva realidad. “En el mismo río entramos y no entramos…”, en el mismo cuerpo somos y no somos.
Médico y escritor