El género epistolar ha sido uno de los más importantes a lo largo de la historia, pues en él se cruzan las vidas de remitentes, destinatarios y posibles lectores, se atraviesan distintas épocas e ideologías, y se construye un universo que propicia la conversación continua acerca de los diversos intereses humanos. Hay cartas que han sido escritas con el propósito de publicarse; tal como es el caso de la “Carta sobre el poder de la escritura”, uno de los pocos documentos firmados por la Claude-Edmonde Magny, seudónimo de la escritora y filósofa francesa Edmonde Vinel.
La misiva está dirigida a su joven discípulo y amigo Jorge Semprún, quien había estado recluido en el campo de concentración nazi de Buchenwald y se debatía entre la necesidad de olvidar su experiencia o de trascenderla a través de la escritura. Semprún relató: “Aunque la Carta sobre el poder de la escritura me fue escrita en 1943, no supe lo que decía hasta dos años más tarde. Fue su misma autora quien me la leyó, un día de agosto de 1945. [...] Dos años más tarde recibí un ejemplar de la edición original. Desde entonces ese pequeño volumen nunca me ha abandonado. Lo he llevado conmigo en todas las circunstancias de mi vida, incluso durante los viajes clandestinos”.
El texto propone la integración de la experiencia humana al quehacer artístico, de modo que la obra trascienda sus medios formales y se incorpore a la realidad como un instrumento de reflexión: “[John] Keats habla en uno de sus poemas del purgatorio ciego, hecho de la contemplación impotente de todo el sufrimiento que hay el mundo, infierno que hay que atravesar para convertirse realmente en poeta”.

La última exhortación de la autora fue la que hizo a Semprún reconciliarse con su vocación: “La literatura es como la acrobacia que uno realizaría sin red: no se puede fallar. Y es por eso [...] que no exagero en aconsejarle reflexionar antes de entregarse por completo a un ejercicio tan vano, tan peligroso y que mide de manera tan implacable el grado de realidad espiritual que le fue dado al hombre como meta”.
Otra misiva emblemática es la “Carta a D.”, la cual fue escrita por el filósofo y periodista austriaco Gerhart Hirsch, mejor conocido como André Gorz, a su esposa Dorine Keir, con quien compartió más de 60 años de su vida y la que al momento de la redacción de la epístola había sido diagnosticada con un padecimiento crónico degenerativo.
En los párrafos iniciales, Gorz lamenta no haber dedicado palabras suficientes a su persona amada, al tiempo que recuerda cómo se conocieron en un mundo de posguerra y cómo la literatura y la política fueron el hilo conductor de sus encuentros iniciales: “Contigo me sentía como si estuviera en otra parte, en un lugar extranjero, extraño a mí mismo. Me dabas acceso a una dimensión de alteridad suplementaria, a mí, que siempre rechacé cualquier identidad”.
Luego de padecer largos periodos de pobreza y violencia, alcanzaron la estabilidad económica gracias al periodismo, que ejercían en pareja, aunque bajo la firma de Gorz. Las líneas finales son un anuncio calmo e implícito de una decisión tomada: la de morir juntos por mano propia antes de que la enfermedad los volviera extraños: “A ninguno de los dos nos gustaría sobrevivir la muerte del otro. A menudo, nos hemos dicho que, en el caso de tener una segunda vida, nos gustaría vivirla juntos”.
Ambas epístolas ejemplifican la firmeza de las convicciones que caracterizaron a una generación y que parecen disiparse en el presente.