Durante los primeros días de mayo de 1871, en las páginas de algunos de los tabloides más importantes de la Ciudad de México tuvo lugar una reyerta sobre cuestiones teatrales. El tema central del debate fue la habilidad vocal del célebre tenor Enrico Tamberlik, quien llegó a la metrópoli para representar la ópera "Poliuto", de Gaetano Donizetti en el Gran Teatro Nacional.

Por un lado, Juan A. Mateos y Enrique Chávarri, redactores de "El Monitor Republicano", opinaron que el cantante había perdido su voz, a pesar de la técnica que conservaba. Por otro lado, un columnista de "El Siglo XIX", calificó esos señalamientos como un ejemplo de la poca refinación del público: “no posee una de esas voces fuertes, rotundas, metálicas, estridentes que son las delicias del vulgo amante apasionado de los alaridos […]. Aplaudir los gritos es la glorificación de la ignorancia y el mal gusto artístico”.

Un mes después, este choque de opiniones continuó con el estreno de "Il Trovatore", de Guiseppe Verdi, protagonizado otra vez por Tamberlik. De nueva cuenta, Mateos hizo una crítica al desempeño del artista, mientras salieron en su defensa los reporteros de "El Federalista". Sin embargo, la controversia no se limitó a los medios impresos, sino que involucró a los asistentes al Teatro Principal, enfrentando así a dos bandos, los “piteros” y los “aguilíferos”.

Ángel Gilberto Adame
Ángel Gilberto Adame

La prensa llevaba meses criticando lo que consideraba la “chabacanería” de la zarzuela, juicios que se volvieron más agudos con la llegada del can-can. El resultado fue que un sector de los espectadores decidiera abuchear a los actores: azuzados por Chávarri, en la función de 16 de junio se distribuyó un volante firmado por la Sociedad Filarmónica del Pito, quienes silbaban en las funciones para exigir la renuncia del nuevo director de la compañía. Los aguilíferos —llamados así por la protección municipal de la que gozaban— decidieron intervenir, al grado de que los piteros procedieron a sacar sus revólveres. La medida adoptada por las autoridades fue enviar policías al recinto y detener a algunos de los revoltosos.

La explicación a la relevancia que cobró este pleito se encuentra en el ambiente político de la república restaurada. En 1867 dio inicio el antagonismo entre el bando de los juaristas-lerdistas —aguilíferos— y la facción porfirista —piteros— que buscaban alcanzar el poder, y dicho conflicto se prolongó hasta 1876. En este último año, "El Monitor Republicano" se había convertido en el órgano principal de los seguidores de Díaz. A su vez, "El Siglo XIX" se había erigido como simpatizante de Lerdo de Tejada.

En realidad, lo que parecía ser una polémica sobre las artes escénicas se trataba de una pugna entre grupos políticos. En este entorno, los periódicos trascendieron su valor como vehículos para la difusión de ideas y disfrutaron de un potencial para crear “hechos”, es decir, “tramar intrigas, generar alianzas, o bien mirarlas”, además de que las figuras de la época tenían la capacidad de interpretar, traducir, y explicar tales acontecimientos. Así, estas publicaciones se volvieron indispensables al momento en el que los políticos quisieron alcanzar una posición de influencia.

Este relato que muestra el enorme poder de los medios escritos en el siglo antepasado, más allá de la mera divulgación de la información, confirma la frase del filósofo Eugenio María de Hostos, que indicó: “Digno o indigno de su fin, el periódico es siempre conciencia, razón y opinión pública”.

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