Si algún despistado lee este texto en treinta o cuarenta años —no creo que tarden más en ser reales mis elucubraciones, bastan Trump, Kennedy Jr. y sus camaradas creacionistas, para acabar con el mundo—, se sorprenderá y no entenderá los porqués de estas líneas. Los robots con los que juegan los niños son bellos. Los robots producidos con diversos fines —médicos, de asistencia en hoteles, en guerras y pronto, prontito (¿ya?), como parejas sexuales— confirman el poder de la tecnología y de la inteligencia humana. Otra será la historia cuando los robots ordenen nuestros quehaceres o nos dicten su ideario. No debemos creerles a quienes aseguran que se comportarán dentro de modelos éticos.
Isaac Asimov, prolífico autor de obras de ciencia ficción, postuló, en 1942, tres leyes sobre los robots:
1. Un robot no hará daño a un ser humano ni permitirá, por inacción, que un ser humano sufra daño.
2. Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los humanos, excepto si entran en conflicto con la primera ley.
3. Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la primera o la segunda ley.
Asimov, además de ser uno de los grandes escritores de ciencia ficción, era profesor de bioquímica, es decir, tenía la posibilidad de mezclar ciencia y ficción. De ahí la fuerza de sus postulados: sigan siendo, útiles e imprescindibles.
En la actualidad, la mayoría de los robots trabajan en fábricas y más de la mitad hacen automóviles o son utilizados en la elaboración de comidas. También figuran en labores espaciales, quirúrgicas, en investigaciones en laboratorio, como camaristas o recepcionistas, en la búsqueda de personas y de minas terrestres. Como siempre: La tecnología tiene dos caras, una “buena”, otra “no buena”.
Mientras que los androides solo actúen siguiendo órdenes humanas casi no hay problema. El casi se refiere a los drones, cuya capacidad de aniquilar no siempre da en el blanco deseado, así como el de los coches que no requieren conductor y pueden ocasionar accidentes mortales en peatones no androides. Embrollo aparte, vinculado con cuestiones éticas, es la diferencia de costos: los robots, amén de no aburrirse y no cansarse, son más baratos que los seres humanos. El desempleo o los empleos con salarios miserables es una realidad. ¿Qué sucederá cuando ejércitos de robots aguarden en fábricas para ser empleados?
El imparable avance de la ciencia no garantiza el futuro ético de los robots y de quienes lo hacen: además de incrementar el desempleo y matar a seres inocentes, pueden —podrán— burlar las leyes de Asimov, transformarse en Frankensteins reales, y dirigir nuestro destino y sentimientos. Asimov y Mary Shelley, creadora de Frankenstein, quedarían pasmados con la robótica contemporánea. Así como ellos se sorprenderían al verel mundo de los robots, en tres o cuatro décadas, ¿por qué no?, algunos androides rebeldes podrían desoír los principios de Asimov y moldear nuestras vidas, no solo en la esfera laboral, sino en la sentimental. Y… ¿qué tal si los robots son elaborados por Elon Trump, Donald Musk, o De Santis Kennedy Jr?
Médico y escritor






