En la Universidad Autónoma Metropolitana vivimos el proceso de renovación de su rectoría general. No es extraño que en tiempos políticos se desencadene una ola de comentarios, posturas contradictorias y denuncias públicas. La crítica es necesaria y saludable y la libertad de expresión y el acceso a. la información son derechos fundamentales. No obstante, ni la una ni las otras son excusas para ejercer violencia política y mediática contra las mujeres que participan o no, en estos procesos.
Sí, me refiero a la columna publicada el 21 de junio en el periódico La Jornada por Hugo Aboites. En ella dos colegas son señaladas y se pretende denunciarlas por su autoritarismo institucional, no obstante, en las formas y tonos que se utilizan, el autor incurre en prácticas que deslegitiman, desacreditan y estigmatizan a las mujeres por su condición de género y se incurre en discursos sexistas. Además, se afirma, sin fundamento, que “la Secretaria General y la Secretaria de la Unidad (yo) no participaron, y cito: “aparentemente decidieron no participar otras dos funcionarias, una de ellas –nada menos que la secretaria general de la UAM– que hasta hace tiempo no habían descartado su interés en el puesto (la secretaria de la Unidad Xochimilco sería la otra”. Esto se complementa con la coincidencia de que como mujer tendría el camino libre... Con esta coincidencia se destaca favorablemente el tema del género en favor de la doctora..”
¿Quién le dio el derecho al profesor Aboites de opinar sobre mi decisión personal de participar o no en un proceso institucional? Esto, hay que decirlo con todas sus letras, es violencia de género en contra de cuatro profesoras investigadoras de la UAM. Y sobra decir que en mi caso, no es la primera vez que, valiéndose de tener un espacio público de divulgación virtual y amplia circulación me agrede de esta forma. Hoy ocupo un cargo de conducción en la Universidad, pero eso no me obliga a seguir guardando silencio frente a ataques públicos que son inaceptables en nuestra Casa abierta al tiempo.
No abogo por evitar el debate en torno a las propuestas para dirigir la UAM o sobre las decisiones que en la universidad se toman. Por el contrario, estoy convencida de que es la discusión argumentada y respetuosa la que ha contribuido a la edificación de nuestra institución. Pero este tipo de “reflexiones” no abren un debate, por el contrario, adoptan formas que perpetúan las desigualdades para las mujeres que osamos participar en la conducción de la universidad. Se retrata a la rectora de la Unidad Iztapalapa "explotando" durante una sesión del Colegio Académico, en un uso emocionalmente cargado del lenguaje que refuerza estereotipos de irracionalidad femenina. Se cuestiona su candidatura como "oficial" con el argumento implícito de que su género le facilita el camino, minimizando su trayectoria académica y administrativa. Se insinúa que su permanencia es resultado de un vacío competitivo, como si su mérito fuera consecuencia de una estrategia de exclusión de otras mujeres. A esto se suma la sospecha como recurso retórico: se ventila la situación de un trabajador y se asocia con una supuesta censura institucional, sin contar con información documentada y con base en afirmaciones poco claras que alimentan la desconfianza hacia las mujeres en el poder.
Es preocupante lo que se dice, pero es sumamente grave cómo se dice y a quién se dirige. En la universidad hemos vivido un paro por violencia de género en contra de las mujeres, y sería deseable que todas y todos hubiésemos aprendido de ello. Con este tipo de textos queda claro que aún tenemos, como bien se ha señalado en distintos foros, estos y otros pendientes en la materia, independientemente del lugar que las mujeres ocupamos en la UAM. No es nuevo afirmar que las mujeres hemos sido históricamente relegadas de los espacios de toma de decisiones, sugerir que nuestro ascenso obedece a privilegios de género o a manipulaciones políticas es nuevamente colocarnos bajo la lupa del escrutinio injusto. Es insinuar que no somos suficientemente capaces por nosotras mismas. Es, también, enviar un mensaje a otras mujeres: si te atreves a ocupar un cargo de poder, prepárate para ser cuestionada de formas y con criterios distintos a los de tus colegas varones. Quienes hoy hemos sido vulneradas tenemos una carrera académica y administrativa sólida y reconocida, igual o mejor que colegas hombres, y merecemos ser tratadas con respeto. Al leer este tipo de textos confirmé que la violencia política y mediática de la cual hemos sido objeto busca limitar nuestra participación y evidencia que aspirar a espacios de conducción nos coloca en desventaja sólo por ser mujeres.
Los debates y las críticas deben dirigirse a las estructuras, no a los cuerpos ni a los géneros. Las decisiones institucionales pueden y deben ser objeto de análisis y discusión cuando se cuenta con la información completa y que no compromete la privacidad y confidencialidad que debe respetarse, para verdaderamente proporcionar argumentos que no se sustenten en supuestos y dichos. Pero esto debe hacerse desde una ética de la responsabilidad y el respeto, incluso por los medios en los que se publica. Sin estos componentes el discurso que presume de ser crítico, se reduce al golpeteo y la violencia vil, más sobre unas que sobre otros.
Hoy, más que nunca, reitero la necesidad de mantener un diálogo respetuoso en la universidad que sume y construya, y no que replique viejas y decadentes formas políticas que reproduce lógicas de exclusión y de violencias que impiden que muchas voces —sobre todo las de las mujeres— puedan ejercer el liderazgo en condiciones de dignidad y equidad. Ante este tipo de expresiones todas y todos debemos comprometernos, fortalecer y utilizar las vías institucionales que existen en la UAM para erradicar cualquier tipo y modalidad de violencia.
Porque sí: todas las voces importan, pero no todas las formas de hablar construyen. Algunas, lamentablemente, siguen reproduciendo el mismo poder que dicen cuestionar.