La correspondencia entre los escritores austriacos Stefan Zweig y Joseph Roth constituye el testimonio de una intensa amistad intelectual que se fraguó entre dos de los autores más importantes de la lengua alemana que vivieron a lo largo de la primera mitad del siglo pasado.

Sus diferencias de origen eran palpables: Zweig procedía de una familia acomodada y creció en un ambiente de alta cultura, con acceso a una educación cosmopolita; su carrera literaria siguió un curso ascendente desde sus comienzos y se consolidó durante la Primera Guerra Mundial, tras la cual, se convirtió en uno de los narradores más exitosos de Europa, por lo que su vida adulta transcurrió sin mayores apuros.

Roth, por otro lado, tuvo un origen humilde, por lo que sólo logró estudiar gracias a que regularmente obtuvo matrículas de honor. Se empadronó como periodista, llegando a trabajar en el diario alemán más importante de la época, el Frankfurter Zeitung. Aunque sus ingresos no eran escasos, su economía se fue complicando debido a la enfermedad mental de su esposa y a los gastos que implicaba su tratamiento, lo que lo llevó a mendigar y buscar la caridad entre sus amigos cercanos, pese a que su prestigio seguía casi intacto.

Ángel Gilberto Adame
Ángel Gilberto Adame

Los años de mayor intercambio epistolar fueron los que corrieron de 1930 a 1935, lustro en el cual Alemania experimentó cambios radicales a causa del estallido del nacionalsocialismo, además, el camino de cada uno fue obligándolos a tomar decisiones en el ámbito político y terminó por convertirlos en una especie de figuras públicas en el ominoso escenario que antecedió a la Segunda Guerra Mundial. Dos temas centrales surcan insistentemente las cartas: la preocupación por el bienestar de Roth y la postura de cada uno frente a las ideologías emergentes.

El 4 de julio de 1933, Roth escribió a Zweig sobre sus penurias económicas: “Real sólo es mi trabajo y la vida de quienes me rodean. Las personas que [...] están a mi lado viven ahora como proletarios. Pero es que no tengo dinero ni para eso. No puedo comer con decencia. ¿Qué proletario vive así?” Zweig respondió a esta y otras misivas de la misma índole con envíos de remesas y ofertas de trabajo, intentando hacer las veces de mecenas y agente literario, aunque el curso de los acontecimientos siguió siempre el mismo derrotero: el patrimonio era dilapidado y las oportunidades laborales menospreciadas.

Para el 30 de noviembre de ese año, Roth conminó a Zweig a oponerse al comunismo y al nazismo, indicando que su actitud casi indiferente era inaceptable y que tarde o temprano sería atacado, como él, por su ascendencia judía: “El comunismo de ninguna manera ha cambiado toda una parte del mundo [...]. Ha engendrado el fascismo, el nacionalsocialismo y el odio contra la libertad de pensamiento. Quien aprueba a Rusia, ha aprobado con eso, también, al Tercer Reich”. A su amigo le tomó todavía un par de años decantarse contra Hitler y sus seguidores.

Zweig, en 1936, pidió a Roth que, así como él había estado atento a sus consejos, se alejara de sus vicios y cuidara el poco dinero que llegaba a sus manos: “Tiene que limitarse a una determinada cantidad de alcohol porque es inmoral emplear en beber más de lo que necesita una familia”.

Su distanciamiento fue inevitable debido a los delirios de Roth, quien murió a causa de su alcoholismo, en 1939. Por su parte, Zweig escapó del viejo continente y se refugió en Brasil, donde, siendo testigo de la destrucción de su “patria espiritual”, terminó con su vida en 1942.

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