En 2016, se publicó "Las rosas de Stalin", biografía novelada escrita por la autora checo-española Monika Zgustová que relata las peripecias de Svetlana Alilúyeva, hija del dictador soviético que fuera artífice de uno de los regímenes totalitarios de mayor duración del que la humanidad tenga memoria.

Nació el 28 de febrero de 1926 con el nombre de Svetlana Iósifovna Stálina, fruto de la unión entre Iósif Stalin y Nadezhda Alilúyeva. Según comentó en "Veinte cartas a un amigo", en sus primeros años disfrutó de la compañía de su padre, aunque su relación cambió a partir de 1932, tras la muerte de su madre bajo la sospecha de un asesinato; desde entonces estuvo al cuidado de diferentes personas. La distancia entre ambos creció cuando, en la adolescencia, se percató del despotismo y la violencia del dictador.

Zgustová refiere que Stalin le prohibió a su hija estudiar letras, por lo que se matriculó en la carrera de historia en la Universidad de Moscú. Durante esa etapa conoció a su primer esposo, el judío Grigori Morózov, con quien procreó a su primogénito, Iósif. Al tercer año de matrimonio la pareja decidió divorciarse y, por insistencia de su padre, Svetlana volvió a contraer nupcias, ahora con un miembro de la plana mayor del partido, Yuri Zhdánov, con quien tuvo a su segunda hija, Yekaterina, aunque la pareja disolvió su vínculo apenas un año después.

Ángel Gilberto Adame
Ángel Gilberto Adame

El fallecimiento de Stalin fue un parteaguas en su vida, pues lograba liberarse del yugo paterno sin advertir que uno nuevo se imponía sobre ella: el del simbolismo comunista. Zgustová sitúa a Svetlana en aquel día funesto: “La noche en que su padre se acercaba a su final abrió de repente los ojos y la escrutó con una mirada escalofriante [...] y a todos los demás presentes. Esa mirada malvada estaba llena de miedo a la muerte. Luego pasó algo extraño: su padre levantó la mano izquierda como si maldijera a todos los presentes”. Posteriormente, decidió cambiar su apellido por el materno Alilúyeva.

En 1963 comenzó una relación con el comunista indio Brajesh Singh, sin embargo, el intelectual murió tres años más tarde. Tras sortear varias trabas burocráticas, Svetlana obtuvo un permiso para viajar a la India para ir a depositar las cenizas. Durante el viaje, impulsada por su deseo de libertad, acudió a la embajada de Estados Unidos y tramitó una solicitud de asilo político: “Decenas de los más altos funcionarios del Departamento de Estado intentaban resolver el dilema que planteaba la petición de exilio, en plena Guerra Fría, de la hija de Stalin”.

Su arribo al continente americano fue para ella un cambio de aparador, pues su llegada provocó curiosidad y sensación de triunfo del capitalismo sobre el socialismo. Poco a poco la novedad fue desapareciendo, hasta extinguirse del todo, mientras su drama personal se mantenía intacto. Luego de su último matrimonio cambió su nombre por el de Lana Peters y, después de muchos bandazos ideológicos, falleció en un hogar para ancianos en Wisconsin, a finales de 2011.

En la narración de Zgustová se intercalan acontecimientos históricos, tensiones políticas y memorias de la protagonista que perfilan la historia de una disidencia. El pasado se vuelve accesible únicamente como texto, aparece ante nosotros bajo la forma de archivos, documentos o discursos, no se presenta unificado, sino a través de relatos parciales, fechas heterogéneas y versiones contradictorias. Así se desarrolló la existencia de Svetlana Alilúyeva y sólo así puede ser contada.

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