El retorno de Ernesto Zedillo como actor político ha llenado de disgusto a la presidenta Sheinbaum, al punto de que ha lanzado afirmaciones bastante atronadoras, pero poco sustentadas en la realidad, en contra del expresidente mexicano.

No ocurriendósele mejor cosa, lo primero que dijo es que Zedillo es responsable de “la mayor crisis del país”, en alusión directa al Fobaproa, y prometió dar “lecciones” sobre este tema para “informar” –con el sesgo característico de su gobierno– al pueblo mexicano. Pero al darse cuenta de que esto resultaba insuficiente, ayer jueves pidió investigar los presuntos nexos de Ernesto Zedillo y de su esposa, Nilda Patricia Velasco, con el narcotráfico.

De la noche a la mañana, la señora presidenta decidió que deben investigarse las “pruebas” que acaba de exhibir en redes sociales Cesar Mario Gutiérrez Priego, hijo de un narcogeneral y candidato a ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Pero al hacerlo ha dado un paso más precisamente en el terreno que le reclama Ernesto Zedillo: la destrucción del Estado de derecho y la instauración de un Estado tiránico y policiaco.

Todo comenzó con dos publicaciones –una en Letras Libres y la otra en Nexos– en las que el expresidente Zedillo hace rigurosos recuentos de lo que había alcanzado el país en materia económica y política en los años “neoliberales” y lo mucho que se ha perdido o se está viendo comprometido en los siete años de transformación cuatroteísta.

Zedillo se ha visto impelido (contra lo que él se había propuesto) a intervenir de nuevo en la escena política nacional debido a una circunstancia que quizás en este momento pase de largo para la mayoría de los mexicanos, pero que marcará pronto el destino nacional: “Habiendo accedido al poder gracias a la democracia que, al cabo de muchas luchas, alcanzamos los mexicanos, López Obrador y su partido se han empeñado –y mucho han avanzado– en destruirla”.

Habiendo jugado un importante papel en el desarrollo de la transición democrática en México, Zedillo siente, con toda razón, la obligación moral y política de defender estos logros que, como nos ha recordado él mismo, fueron fruto del empeño y voluntad de un amplio abanico de actores que fueron capaces de comprometerse con la vía democrática y de aceptar sus reglas.

No es extraño, pues, que quien coadyuvó de manera notable a que se establecieran “las condiciones para que México tuviera por fin elecciones competitivas, imparciales y justas”, y para que el Poder Judicial adquiriera realmente control y facultades para “decidir sobre la constitucionalidad de los actos de autoridad y las leyes”, así como “sobre controversias jurídicas entre los gobiernos federal y estatales”, lo mismo que acerca de “los casos de inconstitucionalidad interpuestos por solo un tercio de cualquiera de las cámaras del Congreso federal contra leyes o resoluciones federales”, entre otros cambios fundamentales para la vida pública nacional, levante hoy la voz.

Lo que ha dicho Zedillo ha molestado profundamente a la señora presidenta porque justamente advierte que ella nos está engañando cuando “dice que México está por convertirse en el país más democrático del mundo” gracias a todas sus reformas regresivas. La realidad, como demuestra Zedillo con gran lucidez, es que “nuestra joven democracia ha sido asesinada” precisamente por quienes se sirvieron de ella para llegar al poder y hoy actúan como verdugos de las instituciones democráticas y el equilibrio republicano entre los poderes.

Recordar la crisis económica que enfrentó Zedillo y las dolorosas medidas, como el Fobaproa, con que esta se atendió, le parece muy redituable a la Presidenta, pero se olvida que incluso una parte (con mucho peso) de sus nuevos correligionarios apoyó, defendió y aprobó en su momento dichas medidas (Alfonso Durazo, Ramón De la Fuente, Esteban Moctezuma, Ignacio Mier, Arturo Zaldivar, Patricia Armendariz y muchísimos otros de tercera, cuarta y última fila); y que otros de sus funcionarios actuales se beneficiaron de ellas directamente (el caso de Altagracia Gómez, expuesto ayer con todo detalle por Carlos Loret en estas mismas páginas, resulta por demás emblemático).

Y hablando de empresarios, prácticamente todos ellos –que dicen estar ahora conformes con la gestión de Sheinbaum– pudieron salir adelante en esa difícil etapa gracias a las “abominables” medidas que Sheinbaum viene denunciando en sus conferencias mañaneras. Salieron adelante, digo, como lo hizo el resto del país (al menos la mayor parte), lo que incluye a no pocos “luchadores” de Morena que gracias a estas “terribles” medidas pudieron preservar sus propiedades y garantizar sus ahorros (además de, estilo Barzón, nunca pagar sus deudas y dejar que las pagáramos el resto de los mexicanos).

Pero aunque el Fobaproa fuera el amasijo de corruptelas que dice la Presidenta, siempre quedaría como una pequeña estafa frente a la escandalosa corrupción y dilapidación de recursos que han supuesto las obras estelares de su mentor López Obrador y que condenan a este sexenio a pagar una deuda gigantesca y al crecimiento económico cero, si bien nos va.

Definitivamente, recordar el Fobaproa ha resultado para el gobierno de Sheinbaum como un tiro por la culata. Pero lo de llamar a investigar al expresidente por sus “nexos” con el narcotráfico es algo diferente. Sería, en otro contexto, sólo un gesto grotesco del poder; pero todo indica que es, ya sin medias tintas, la entrada al régimen autocrático que precisamente Zedillo ha denunciado.

@ArielGonzlez

FB: Ariel González Jiménez

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