Decía Antonio Machado en su libro Juan Mairena (sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo), donde el poeta exhibe su mejor prosa, que “al hombre público, muy especialmente al político, hay que exigirle que posea las virtudes públicas, todas las cuales se resumen en una: fidelidad a la propia máscara”. Como Machado era dado a los heterónimos, también hace intervenir en esta reflexión al “maestro Abel Martín”, que no se anda por las ramas: “un hombre público que queda mal en público es mucho peor que una mujer pública que no queda bien en privado”.
Pero luego vuelve el gran Mairena a ejercer su magisterio y a dar uno de esos grandes consejos cuyos destinatarios, como es de esperarse, siempre desoyen: “Procurad, sin embargo, los que vais para políticos, que vuestra máscara sea, en lo posible, obra vuestra; hacéosla vosotros mismos, para evitar que os la pongan -que os la impongan- vuestros enemigos o vuestros correligionarios; y no la hagáis tan rígida, tan imporosa e impermeable que os sofoque el rostro, porque, más tarde o más temprano, hay que dar la cara”.
Y el Movimiento de Regeneración Nacional, mejor conocido como Morena, escogió para acceder al poder y seguir en él hasta hoy, una máscara rígida, austera, sencilla, humilde e incorruptible; una con la cual pudieron llenarse la boca diciendo “no puede haber gobierno rico con pueblo pobre”, “primero los pobres”, “no somos iguales” y ese largo etcétera de frases que sus dirigentes, funcionarios y legisladores se han encargado día tras día de contradecir y desgastar hasta hundirlas en el fango.
Demagogos elementales, como son, creyeron que con una máscara así todo les sería permitido, pero ahora –gracias a los medios, las redes y no pocas infidencias– les toca “dar la cara”, aunque en realidad no la dan, por cobardía. De esa forma, luego de fingirse franciscanos, empiezan a ser vistos, cada vez por más sectores de la población, como lo que son: una runfla de vividores, ladrones y cómplices del crimen organizado que, por supuesto, no escatiman en gastos suntuosos, viajes de primera clase, restaurantes y hoteles de cinco estrellas.
Eligieron bien su máscara, pero no le fueron fieles, la traicionaron desde un principio y ahora viven permanentemente en el escándalo. Y es que no sólo son los casos que se han alejado de la “justa medianía” para arribar a la descarada demasía, sino todos aquellos que los vinculan con diversos actos de corrupción o directamente con el crimen organizado.
López Obrador prometió que limpiaría la corrupción en México de arriba para abajo, como se hace con las escaleras, decía, pero al final terminó por no limpiar ningún escalón, mucho menos los de arriba. El gobierno de Sheinbaum, por su parte, se contenta con limpiar –muy parcialmente– la basura acumulada en los primeros escalones, pero sigue sin llegar a la parte alta, donde están las corruptelas más obvias y las redes políticas de protección de narcos, huachicoleros y extorsionadores.
Toda esa maraña en la que conviven la corrupción en sus más diversos grados y la abierta delincuencia, quedó expuesta, dentro y fuera del país, con el caso de Adán Augusto lópez y su evidente vínculo con el ahora prófugo Hernán Bermúdez Requena, señalado como jefe del grupo criminal “La Barredora”. Pero nada de eso impide a Morena seguir tendiendo su manto protector para evitar que su senador sea investigado o siquiera molestado por la oposición en las sesiones del Senado.
La descomposición en el seno de Morena es proverbial, pero Sheinbaum insiste en mantener la careta de la “superioridad moral” de su partido. Y en ese caso sólo puede pasar lo que decía Juan Mairena: tarde o temprano tendrán que dar la cara, porque su máscara, irremediablemente, se está cayendo a pedazos.
@ArielGonzlez
FB: Ariel González Jiménez